Una varita mágica

Sepultados por el alud de propuestas económicas con que unos y otros nos han obsequiado durante la campaña, llega el momento de salir a respirar; al proceder esas propuestas no ya de un dúo, sino de un conjunto de solistas más variados, la tarea es urgente: como dejemos que los sonidos de los instrumentos empiecen a chocar entre sí, el resultado será una cacofonía insoportable. Es necesario disponer de un principio ordenador, una varita mágica que permita separar la cizaña del grano.

¿Cuál debe ser la contribución de nuestra economía a la construcción de una sociedad mejor? La respuesta, la varita mágica, ha sido bien desarrollada por Miquel Puig (La gran estafa, ed. Pasado & Presente), y es escueta: crear un gran número de empleos que permitan pagar salarios más altos que los actuales. La tesis se sustenta en una sencilla observación: los países prósperos son países de salarios altos. Ese es, huelga decirlo, el único objetivo compatible con el nivel de prestaciones públicas –sanidad, educación y pensiones– que consideramos adecuado.

¡Una verdad de Perogrullo! No, si se lee con cuidado. No basta con presumir de número de puestos creados, han de ser buenos; no “de calidad” que no quiere decir nada, sino con sueldos altos, algo que se puede medir. Es cierto que tratar de compensar la enorme destrucción del principio de la crisis con empleos precarios de bajos sueldos ha sido mejor que nada, pero ha llegado el momento de ir corrigiendo el rumbo, porque la senda de los salarios descendentes no lleva a ninguna parte. No se habla de subir los sueldos sin más, porque lo que hace posible unos sueldos más altos es la mayor productividad de los empleos, no el Gobierno, ni el Parlamento, ni la calle, aunque unos y otros pueden influir en que el reparto de esa productividad sea equitativo. Por eso se habla de empleos que permitan –y no de alguien que exija– salarios altos.

Nuestro sencillo enunciado permite ir separando, en la avalancha de propuestas, el grano de la paja: basta con decir que sí a una medida que nos acerque al objetivo, que no en caso contrario. Por ejemplo: ¿Derogar la reforma laboral? No. ¿Profundizarla, como aconseja el FMI? Tampoco. ¿Subir el salario mínimo? Sí, pero con cuidado. ¿Contrato único? Casi seguro que no. ¿Barcelona World? ¡Claro que no! Y así sucesivamente. Algunas respuestas son más fáciles, otras menos. Pero imaginemos que, provistos de nuestra varita mágica y ante el anuncio de una medida cualquiera, hubiéramos podido enjuiciarla con la varita mágica de nuestro objetivo: ¿Tendríamos tantos kilómetros de AVE, tantos aeropuertos vacíos? ¿No habríamos empleado los recursos gastados en algo más productivo? ¿No estaríamos acaso en un país mejor?

La varita mágica puede darnos un principio, pero no hacer nuestro trabajo. Acercarnos al objetivo es una tarea lenta y laboriosa, que requiere inteligencia y tesón y cuyos premios están en el futuro distante.

Recordemos, por cierto, quién es el sujeto de nuestro enunciado, el responsable de crear esos empleos: es la sociedad entera, cada cual en su sitio. El sistema educativo ha de mejorar su calidad y ampliar sus salidas, pero no hace falta ponerlo patas arriba cada cuatro años; el mercado laboral puede operar mejor (los servicios públicos de empleo necesitan una fuerte sacudida), pero uno y otro son sólo actores de apoyo. Un papel más importante tienen los padres, que han de procurar que sus hijos se formen por las buenas o por las malas y han de convencerles de que acepten los trabajos que salgan allí donde salgan. Y sobre todo no olvidemos a los empresarios, pieza estelar de la solución, porque a ellos confía nuestra sociedad la función de crear los empleos productivos necesarios. Una tarea nada fácil, que requiere no sólo trabajo, sino inteligencia y un cierto amor al riesgo, para huir de lo fácil, que es también lo menos productivo. Si lo hacen, está bien que ganen lo que puedan, siempre, claro está, que paguen los impuestos que les toque.

Claro que seguir nuestro principio no arregla toda la sociedad, porque hay otras cosas más importantes que cultivar; pero no olvidemos que crea los recursos que hacen posible mejorarla. Recordémoslo frente al torbellino que querrá arrastrarnos: una economía de mercado con mucho empleo y sueldos altos. Un objetivo aún distante, pero accesible.

Alfredo Pastor, cátedra Iese - Banc Sabadell de Economías Emergentes.

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