Una victoria clara, una derrota asumible

Ha sido una victoria clara y amplia la del PP, además de muy repartida. Más clara y más amplia de lo que parece, y por eso mismo puede que más significativa. Esas derivadas las iremos viendo con el paso de los días pero, en esta aproximación inicial, y en cuanto se desciende a los primeros detalles de los resultados se tiene la impresión creciente de que el mensaje político de advertencia enviado por los españoles al gobierno es serio y es general.

Digamos de antemano que nadie podrá decir que el Partido Socialista se ha hundido en las urnas. No será verdad pero, si se observa bien, se comprueba cómo se le han abierto al equipo de José Luis Rodríguez Zapatero muchas pequeñas vías de agua que le anuncian problemas crecientes para mantener su embarcación a flote. Son muchas las comunidades que le han dado la espalda al partido en el Gobierno y en algunas en las que ha ganado claramente, como es Cataluña, la abstención ha alcanzado niveles de escándalo: casi un 63%.

Eso significa que el gran feudo socialista que, junto con Andalucía, es la garantía de sus victorias electorales, le ha dado rotundamente la espalda no acudiendo a votar. Hará bien el presidente Zapatero en tomar nota del recado que le acaban de mandar los catalanes, que podría ser algo así como «con nosotros ya no cuentes». El que el PSC se haya alzado con el 36% raspado de los votos emitidos (porque, insisto, son muchos más los no emitidos) y que se coloque 13,5 puntos por encima de los nacionalistas de CiU no va a ser capaz de disimular que el partido de Montilla ha perdido 200.000 votos respecto de las anteriores elecciones europeas. Mucho es eso y ni si quiera los esfuerzos del president por vendernos el éxito de «la opción de izquierdas y catalanista» va a evitar que la resaca electoral acabe empeorando los efectos del varapalo recibido ayer en la inmensa mayor parte de España.

Son muy pocas las comunidades en las que el PSOE gana y, salvo en Cataluña, gana por una diferencia infinitamente menor de la que sustenta la alegría de los populares. Por lo que se refiere al PP, nadie podrá decir hoy que el partido de Rajoy ha logrado sacar la cabeza gracias exclusivamente a sus dos eternos feudos políticos, tan zarandeados por otra parte en los últimos tiempos, como son Valencia y Madrid. Una primera ojeada sobre los resultados dice que los hombres y mujeres de Mariano Rajoy han ganado a los de Zapatero en 11 comunidades autónomas, además de en las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla. Y que los porcentajes de la victoria son tan espectaculares como los que arroja Murcia (más de 30 puntos), Galicia (16 puntos), Castilla y León (casi 15 puntos), Valencia (casi 15 puntos) y Madrid (más de 13 puntos). No es, por lo tanto, una victoria pequeña ni limitada y esa consideración es la que permitió anoche a los líderes del PP salir al balcón de Génova en estado de euforia no contenida. Es verdad también que, a primera vista, los dos escaños de ventaja logrados por el Partido Popular podrán parecer escasos a quienes, justamente al comienzo de la campaña, habían aventurado una auténtica barrida política sobre el PSOE.

Pero hay que recordar primero que España tiene ahora cuatro escaños menos en el Parlamento Europeo de los que tenía en 2004 y nada menos que diez escaños menos que los que tuvo en 1994, cuando el PP de José María Aznar logró una estratosférica diferencia de diez puntos sobre el Partido Socialista, por entonces sumido en la tribulación política y en un liderazgo tambaleante. Por eso las relativas a los escaños no pueden ser hoy magnitudes comparables. Hay que ir de momento a los porcentajes obtenidos por los partidos y ahí es donde las cosas se ven con mayor claridad.

Tiene razón Mariano Rajoy cuando subrayaba ayer noche que éste ha sido el mejor resultado obtenido por el PP en la historia de los comicios europeos, pero tampoco le va a ser posible ignorar que su partido sólo ha subido 200.000 votos, aunque se consuele sabiendo que el PSOE ha perdido más de 700.000 que se han repartido entre la abstención y el apoyo a otros partidos menores.

Vayamos ahora con el sobado asunto del liderazgo de Rajoy. Habrá muchos descontentos en su partido, se pondrán muy nerviosos asistiendo a los prolongados silencios de su líder y a la administración de los tiempos muertos que es una de las características del gallego. Se sumarán por decenas los que comparten la maliciosa pregunta formulada por uno de sus más destacados dirigentes: «¿Perder las europeas para ganar las generales, o ganar las europeas y acabar perdiendo las generales?». No hay caso. En este momento, e insisto en que una vez examinados despacio los datos población por población, comunidad por comunidad, quizá exageraríamos si habláramos de un cambio de ciclo pero no exageramos nada si sostenemos que, pese a los episodios judiciales que cosan y seguirán acosando al PP, pese a las acusaciones de ultraderechismo y de carencia de propuestas para salir de la crisis, lo que los electores han dejado escrito ayer es que no descartan, ni muchísimo menos, entregarle el poder a Mariano Rajoy en el futuro.

Esta va a ser la última vez que el líder popular se tenga que «examinar de selectividad», cosa que ha venido teniendo que hacer desde hace un año. De aquí en adelante, salvo que las municipales digan otra cosa, Rajoy queda asentado en su partido y con la fuerza suficiente como para preparar con tranquilidad y con la seguridad del poder interno y del respeto externo las siguientes convocatorias electorales. Disputa terminada, especulaciones agotadas.

Se acabó la práctica del escrutinio de gestos, humores, reuniones en la sombra y mensajes con diez derivadas. A partir de ahora veremos como ninguno de los líderes populares le hacen un ruido a Rajoy. Ha ganado, ha ganado con claridad y en gran parte de España. Fin.

¿Significa eso que Zapatero va a ser cuestionado en el seno de su partido? De ninguna manera. La crisis que padecemos y la poca confianza que los ciudadanos tienen ahora mismo sobre el presente y el inmediato futuro podría haberle tumbado en las elecciones de ayer, y no ha sucedido así. De hecho, la izquierda europea ha salido mucho peor parada en su conjunto de lo que ha salido el Partido Socialista Obrero Español. De modo que el PSOE se lamerá las heridas en silencio, aguantará el tirón y se enfrentará con un ánimo demediado a la realidad de su minoría parlamentaria, una herida sobre la que el PP se encargará de echar sal. Pero no pasará nada más. Nada que se parezca ni de lejos a una crisis.

Hay un par de elementos, o más bien tres, que deben ser subrayados en este apunte de urgencia. Uno, que el PNV ha logrado unos resultados más que dignos después de haber sufrido el trauma de su salida del gobierno de Vitoria. Ha perdido algo más de 40.000 votos, es verdad, y más de seis puntos porcentuales, pero su directo rival, el PSE, no ha conseguido ni arrebatarle la primogenitura ni aumentar más allá de 900 votos. Importante dato que habrá que valorar con más calma.

El segundo aspecto, muy de celebrar, es que el partido proetarra de Alfonso Sastre no ha conseguido entrar en el Parlamento de Estrasburgo. Aleluya. Pero, ojo, que respecto de las elecciones autonómicas vascas del uno de marzo, los apoyos recibidos por los batasunos disfrazados ha subido en algo más de 14.000 votos, y hay otros 60.000 que proceden del resto de España. En cualquier caso, toda una alegría constatar que el intento de ETA de lograr representación europea ha fracasado.

Rosa Díez y su partido Unión Progreso y Democracia ha conseguido un escaño aunque no ha logrado ni de lejos su sueño de sobrepasar a Izquierda Unida: más de 130.000 votos a favor de IU separan a ambas formaciones. Y por lo que al partido de Cayo Lara se refiere, constatar que ha perdido la mitad de los votos que le separan de UPyD, a pesar de haber presentado a un excelente candidato como es el ya eurodiputado Willy Meyer.

En definitiva, unas elecciones que ni matan al perdedor ni aseguran futuras victorias al ganador pero sí le apuntalan al frente de su partido y ante la opinión pública española. A partir de ahora puede que empecemos a ver cómo se dulcifica aquel viejo clima que la propaganda electoral del PSOE ha querido reproducir en esta campaña, según el cual el PP y su gente, votantes incluidos, formaban parte de una turba de energúmenos políticos en torno a los que convenía tender un cordón de seguridad para que el país no quedara contaminado por sus desatinos. La estrategia electoral diseñada por el partido en el Gobierno no ha dado los resultados buscados por Ferraz. Todo lo contrario. Resulta por eso tranquilizador comprobar como los españoles, de derechas y de izquierdas, han madurado lo bastante como para no creer ya en que viene el coco cuando se habla de uno de los dos grandes partidos que pueden gobernar España.

En el medio de toda la campaña han quedado absortos, silenciosos, un mucho abandonados, los electores de centro a los que no se ha dirigido casi nadie. Esos electores que, llegada la hora de la verdad, cuando de lo que se trata es de optar al Gobierno, son los que deciden las victorias. Quizá, y visto el resultado de estos comicios recién celebrados, a los responsables políticos no les quede más remedio que volver la vista atrás y fijarse de nuevo en su discreta pero decisiva existencia, por que los necesitan para vivir en el poder.

Victoria Prego, periodista y adjunta al Director del diario EL MUNDO.