Una tercera "herida de identidad"

Por Jean Daniel, director de Le Nouvel Observateur. Traducción de News Clips (EL PAÍS, 26/11/05):

Saliendo de un desconcertante silencio, Jacques Chirac ha considerado que estamos viviendo una "crisis de identidad, de sentido y de referencias". Era cierto mucho a ntes de las revueltas de los suburbios. Esto no explica las reacciones en el extranjero. Guerra civil en Francia, París a sangre y fuego, Intifada a la francesa; de este tipo son los titulares que se han podido ver en las portadas de la prensa extranjera durante una semana, todo ello acompañado por imágenes de la CNN que evocan una situación sencillamente iraquí. Sin embargo, nos equivocaríamos si no viéramos en esta burda dramatización más que la expresión de un celo vengativo. Sin duda ha quedado de manifiesto cierto menosprecio sermoneador, sobre todo por parte de los anglosajones. Y principalmente por parte de los británicos, que han aprovechado la ocasión para recordarnos que, a pesar de nuestros aires de grandeza, nuestro método, o más bien, como se dice actualmente, nuestro "modelo" de integración, no es mejor que el de Gran Bretaña. Nosotros, en todo caso, hemos conseguido evitar en Francia el tipo de medidas que Tony Blair ha intentado -en vano- que adopte su Parlamento para reprimir el terrorismo, que habrían renegado de 30 años de política comunitarista y habrían hecho palidecer de envidia a Nicolas Sarkozy.

Pero hay algo más en esta exageración. Hay una mezcla de sentimientos que hemos compartido: el impacto de la sorpresa y el miedo al contagio. En Alemania, España, Italia, está muy claro, todos los debates giran en torno a la pregunta ¿nos puede ocurrir a nosotros? ¿Por qué esta pregunta, si los vándalos son lo contrario de los terroristas?: no matan, no se suicidan, no se esconden. Pero nuestros alborotadores de los suburbios parecen tomar el relevo de una violencia general que lleva a todas las amalgamas, como si la conjunción de la inmigración y del islam sólo pudiera desembocar en el terrorismo.

Algunos lo han entendido bien, como el futbolista Lilian Thuram y la estrella de rap Akhenaton, ambos surgidos de los suburbios. Ellos no se han mostrado insolidarios con los alborotadores, o, en todo caso, no completamente. Han recordado incluso que desde hacía mucho tiempo consideraban inevitable la explosión. Pero han expresado su temor a que las amalgamas surgidas entre musulmanes y terroristas desde los atentados de Nueva York, Londres y Madrid, sólo puedan agravarse después de la quema de coches, y sobre todo de escuelas, a veces infantiles, incendiadas en todo el territorio nacional. No se puede impedir a nadie tener más o menos discretamente la sensación de que estos alborotadores constituyen una mano de obra virtual para los organizadores de la violencia antioccidental. Una vez hecha la amalgama, ya tenemos al enemigo. Y para combatirle, nuestra sociedad necesita a todo el mundo, quizá, sobre todo, a las víctimas de esta alianza. Porque la indispensable lucha contra la discriminación debe ir acompañada de la conciencia de que no se trata sólo de racistas o xenófobos. No se impedirá a la televisión difundir todos los días informaciones sobre la violencia islamista en el mundo. Y tampoco se impedirá a los telespectadores dudar de que haya, entre nosotros, cómplices de esta violencia. Es la razón por la que la condena masiva de la violencia por parte de la sociedad musulmana de Francia y Europa nunca ha tenido tanta importancia.

No es nuestro ministro del Interior quien ha prendido fuego a los coches, pero culpo a Sarkozy de haber hecho todo lo posible para que se le acuse. No podía haberse comportado de mejor manera para hacer de él un cabeza de turco. Le Pen tiene razón: la expresión "chusma" se va a pegar a la piel de Nicolas Sarkozy como el famoso "detalle" de la historia [referido a las cámaras de gas del nazismo] se pegó a la de Jean-Marie Le Pen. Por lo que a mí respecta, culpo sobre todo al ministro del Interior de suscitar deliberadamente contra él una hostilidad que puede llevar a la izquierda a un angelismo masoquista y a una tentación de victimizar a los autores de la violencia. Si se diera este caso, nos alejaríamos de cualquier solución consensuada para aplacar los ánimos, reparar los destrozos y sentar las bases de una vida en común más digna e igualitaria. Eso puede llevarnos a lo peor, es decir, a la ideologización artificial de la explosión.

Hablemos ahora del "modelo francés". Se dice que ha fracasado. Es falso. Cuando fue aplicado, fue perfectamente bien. Cuando dejó de aplicarse, no fue sustituido. El que se le tilde, para burlarse de él, de "republicano", "jacobino", "centralizador" o "laico", no quita que haya puesto a punto una máquina maravillosamente eficaz para fabricar franceses. ¿Cuál era el modelo? Era la escuela republicana, el reclutamiento en el ejército, la fuerza de los sindicatos integradores y la ausencia de guetos étnicos. Era la primacía concedida al idioma y a la enseñanza de la cultura francesa por encima de las de los países de origen de nuestros inmigrantes. Nos hemos mantenido firmes en el asunto del velo en las escuelas y hemos empezado por fin a volver a hablar tímidamente de un servicio cívico nacional. Todo el resto se ha barrido, en el desorden y la pasividad, en beneficio de un comunitarismo siempre denunciado pero sólidamente instalado. Yo siempre he escrito que el crimen de Le Pen era el habernos privado de la idea que teníamos de la inmigración al inyectar en sus comentarios el veneno del racismo, la xenofobia y el odio. Pero hoy le resulta muy fácil subrayar que la inmigración ha sido masiva y descontrolada y que los inmigrantes han sido abandonados a una suerte que se ha vuelto trágica en los suburbios. Con una diferencia, sin embargo, que no es pequeña: ese hecho comprobado le conducía a querer expulsar a los inmigrantes, mientras que a nosotros nos incitaba a prever, preparar y organizar su acogida.

Para los que siguen amando a nuestra República y se sienten por ello solidarios con sus desengaños, aquí tienen, según las palabras de Freud, una tercera "herida de identidad" sufrida en unos pocos años. Está, para empezar, el tanteo electoral que llevó a Jean-Marie Le Pen a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2002. Y después, la división de las élites y del pueblo francés en el no ala Constitución europea en el referéndum del 29 de mayo de 2005. En la actualidad tenemos esta manifestación traumatizante de un vandalismo populista.

Yo no subestimo en modo alguno la dimensión lúdica de todas esas fogatas encendidas para desafiar a los poseedores, seguro de que se va a ser más hábil que el vecino a la hora de conseguir los honores de la televisión en una competición salvaje y liberadora. Tiendo incluso a considerar muy importante este componente. Pero no por ello creo, como Emmanuel Todd, que los alborotadores, por su misma violencia, dan muestras de una integración real. Ellos se han o les han metido en guetos, como excluidos, lo que ha bastado para convertirles en sublevados nihilistas y no en rebeldes. La película, de todo punto premonitoria, de Mathie Kassovitz La haine (El odio) ha mostrado muy bien que estas bandas no formaban siquiera una comunidad en la nueva sociedad comunitaria.

Entonces, ¿se puede volver a exhumar y reanimar ese famoso modelo francés? Bueno, yo ya no lo creo. Sería un combate de retaguardia. Francia ha cambiado y tiene que mirar de frente a su nuevo rostro multicultural. Soy partidario, desde ahora y por primera vez, de la discriminación positiva y me parece sorprendente que no haya en la Asamblea Nacional ni un solo diputado salido de la inmigración. No creo que se pueda, por ejemplo, impedir al Consejo representativo de las Instituciones Judías de Francia (CRIF) que convoque regularmente al primer ministro para pedirle cuentas, ni, sobre todo, disolver el Consejo Francés del Culto musulmán (CFCM) en el que figura un representante de las fuerzas islámicas que, según nos reveló un programa de Planète, había sido condenado por "sevicias en el culto". Sin duda, los proyectos del Gobierno relativos al empleo de los jóvenes y la renovación urbana no son indiferentes. Pero no está claro cómo podría intentarse algo serio en ningún ámbito si, por una justicia implacablemente republicana, la autoridad del Estado no se restableciera más que por las desastrosas vacilaciones de nuestro presidente de la República.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *