Una ventana a la esperanza

A veces me pregunto qué habrá detrás de Zapatero, y no quiero aventurar una respuesta. Prefiero el misterio insondable de la duda, pues no es propio de un ser razonable persistir en su posición en medio del fracaso casi absoluto de su política y de su proyecto. ¿En verdad es el autor del proyecto político que le ha llevado a implantar tanta desazón y rencores, tal paranoia de fantasmas del pasado, del peor ayer de este país? Me resisto a creer que todo ello sea fruto de la mente del que era mi amigo y buen muchacho de León. Había en él un fundamento de esperanza, una superación del pasado fratricida de España. Insisto: me resisto a creer que todo cuanto sucede sea achacable a él, a su temeraria obstinación, a esa fría mirada metálica, como me decía un convicto catedrático de izquierdas. Por eso hace algunos años escribí capciosamente un artículo titulado La partitura de Mozart (La Razón, 30-IV-2006), que tal vez pocos entendieron. Por aquel entonces me temía las tremendas palabras de Dante en el Canto V, el Infierno, de la Divina Comedia: «¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!».

Aún así, no he abandonado todavía la última esperanza, pues la verdad liberará nuestra imaginación para aguardar un día nítido, tras la tempestad social y política que vivimos. Siempre se da una causa para enderezar el camino. Esa causa, hoy precaria, será el sentido común, y, quién sabe, si no la justicia o la Unión Europea. Si la política se desentiende de la justicia, se desperdicia su tutela cupular, y toda la sociedad queda sin resguardo, a merced de los elementos de la naturaleza. Nada es posible si se infringen las leyes supremas de la natura. No en vano el genio de la manipulación de la política, Maquiavelo, otorga al político (el Príncipe) una imprescindible cualidad: la virtù, es decir, la suerte o la fortuna. Una connotación que no ha acompañado a Zapatero durante su sexenio en el poder.

Un gobernante no sólo ha de ser prudente, respetuoso con los ciudadanos y sus costumbres –algo que Maquiavelo no predicaba–, sino que ni puede engañar a sus semejantes ni menos aún desatender sus demandas u opiniones. Hoy, como nunca, el gobernante ha de escuchar la voz de la calle; lo contrario a lo que hiciera Felipe González en su desafortunado mandato final refiriéndose a la «opinión publicada», o Aznar al desoír las manifestaciones en su segundo mandato. El divorcio del pueblo destruye la legitimidad casi siempre. Es un axioma del poder desde los tiempos de la polis griega en los balbuceos de la democracia. González aprendió la lección de tal manera que hoy se ha tornado la garantía de la esperanza aquende y allende los Pirineos. Los mercados y las instituciones internacionales fían en él y se fían de él, porque ha reacreditado su astucia y su prudencia al afrontar los problemas y retos de la sociedad ante la crisis que padecemos. Una sociedad desnuda, sin cautelas ni categorías que la mantengan en pie, sin esa escala básica de valores que ordenan la convivencia y la tranquilidad de los pueblos. Me resisto a pensar que la ruptura de nuestra escala de valores sea fruto de una filosofía social del PSOE que tantos ejemplos otorgó de sensatez y prudencia a lo largo de la transición. Romper todo eso equivale a volver a empezar, pero a partir de heridas y resentimientos que distorsionan la perspectiva de las cosas, y dificultan los esquemas del buen gobierno.

Todo lo cual no puede caber en la conducta de un gran partido como el PSOE. Me resisto a creer que cuanto acontece sea solo producto de una errada óptica de los socialistas. ¿No serán ellos, justamente, las primeras víctimas de esta monumental distorsión que tantas desconfianzas genera en los mercados, en la UE, en EEUU, en las finanzas internacionales? González es hoy para algunos el máximo avalista para salir de este túnel, en el supuesto de no acudir pronto a las urnas, el otro remedio hipotético. Los socialistas atesoran todavía mentes de suficiente luz para alumbrar las vías que conduzcan hacia la esperanza, y nos alejen de ese infierno del Dante.

Mas, todo ello sin vendettas ni cainismos. En la historia política de España hubo un exceso de cainismos, y jamás nos condujeron al buen camino, a la construcción de los puentes del diálogo y del entendimiento, sin los cuales resulta improbable superar los errores y las desdichas. Esta hora presente exige todo eso en dosis masivas y solidarias. Primero, el pueblo; después, las conveniencias de los partidos políticos. Sin lo cual no se dará la oportunidad de plantear correctamente las cosas, y de rectificar los errores del dispendio y de la discordia. Creo firmemente que el PSOE es hoy la víctima principal de unas ideas y unos errores inducidos por las erráticas políticas de Zapatero. Es el partido el que ha de tomar la iniciativa, sacarnos de este pozo de pesimismo en el que tristemente habitamos. Cicerón lo avisó certeramente más de 2.000 años atrás: «La patria, Catilina, así actúa y en cierto modo callada te dice: vete» (Catilinaria I). Yo prefiero eso a la trágica sentencia del Canto V de la Divina Comedia. Hoy, como nunca, los ciudadanos merecemos la esperanza.

Manuel Milián Mestre, ex diputado del PP.