Una vida de asesinato, traición e intrigas

La historia familiar es una obsesión cada vez mayor en los países anglosajones. En la Biblioteca del Congreso, por ejemplo, la sección de historia familiar está abierta todos los días hasta después de las nueve de la noche (la sección de manuscritos cierra a las cinco de la tarde). Los historiadores familiares trabajan en la Oficina del Registro Público de Kew, en Londres, con el mismo ímpetu que tenían los soldados cuyos expedientes suelen buscar. Una vez me senté cerca de la sección de historia familiar de la antigua sala de lectura del Museo Británico, y recuerdo haber visto los ansiosos dedos de los esperanzados investigadores moviéndose rápidamente por los volúmenes encuadernados de The Ancestor. Hoy en día, las vidas de Colón y el Emperador Carlos V suelen ilustrarse con una o dos páginas de genealogías familiares. El historiador de la Inglaterra del siglo XVIII suele incluir algunas reflexiones sobre la familia Grenville o los Russell, los Pelham y los Pitt.

Mary-Kay Wilmers, fundadora y directora de The London Review of Books, se ha unido ahora a este movimiento con una sorprendente obra sobre la familia de su madre, los Eitingon. Su revista es una publicación responsable, seria y más bien austera. Es menos extravagante que su equivalente estadounidense, The New York Review of Books, dirigida por Bob Silvers y con categoría nacional en Estados Unidos. No obstante, The London Review ocupa un lugar claramente importante en la escena literaria británica.

Ahora descubrimos algunas cosas muy curiosas sobre la familia de Mary-Kay. Eran judíos y muy internacionales, y acabaron en situaciones y lugares extraños como consecuencia de la Primera Guerra Mundial y la Revolución rusa. Un tío-abuelo suyo por parte materna de Nueva York, Motty, fue un célebre, y célebremente rico, comerciante de pieles en una época en que las pieles eran el artículo de lujo internacional más apreciado. Uno de sus primos era Max Eitingon, un famoso psicoanalista, amigo y socio del mismísimo Freud. Pero es un primo tercero de Mary-Kay quien realmente nos llama la atención. Se trata de Leonid Eitingon, un asesino a sueldo del Estado ruso que trabajó para la CHECA, el GPU y la NKVD en Rusia y en el extranjero. Intervino en la creación de un grupo de la policía secreta rusa en la España republicana y trabajó con el aún más famoso Alexander Orlov, quien se fugó a Estados Unidos (hay una fotografía de Orlov en el libro de Mary-Kay, y que yo sepa, es la primera vez que se publica algo así. Tiene todo el aspecto del ciudadano estadounidense en que se convirtió).

Leonid Eitingon planeó el secuestro en 1938 del general bielorruso Miller y puede que fuese el asesino del general Skoblin; también fue él el que maquinó el asesinato de León Trotsky a manos del aventurero comunista catalán Ramón Mercader. Parece ser que Eitingon aguardaba en un coche en la entrada de la extremadamente fortificada casa de Trotsky en Coyoacán junto a la madre de Mercader, Caridad, una comunista catalana de buena familia, aquel día brutal de 1940 en que Mercader mató a Trotsky con un piolet. Algún tiempo después, Leonid estaba en Turquía tratando de matar al embajador Von Papen.
Mary-Kay Wilmers nos cuenta bastantes cosas sobre este extraordinario pariente. Pero lo que más nos llama la atención, o nos turba, son los aspectos ordinarios de su vida. Su padre era Isaak Eitingon, que dirigía una fábrica de papel fundada en el siglo XIX a las afueras de la ciudad de Shklov, a orillas del río Dniéper, por el ministro de Obras Públicas del Zar. Fabricaba papel para cigarrillos; ahora fabrica papel higiénico. Isaak Eitingon estaba en la junta directiva de la caja de ahorros local; la madre de Leonid era hija de un rabino.

Después de toda una vida de asesinato, traición e intrigas internacionales, al propio Leonid le tocó sufrir durante la ola de antisemitismo que barrió Rusia a finales de los años cuarenta. Estuvo en la cárcel por supuesta traición durante algún tiempo (12 años en total, según Mary-Kay). Fue «detenido una tarde de 1951 cuando volvía de los Estados bálticos, donde había estado «liquidando» a nacionalistas lituanos y letones». Mary-Kay escribe de ello como si su pariente hubiera estado jugando un partido de fútbol fuera de casa. Es difícil reprimir un sentimiento de satisfacción al saber que Leonid estuvo en varias cárceles rusas como la de Lubianka o la de Lefortovo, que eran conocidas por la dureza con que trataban a sus reclusos. Su interrogatorio se conserva, y Mary-Kay Wilmers ha podido ver parte del mismo.

¿Qué se deduce de estas revelaciones? Primero, los detalles nos recuerdan una vez más que no son los muy pobres o los marginados quienes se convierten en asesinos, sino las personas que gozan de una buena situación. En segundo lugar, tenemos que recordar que los hijos, y los primos, de tranquilos e inofensivos comerciantes pueden ser asesinos. Y también pueden serlo los primos de responsables directores de revistas.

En tercer lugar, algo importante que suele olvidarse: ninguno de estos criminales (porque eso es lo que indudablemente eran) ha sido nunca juzgado por los crímenes que cometió. Algunos de ellos, como Leonid, fueron castigados por Stalin por crímenes que no cometieron, es cierto, pero eso no tiene nada que ver. Leonid fue el Heydrich de la Rusia estalinista. Se merecía la horca. Murió en su cama. Su compañero Sudoplatov, un asesino bien parecido de 90 años, también murió en su cama tras escribir unas memorias que habrían originado un escándalo si las hubiese escrito un delincuente común. De modo que los estalinistas generalmente se han ido de rositas, a diferencia de los hitlerianos, con los que se les puede comparar perfectamente. Ramón Mercader, el verdadero asesino de Trotsky, cumplió una sentencia de 20 años. Es prácticamente el único que lo ha hecho.
Los muchos asesinos de la China de Mao escaparán de forma similar a cualquier interrupción de su inmerecido retiro. Y es probable que el veredicto sea el mismo para los asesinos de la Cuba de Castro. Por supuesto, ahora hay una Corte Penal Internacional en La Haya. Pero puede juzgar a personas poco importantes de países de segunda fila y no a los supervivientes de los más importantes.

En la actualidad, debemos dar las gracias por los pequeños rayos de luz que nos brindan las memorias y los análisis históricos. La vida y trayectoria de Leonid Eitingon nos recuerda que incluso los más brutales policías pueden tener parientes civilizados y primos cultos.

Hugh Thomas, historiador.

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