Una transición inacabada

Veinte años es tiempo suficiente para hacer balance en casi todos los ámbitos, desde la vida privada a la política internacional. Cierto, para los historiadores no es mucho, apenas un guiño; a ellos les corresponde analizar tramos más largos y ponerlos en perspectiva. La dificultad de analizar la importancia histórica de los grandes acontecimientos mientras suceden en tiempo real fue puesta de manifiesto y con talento por Timothy Garton Ash en 1999 con su obra Historia del presente (publicada en España por Tusquets Editores en el 2000).

El muro de Berlín cayó, vimos pasar la década de los años 90 del siglo XX, y el nuevo siglo empezó en el 2001 con algunas noticias, como la llegada de la Administración de Bush, los atentados del 11 de septiembre del 2001, la entrada del euro, la ampliación masiva de la Unión Europea hacia el Este y otras varias novedades. Pero ahora tenemos ya alguna perspectiva adicional, si de lo que se trata es de medir el tiempo transcurrido desde el fin del mundo bipolar. ¿Qué perspectiva? La que consiste en comparar lo que podríamos denominar sistemas internacionales comparados. Esto es, cómo cambia el mundo en periodos más o menos largos.

POR EJEMPLO, lo que los expertos llaman «el mundo westfaliano» –basado en las relaciones entre los estados soberanos a partir de la Paz de Westfalia (Alemania), de 1648– sentó las bases de un nuevo sistema internacional. Y algunos de sus fundamentos últimos todavía funcionan, como el doble principio de igualdad entre estados soberanos y la no injerencia en los asuntos internos de los mismos, que sustenta al menos formalmente la Carta de las Naciones Unidas. El mundo del siglo XIX, desde la caída de Napoleón en 1814 hasta el inicio de la primera guerra mundial, a su vez, marcó otra etapa estructural de 100 años, y en 1918 se vino abajo con la desintegración de tres imperios, el ruso, el otomano y el austrohúngaro. La reordenación del sistema internacional subsiguiente fue espectacular. Baste recordar que el punto geopolítico de contacto entre estos tres gigantes se situaba en los Balcanes.

CABRÍA mencionar el mundo de entreguerras, como se conoce coloquialmente a los años que median entre ambas guerras mundiales, cuando el mundo procedió a algún ensayo novedoso: la Sociedad de Naciones. Que el mundo de 1918 clamaba por algún tipo de organización internacional capaz de evitar la repetición de desgracias como la primera guerra mundial, nadie lo duda. Que la Sociedad de Naciones fue un fracaso planetario, tampoco, pues duró apenas dos décadas, el tiempo que los países tardaron en lanzarse a la segunda guerra mundial. Por ello, es lógico centrar la atención en el mundo de la posguerra, el que va de 1945 a 1989, lo que muchos llaman «el mundo contemporáneo». Cubre una larga etapa estructural que ha contemplado fenómenos tan variados como variopintos. Por ejemplo, la descolonización, que durante tres décadas produjo una multiplicación del número de estados en el planeta. La ONU se fundó en 1945 con 51 estados miembros, y su multiplicación por tres en 1989 era la resultante de dicho fenómeno. Pero, a la vez, a partir de 1947, el comienzo de la guerra fría transformó el (supuesto) consenso de 1945 en el mundo bipolar, y bajo su paraguas, la humanidad hubo de acostumbrarse a vivir bajo la sombra de la carrera nuclear. Es decir, la competición no referida a la energía nuclear y sus variados usos pacíficos (y las polémicas que la han acompañado hasta hoy en día), sino a quién tenía más armas nucleares y más destructivas.
Reducir el mundo de la posguerra a la carrera nuclear y al equilibrio del terror sería excesivo, porque a la vez el mundo conoció, desde 1945 hasta 1990, alrededor de 135 conflictos armados, de manera que la famosa distensión solo funcionó verdaderamente entre unos pocos, que esencialmente fueron dos, Estados Unidos y la Unión Soviética. Pero es cierto que el sistema internacional estuvo muy sobredeterminado por este peculiar equilibrio de poderes entre las dos superpotencias.

LA CUESTIÓN está en ver, desde la caída del muro de Berlín en 1989 hasta hoy, qué elementos del mundo bipolar perviven, frente a los que han cambiado. Las tensiones entre Estados Unidos y Rusia bajo George W. Bush y Vladimir Putin en estos últimos años, ¿eran o solo parecían una reedición de la guerra fría? O bien: ¿la polémica sobre los sistemas antimisiles por desplegar (y ahora en suspenso) en Polonia y la República Checa es una réplica de la guerra de las galaxias de Ronald Reagan de los años 80? En cuanto al famoso ascenso de China y de un mundo multipolar, se hablaba ya de ello a partir de 1980, y del siempre frustrante proceso europeo comunitario, ya se quejaban muchos en 1987, cuando el Acta Única frustró el llamado Proyecto Spinelli de Constitución Europea (gestado entre 1984 y 1986).
No es fácil medir cambios complejos. La caída del muro de Berlín fue estéticamente brillante, una emocionante explosión democrática, pero las causas y efectos que la acompañaron son más complejos de medir de lo que parece.

Pere Vilanova, catedrático de Ciencia Política (UB) y analista del Ministerio de Defensa.