No es Barcelona el lugar más idóneo para echar un vistazo al Partido Popular en España, y no porque carezca de base sociológica, que la tiene y en expansión, sino porque aquí pesan dos factores, divertidos, aunque poco útiles como herramienta para el análisis. El primero es la falsa conciencia. La inteligencia mediática autóctona considera al PP como algo ajeno, como un grupo político recién llegado de la Meseta, con mayúscula. El otro factor es la hipocresía. La derecha catalanista gobernante tiene en el PP, ya sea central o local, su socio más fiel, pero no le gusta que aparezca como pareja, prefiere tratarla como amante; oculta y circunstancial. Cuando a un columnista de acá le asalta la duda sobre qué demonios escribir y está obligado por contrato, el recurso es darle una hostia al PP. Pasaba con Rusia en la época de la prensa del Movimiento. Un hábito que complace a la parroquia y ratifica que estamos donde siempre estuvimos, lo que es manifiestamente falso. Destrozado el PSOE en todos los frentes, con una moral de combate que se reduce a la supervivencia, y confiando exclusivamente en el mago Rubalcaba - ¡lo que no se le ocurraaAlfredo!-entramos en una fase política clínicamente terminal. Nos amenazan siete meses de guerra de trincheras. La táctica socialista, expresada textualmente por el aspirante a milagrero, no puede consistir en "el miedo a que venga la derecha". Un imposible: la derecha no puede venir porque ya llegó.
En una guerra de posiciones, a diferencia de una confrontación de estrategias, cada ejército combatiente usa lo primero que tiene a mano. El PSOE y sus voceros se han lanzado a las partes bajas del Mediterráneo y del PP. La corrupción. Cada diez días, más o menos, se le da relevancia a un nuevo caso de corrupción entre las filas populares, con especial delectación en las conversaciones golfas de los altos cargos, corruptos o corruptores. ¿Que el PP es el partido más corrupto de España? Admitámoslo y seamos consecuentes: si el PP es el primer partido en corrupción, el PSOE es el segundo. A partir de aquí entramos en la guerra de trincheras. Una discusión entre hinchas. ¿Es el PSOE más corrupto que el PP, o al revés?
El PP tiene un problema muy serio con la corrupción. Y también el PSOE, y Convergencia, y Unió, y los españoles en general, que estamos metidos hasta el cuello en un tejido mafioso; pequeñas taifas en régimen de cuasi monopolio. El sistema que aplicamos consiste en que cada grupo sólo denuncia la corrupción del adversario y así estamos, de momento con los trajes de Camps, Gürtel y esa alcaldía de Alicante tan golfa que parece una discoteca en fin de semana. El intento del PSOE de definir al PP como "el partido de la corrupción" es aún más simple que aquello del doberman que nos amenazaba.
Hay un momento trascendental para la historia de la corrupción en la España democrática. Deberíamos recordarlo año tras año, si los medios de comunicación estuviéramos limpios de polvos y de pajas, ay. Aún me subleva recordarlo. El PP y Esperanza Aguirre se quedaban sin la autonomía madrileña y sin su inmensa reserva inmobiliaria cuando dos diputados autonómicos del PSOE - Tamayo y Sáez-abandonaron su partido en plena asamblea parlamentaria y se pasaron al enemigo, en el más evidente estilo berlusconiano. Siempre habrá un antes y un después de aquel 2003, porque plantea un tema tan obvio como las identidades parejas de corruptores y corruptos. El PP tiene un problema con la corrupción que es inseparable del nuestro, el que impregna a la sociedad española, complaciente cuando no cómplice de esa corrupción a todos los niveles. Por cada caso del PP, el que quiere buscar, encuentra otro similar en el PSOE. Pero lo grave es que esto no supone ningún demérito social; los militantes y, lo que resulta más llamativo, los votantes, están encantados con la corrupción de los demás, quizá porque ampara la suya. Nos llama la atención que Fabra en Castellón y Camps en Valencia sean ovacionados cada vez que hay una convención de los suyos, pero nadie se escandaliza porque el más aplaudido en las reuniones convergentes sea Prenafeta.
Como gobernante, Rajoy es una incógnita bastante predecible. La gente olvida que fue ministro con Aznar y nadie que yo sepa se ha parado a analizar su manera de gobernar. Merecería la pena hacerlo, porque hay cosas curiosas. Cuando los boxeadores zumbados del PSOE echan en cara al PP su falta de alternativas, deberíamos salir a la calle a hacer una cacerolada de risas. Si ustedes no tienen alternativa alguna que no sea la de resistir, ¿cómo pueden reprochar a alguien que haga lo mismo?
España entera se protegió bajo unos paraguas de gran prestigio que nos cubrirían de por vida ante las contrariedades de ser un país pequeño y resentido, que es lo que ocurre cuando tenemos más historia que riqueza. ¿Se acuerdan de la OTAN? El remedio, aseguraban, para que nuestro ejército se civilizara y bajara de la caverna religiosa y patriótica donde lo habían metido los generales Armada y Milans del Bosch. Muy bien, cojonudo, pero ahí estamos haciendo el ridículo, cuando no cosas peores, en un Afganistán que clama al cielo. ¿Qué carajo hace España en Afganistán? Lo que nos manden, que nosotros teñimos de humanitarismo civilizatorio. ¿Y la Unión Europea? Ordeñamos esa vaca hasta que se quedó exhausta. Unos más que otros. Observen ustedes la diferencia entre nuestros líderes en casa y fuera de ella, y se quedarán perplejos. Aquí sacan pecho y allí ejercen de camareros. Como no tengo ninguna ansiedad patriótica, me hace gracia. Si fuera más joven me sublevaría y pediría su cabeza. Textual, su cabeza; eso que en una sociedad democrática significa cumplimiento de pena. Cuando contamos que en Grecia, ¡vaya escándalo!, han pillado a seis mil o siete mil jubilados ful,que ya habían muerto y cuyas pensiones cobraban sus familias, no puedo menos que revolverme y añadir una nota a pie de página. Para que el Estado griego haga la vista gorda a seis mil jubilados muertos, tiene que haber seiscientos tipos, exactamente un cero menos, que se llevaban de las arcas del Estado cien veces más que el importe de los jubilados de pega. Lo escribió hace más de siglo y medio un ruso, Gogol, y lo tituló Almas muertas.Los Estados no quiebran por los trabajadores que engañan a la Seguridad Social; eso no es más que un síntoma de otras estafas de mayor entidad.
El PP tiene un problema con la corrupción, pero la cuestión depende de nosotros, cuando candidatos corruptos y desvergonzados salen reforzados en cada elección. Y en todos y cada uno de los partidos; unos más que otros, pero siempre en función de que manejan más presupuesto no porque tengan mejores intenciones. Pero no es por eso por lo que la victoria del PP en las pasadas elecciones municipales y autonómicas carece de brillo. El problema es que se ha cumplido la maldición siciliana de Lampedusa: todo ha cambiado y todo sigue igual. Con victoria o sin ella, hay que seguir en la guerra de posiciones hasta que se le acaben a Rubalcaba sus mañas de trujimán. Hay miles de ciudadanos en España ansiosos, a la espera de que el PP gobierne, para así protestar por la política del PSOE, en el trasero del PP.
Conquistados bastiones históricos del adversario como Andalucía y Castilla-La Mancha, incluso Extremadura (independiente de la decisión que tome Izquierda Unida, ya nada será igual en la Dehesa de Rodríguez Ibarra), lo que inquieta sobremanera al PP es el cambio de frentes en Euskadi, una auténtica faramalla de difícil encaje político. Y además lo insólito, la aventura exitosa de Álvarez-Cascos en Asturias. Un grano en el culo que le salió a Rajoy y a sus genios estratégicos. El problema de este tipo de forúnculos es que no puedes sentarte sin que duelan y que no se pueden tratar sin la ayuda de terceros. Dos novedades de esta victoria sin brillo que ponen en un brete el estilo Rajoy, según el cual las decisiones las toma sobre todo el tiempo. El supuesto arte de saber esperar.
Gregorio Morán