Una tendencia tanatopolítica

Un fantasma recorre el planeta, el fantasma del coronavirus. En marzo de 2020 hizo acto de presencia en Occidente y desde entonces es el significante rector de nuestras vidas. Luchamos contra él. La política ha devenido finalmente en biopolítica. De forma explícita. Hoy, a la luz y sombras del confinamiento, machaconamente se nos repite que toda decisión política es tomada en función de criterios estrictamente científicos y especialmente médicos.

Para evitar los contagios y no colapsar los servicios de urgencias de los hospitales, en nuestro país fue decretado el confinamiento sanitario generalizado amparándose en una figura jurídica como es el estado de alarma, que no anula pero sí restringe derechos fundamentales de los ciudadanos, esto es, capacidades individuales como son la movilidad o la libre circulación de personas.

Este confinamiento generalizado por razones sanitarias de la población de un país es, como la cuarentena que pueda decretarse dentro del mismo, un dispositivo biopolítico limitativo (que por razones de salud pública define y limita -no sana ni previene inmunizando- la enfermedad de algunos sujetos del Estado en cuestión) pero, debido a la extensión de la población sobre la que se aplica, puede decirse en verdad que ya está a las puertas de la tanatopolítica, pues no discrimina entre sanos y potenciales enfermos y está mucho más orientado a administrar que a evitar las muertes. Con la cuarentena se recluye preventivamente a una parte de la población, a los enfermos potenciales, para que no infecte al resto; el confinamiento sanitario generalizado se aplica a toda la población.

Efecto colateral de este tipo de confinamiento en el contexto de la crisis del coronavirus fue que las residencias de ancianos quedasen excluidas del sistema de urgencias hospitalarias, lo cual provocó un aumento sin precedentes de su producción en tanto que dispositivos tanatopolíticos. Porque, reconozcámoslo desde el principio, las eufemísticamente llamadas "residencias de mayores" no son sino lugares en los que una persona "de la tercera edad" entra generalmente por su propio pie y sale generalmente con los pies por delante.

La definición no debe escandalizarnos. Dispositivos humanos son aquellos que procesan seres humanos. Homo sapiens es su materia. Y serán humanitarios u homicidas según los seres humanos salgan de tales artefactos de procesamiento vivos o muertos, respectivamente. Si el producto de estos dispositivos es una parte de la población definida por un Estado, se dice que son dispositivos biopolíticos; pero cuando el producto es la muerte y la materia a procesar forma parte del Estado, entonces se trata de un dispositivo tanatopolítico.

Las disciplinas de las que tanto habló el filósofo francés Michel Foucault (sean éstas militares, escolares, sanitarias o penitenciarias), las campañas de vacunación y el confinamiento sanitario generalizado que tienen lugar dentro de cualquier país son dispositivos biopolíticos, sensu stricto, pero la secuencia histórica de su aparición no deja de ser significativa. Su capacidad potenciadora es cada vez menor: habilitación, inmunización y, finalmente, mera limitación a la espera del fin.

Las disciplinas definen un entorno de población (mozos, estudiantes, enfermos, delincuentes) y habilitan, esto es, disciplinan militarmente, forman académicamente, curan o rehabilitan según el caso; los dispositivos inmunitarios también definen un entorno de población, generalmente infantil, pero no habilitan o potencian una capacidad humana sino que están destinados a prevenir un contagio o evitar la posible enfermedad de un sujeto mediante su inmunización; los dispositivos limitativos, en fin, también definen o señalan sectores de población pero no desarrollan capacidades de un ser humano y tampoco lo preservan inmunizándolo sino que, antes bien, lo merman en alguna de sus capacidades (reproductoras, motoras, etc.).

La asistencia a los ancianos hasta su último aliento ha formado tradicionalmente parte de la caridad pública y de la piedad filial. Es un hecho. Que un Estado la asuma es comprensible. Lo preocupante no es que las residencias para la tercera edad sean dispositivos tanatopolíticos. Lo preocupante es que en esta crisis del coronavirus se haya iniciado una tendencia tanatopolítica, es decir, que el ritmo de "producción" de estos dispositivos se haya visto incrementado artificialmente por una decisión política. En algún momento habrá que hacer el recuento completo de todos los fallecidos en estos establecimientos durante la crisis del coronavirus. En la Comunidad de Madrid, en España y en el mundo entero.

Lo verdaderamente escalofriante es que en nuestro propio país, cuyos representantes políticos no paran de repetir de múltiples formas almibaradas la Declaración Universal de los Derechos Humanos, un Estado que proclama con orgullo la excelencia y universalidad de su asistencia sanitaria haya permitido (pues no juzgar a los responsables es una forma de permisión) que una tendencia así se haya producido bajo su jurisdicción. ¿Quién rompió el protocolo que lleva a un anciano enfermo internado en una residencia a un hospital público? ¿Quién decidió dejar a los enfermos internos de las residencias de mayores en sus respectivos últimos hogares, al cuidado de enfermería o de doctores con medios insuficientes, en el mejor de los casos, cuando no de meros auxiliares? E incluso: ¿quién en las urgencias de los hospitales eligió relegarlos en favor de los más jóvenes? La excepcionalidad de la situación producida por la pandemia no puede justificar el hecho. De otro modo, estaremos empezando a considerar como algo normal que un Estado se arrogue el derecho cuasi divino (más bien humano, demasiado humano) a decidir quiénes deben vivir y quiénes no, porque sus vidas no son tan dignas o son directamente indignas de ser vividas.

Las declaraciones internacionales o universales no son vinculantes. No en todos los países del mundo se respetan los derechos humanos. Pero la mayoría de los países de nuestro entorno y el nuestro propio han reconocido tales derechos en sus constituciones. Hora es de que las apliquen.

Raúl Fernández Vítores es profesor de Filosofía, autor de Tanatopolítica (Páginas de Espuma) y coautor de Para entender el Holocausto (Confluencias).

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