No puede caberle la menor duda: es el prota, el number one, el más caracterizado, con mucho, de todos los acusados en este juicio. No sólo lo demuestran los mariachis vestidos de blanco, y pagados por un programa de televisión de gran audiencia, que le reciben a la entrada en este primer día de su declaración en el juicio, cuando aparece con poca antelación a la hora fijada para la vista (como suelen las estrellas, que nunca llegan las primeras a ninguna parte). No sólo lo atestiguan los muchos periodistas que no siguen el proceso con asiduidad y que en esta jornada, sin embargo, allí están, como un clavo, para verle deponer (y este que suscribe se señala, el primero). Quizá el indicio definitivo sea la resignación con que los demás, los Correa, Crespo, Bigotes y compañía, visiblemente fatigados por un juicio que aún ha de triturarlos durante varios meses más, aunque no se les obligue a comparecer en todas las sesiones, acatan que nadie tiene el aura que tiene él o, mejor dicho, Él: Luis Superstar Bárcenas.
Llega muy tieso, como siempre; con el pelo muy peinado hacia atrás, como siempre; pero con un color algo más pálido de lo habitual y, en particular, de lo esperable en estas fechas para alguien tan aficionado a los deportes de invierno. Pasa impertérrito ante los mariachis y se acoge a un rincón del vestíbulo antes de entrar a la vista. Cuando, apenas iniciada la sesión, lo llaman a la mesa del declarante, se acerca sin pestañear, con su porte imponente. Lleva consigo un maletín abultado y un botellín de agua mineral. Toma asiento con soltura y decisión.
El primer hito de la sesión es la presentación por la fiscal de un nuevo documento, en el que las autoridades suizas autorizan el uso de la información facilitada a todos los efectos, incluido el delito fiscal. Es un documento sorpresivo, se queja la defensa de Bárcenas, que protesta por el hecho de que la Fiscalía recurra una y otra vez a esa táctica, aportar documentos inesperados en momentos cruciales del juicio, para desestabilizar en este caso al procesado, y pide que se inadmita o se suspenda su presentación. El presidente, hombre sereno y apaciguador, dice que se le da traslado, que lo examine y que ya se decidirá lo que proceda. Primer tanto que se anota la acusadora en el encuentro.
Solventado así, o aplazado, el incidente procesal, la fiscal Concepción Sabadell se lanza sin preámbulos al interrogatorio. Comienza preguntando a Bárcenas cómo se ganaba la vida: qué retribuciones recibía en España y en qué forma (transferencia, cheque, efectivo). Luego le pregunta quién y cómo abonaba los gastos en su casa, entrando en el detalle de cada gasto. Cómo se pagaba la compra, los gastos domésticos, la peluquería.
Bárcenas parece un poco desconcertado, y llega a decir que él se ha preparado la declaración siguiendo el escrito de acusación, y que la fiscal está sacando cuestiones que no son las que viene preparado para responder. El presidente de la sala, didáctico, le indica que la fiscal no tiene por qué seguir ningún orden en el interrogatorio, que puede hacer las preguntas que desee y en el orden que desee para indagar los hechos. Que la sala ya velará por su pertinencia, a tales efectos, y que si alguna no le conviene o le displace, en su condición de procesado tiene el derecho constitucional de no responderla. Bárcenas, que se muestra algo menos chispeante de lo habitual en estos primeros compases, encaja en silencio la explicación. Segundo tanto de la fiscal.
En seguida resulta notorio (y el interrogado no es persona de pocas luces, precisamente) por dónde va la fiscal. Requiere detalles sobre las entregas en efectivo que Bárcenas le hacía a su mujer para hacer frente a los gastos domésticos, y que en alguna ocasión anterior declaró que podían ser de entre 3.000 y 6.000 euros. También le pregunta de dónde salían: el procesado se remite a un remanente que guardaba "en caja" (luego explicará que lo tenía en una pequeña caja fuerte, en su casa) para hacer frente a gastos, porque a partir de las sucesivas crisis bancarias se sentía más tranquilo si guardaba un pequeño depósito de seguridad en efectivo. Entre unos 25.000 y 30.000 euros lo cifra en un principio, aunque en un momento ulterior del interrogatorio admitirá haber atesorado en metálico sumas superiores.
La fiscal le pide que precise las cifras, y confronta al interrogado con sus testimonios anteriores, en particular con los que prestó mientras estaba en prisión preventiva. Éste es el primer momento en que aparece el Bárcenas al que estamos acostumbrados, ese que esperamos todos: el de la expresión brillante, sintética y desafiante. Le dice que comprenda que aquella declaración se prestó "en condiciones especiales", dando a entender que ni la recuerda bien, ni lo que entonces dijo, privado aún de libertad, debe considerarse un testimonio de valor pleno.
La fiscal le enfrenta al hecho de que de sus cuentas hay muy pocas salidas en efectivo, y le pregunta por cómo pagaba sus gastos personales. Asoma otra vez el genio y figura: "La verdad es que yo no tengo gastos". Los de su actividad profesional, dice, los soportaban terceros, los clientes, vía suplidos; los del partido, cuando estaba, el PP. Pero se ha tocado el punto más peliagudo, de dónde salía ese efectivo que no se sacaba de sus cuentas bancarias, y Bárcenas sabe que no puede dejarlo pasar: lo atribuye al dinero que ganaba con la compraventa de obras de arte, operaciones que, se remite a un informe que obra en autos, "la propia AEAT reconoce que suelen hacerse en efectivo".
Llegados aquí, el interrogatorio vira a Correa: sus relaciones con él, de cuándo a cuándo, en qué calidad, por qué cesaron. Este tema se lo tiene más preparado y se nota; entre otras cosas, Bárcenas necesita ante todo desmontar y desacreditar el testimonio del líder de la trama, y se aplica a la tarea con resolución: "En un momento determinado, al señor Correa, que era un buen profesional organizando eventos y viajes, creo que se le subió a la cabeza el nivel de relaciones que tenía y lo bien que le iba y pensó que el partido era suyo y que había que hacer lo que él decidiera". Y para remachar la afirmación, añade un detalle: "Yo creo que no le he colgado el teléfono a nadie en mi vida, pero a él tuve que colgárselo dos veces".
A la pregunta de la fiscal de qué acontecimiento concreto provocó la ruptura, Bárcenas asegura que a Correa "le hicieron la envolvente" por dos vías. La denuncia llegó a la vez a Rajoy y el anterior tesorero, Álvaro Lapuerta: a Rajoy, a por un antiguo tenista profesional con el que tenía relación en un club de Pozuelo; a Lapuerta por un empresario que en ese mismo acto donó 60.000 euros para el partido.
Según los denunciantes, "Correa se dedicaba en los ayuntamientos de Madrid a actividades ilícitas" y, lo que era peor, "iba por ahí jactándose de que cualquiera que quisiera hacer algo en un ayuntamiento de Madrid tenía que pasar por su despacho". En una reunión celebrada en Génova entre Rajoy, Acebes y Lapuerta se toma la decisión de darle a Bárcenas instrucciones para prescindir de los servicios de Correa y para que no se le deje volver a entrar en el partido. Instrucciones que éste cumple, asegura, enviando un correo electrónico a todas las sedes.
Nadie replica al correo, salvo Francisco Camps, que dice que trabaja en Valencia con una empresa que se llama Orange Market, donde está con Correa "un genio que se llama Álvaro Pérez y que es una persona muy creativa que le da precios muy ajustados y que piensa seguir con él". Según Bárcenas, Lapuerta le autoriza.
Le pregunta entonces la fiscal si ante esas denuncias él no indagó qué era lo que hacía Correa exactamente. Aquí ve el extesorero la oportunidad de soltar una de sus perlas y no evita la tentación: "Nunca me he dedicado a la labor policial". Y acto seguido arroja una de las pocas cargas de profundidad que en esta sesión lanzará contra su antiguo partido: Acebes autorizó que Orange Market organizara una parte del congreso de Valencia, pagándolo el PP de esta comunidad. Cuando ya había denuncias de que Correa podía encabezar una trama delictiva y, ante la credibilidad de aquéllas, se había tomado la decisión de interrumpir toda relación con él del conjunto del partido.
Llega el momento en que la fiscal ha de hacer una pregunta frontal, y la formula: "¿Le entregó alguna vez el señor Correa dinero, para usted o para el partido?". Bárcenas responde con aplomo: jamás, ni para el PP ni para él. Y a continuación, se nota que esto también lo tiene preparado, un nuevo bajonazo al líder de la trama: "Correa sólo dice vaguedades, me habría gustado escuchar cuál era la obra concreta adjudicada a OHL o ACS a cambio de mordidas, en fin, ese nivel de concreción que me permitiera defenderme. Teniendo el nivel de interlocución que tienen los señores Villar Mir, o Florentino Pérez, con el palco del Real Madrid, para qué van a pasar por el señor que organiza los viajes o los congresos del partido para negociar. No se lo cree nadie".
Y haciendo una pausa dramática, larga otra de sus frases contundentes: "Niego la mayor, la menor y la intermedia: no he recibido nada de Correa, ni para mí ni para el PP". Lo dice, asegura, porque le tiene animadversión, por la manera en que se rompieron relaciones con él, como se le hizo patente en un encuentro personal que tuvieron poco después, en público, tan desagradable, asegura, que apenas duró treinta segundos.
En otro momento, sale a colación la figura de Jesús Merino, supuesto receptor de pagos relacionados con las campañas. Aquí Bárcenas, para redondear la jugada, tira ya directamente de sarcasmo: no entiende por qué iba a pagársele nada a alguien que no tenía ningún poder de decisión en la campaña; si Correa le pagó algo, dice, debió de ser "por su extrema generosidad". Correa, que asiste en primera fila del banquillo, junto a Crespo, al interrogatorio de Bárcenas, se mantiene imperturbable.
Entra seguidamente la fiscal en el terreno más trillado de la causa, el de los pagos en B, quién los hacía y por qué, y quién los controlaba. Bárcenas se atiene al guión: eran pagos que recibía generalmente Lapuerta, que era también, afirma, quien hacía por lo común las entregas de dinero a los destinatarios entre los que se distribuía. Se trataba de donativos "sin carácter finalista, a cambio de nada".
En cuanto a la contabilidad alternativa que los reflejaba: "No se contabilizaban oficialmente, es obvio". (No deja de pasmar, cómo no anotarlo, ese concepto de obviedad, extendido a la ocultación de dinero a las autoridades fiscales por personas que han cobrado durante décadas del contribuyente, de manera directa o indirecta). "Se anotaban entradas y salidas y lo controlábamos los dos, porque era un asunto delicado".
"Era una contabilidad por partida doble", añade, lo que en un principio puede extrañar a cualquiera que posea algún rudimento del arte inventado por Fra Luca Pacioli, que es por definición de partida doble. "Partida doble en el sentido físico", se apresura a aclarar el extesorero: "una copia la conservaba yo y la otra el señor Lapuerta".
Ante la pregunta de la fiscal de si se trataba de una contabilidad B, Luis Bárcenas se descuelga con su hallazgo expresivo de la jornada, uno de esos que es desde el primer instante carne de titular, y que acredita el ingenio del personaje: "Era una contabilidad extracontable". Ante lo que la fiscal vuelve a preguntarle: "¿En B?". Pero Bárcenas se reitera, impasible: "Una contabilidad extracontable". Y así tres veces más, esculpiendo en el aire la que ya es la frase del día.
Hurga la fiscal en la contrapartida de aquellos donativos opacos. Ninguna, reitera el extesorero. Según Bárcenas, Lapuerta era "una persona honorabilísima" y jamás prometía nada; como mucho ayudar a abrir puertas, sin decirle nunca a nadie que tuviera el más mínimo interés en que prosperara lo que fuera a proponer la persona a la que le pedía que recibiera. Para reforzar la inocencia del asunto, asegura que "es lo que hacemos todos, con personas con las que tenemos relación", y da una serie de ejemplos, alguno pintoresco, como el del fontanero (imposible no acordarse, por la coincidencia chusca, del fontanero del altillo con el millón de euros del suegro de Francisco Granados).
A la pregunta de si se quedó algo de aquel dinero, y después de haberse negado a contestar un par de cuestiones anteriores sobre cómo y a quién se daban los sobres, responde con firmeza: "Nada, ya le digo que no era posible". A partir de aquí el interrogatorio entra en zonas de menor interés (no procesal o penal, sino en términos narrativos).
Profundiza la fiscal en la manera en que una agencia de viajes y de eventos acaba organizando una campaña electoral, la de 2003, formando UTE con una agencia internacional de publicidad, y sobre las inversiones del grupo de Correa en negocios de energías renovables, a través de sociedades vinculadas con la que se ocupó de organizar aquella campaña de 2003. Era éste, casualmente, un sector económico en el que Bárcenas también estuvo muy activo, y en el que declaró tener intereses ante los gestores suizos de su patrimonio.
El asunto es bastante prolijo y farragoso, pero en cierto momento, confrontado con las acusaciones de Correa de que Bárcenas participaba en una de esas compañías y habría percibido a través de ella beneficios, vuelve a aflorar la ironía barceniana: "Al señor Correa le flaquea esa memoria prodigiosa que tiene".
El siguiente capítulo del interrogatorio tiene que ver con los viajes personales contratados por Bárcenas a través de Pasadena Viajes, la agencia de viajes de la trama: numerosos, costosos y pagados casi siempre en efectivo por el extesorero. Surge algún detalle suculento, como que Bárcenas recomendó a su hermano para que realizara prácticas en la empresa de Correa a fin de hacer currículum, y con vistas a tratar de entrar en Iberia (cosa que por cierto consiguió; según Bárcenas, "presentándose a una oposición o un examen o algo así, la forma habitual de entrar").
En este capítulo la fiscal baja al detalle, confrontando a Bárcenas con los recibos de los supuestos pagos en efectivo de sus viajes, y reclamándole precisiones sobre algunos de ellos. Al preguntarle sobre una estancia en el parador de Santillana en agosto del 2000, del que no ha aportado factura ni recibo, el extesorero pierde los nervios y exclama: "No me acuerdo de dónde estuve en agosto del 2000, como usted tampoco se acuerda". La fiscal, sin alterarse, replica: "Ya, pero soy yo la que pregunta". Eso ha dolido. Tercer tanto para el ministerio público.
Toca escarbar ahora en la fuente de todo ese efectivo que Bárcenas se gastaba en viajes contratados a través de empresas de la trama (por poner un ejemplo: billetes de avión a Cuba en preferente y estancia en Cayo Coco, por importe de miles de euros). El interrogado vuelve a sentirse en terreno seguro, es decir, con las respuestas preparadas, y se aplica a defender su versión: todo salía de las operaciones que hacía con obras de arte.
La fiscal, sin precipitarse, le fuerza a acotar las fechas entre las que hizo esas transacciones: entre finales de 2002 y marzo de 2004, fecha de una venta a Rosendo Naseiro de la que ha aportado el contrato. Bárcenas tiene especial interés en puntualizar que las operaciones las hacía siempre él, y que como a su mujer le gustaba el arte le regalaba los cuadros: "Eran de ella y los disfrutábamos los dos". Por eso firmaba ella, a petición suya y "sin cuestionar lo que yo le decía".
Se advierte, en éste como en otros momentos de su declaración, el afán por dejar a su esposa, Rosalía Iglesias, al margen de cualquier responsabilidad. Sin embargo, admite que iba con ella a ferias, no sólo en España, sino también fuera (en Francia e Inglaterra, deja caer), donde, y eso explicaría las plusvalías, "a veces compras algo y luego te encuentras con la sorpresa de que lo que habías comprado era algo que tenía mucho valor y era algo que desconocías".
La fiscal, que en general posee el control facial adecuado a su función, no puede reprimir una leve sonrisa. Aquí lo estaba esperando. Le pregunta por qué no consignaba esas obras valiosas ni las plusvalías que obtenía en sus declaraciones tributarias de Patrimonio e IRPF, y su mujer, teórica propietaria, tampoco lo hacía. Aquí Bárcenas se apresura primero a aclarar que de las declaraciones se ocupaba él: le daba los datos al gestor y luego recogía las declaraciones ya hechas, que firmaba y presentaba, en su nombre y haciendo un garabato bajo el nombre de su mujer. "Esa es la verdad", subraya, en una nueva y clara tentativa de salvar a su cónyuge de la posible quema.
En cuanto a por qué no lo declaró, argumenta que entendía que formaba parte del ajuar doméstico, "que es lo que hace mucha gente, hay quien lo declara y quién no". "Está claro que yo soy de los que no lo declaraban", reconoce, de nuevo sin el menor rebozo, quien fuera un día titular de un escaño en el palacio del Senado.
Se centra la fiscal en la extraña operación producida a finales de 2002, con la petición de un crédito de 330.000 euros al Banco Popular, en teoría para comprar un cuadro que Naseiro habría visto a buen precio en Feriarte y que, no teniendo liquidez para adquirir, le habría propuesto a Bárcenas comprar y repartirse luego la plusvalía obtenida en la reventa tras restaurarlo. Transacción que Naseiro, tras entregarle Bárcenas el dinero en efectivo para pagar a los compradores, le dijo que no llegó a producirse, y le devolvió la suma que, esto consta, Bárcenas volvió a ingresar en efectivo en el banco cerca de un mes después.
Es en la explicación de esta estrambótica operación donde al espectador le cuesta seriamente dar crédito, y se hace palpable que el que le concede al extesorero la fiscal actuante es nulo. Ya es llamativo que alguien, en pleno siglo XXI, sostenga, como ha hecho Bárcenas poco antes, que no usa apenas tarjeta y que suele operar en efectivo. Pero cuando las sumas de efectivo son de cientos de miles de euros, que van y vienen en sobres, y que Bárcenas le deja a Naseiro como si nada, no puede sino empezar a albergarse la misma sospecha que llevó a la AEAT a abrir una investigación por estos hechos. La actuaria expresó por escrito sus reservas, aconsejando que se inspeccionase a Bárcenas, aunque esta inspección no se realizase finalmente porque bajo el criterio de su superior se estimó que las operaciones en efectivo eran habituales en el mercado del arte. Declaración inquietante, que viene a señalar este mercado, para cualquiera, como providencial para el blanqueo de dinero, algo con lo que cuesta creer que conviva tranquilamente la administración tributaria.
Pero aún hay más. Toca el turno a la compraventa en 2004 de un cuadro, atribuido a un pintor de apellido Ponce, según el extesorero, adquirido, asegura, por poco más de 4.000 euros, y vendido a Naseiro por 270.000. De la operación hay un contrato privado, suscrito por Naseiro y la esposa de Bárcenas. En él se contempla un primer pago de 150.000 y otro de 120.000 euros, que según el interrogado se efectuaron en metálico. El primero lo guardó en la caja fuerte, afirma, y el segundo lo ingresó en la cuenta de Rosalía en Bankia, imposición de la que hay resguardo acreditativo, y que como todas las que se hacían en dicha cuenta, efectuó él. Insiste en que su mujer no ingresó nada.
En ese punto la fiscal pregunta a Bárcenas si conoce a la directora de la sucursal y si ésta tiene alguna animadversión por él, o razón para tenerla. La pregunta le descoloca, pero no tiene más remedio que decir que no, con la sensación de que le está entregando una baza a la fiscal. Y así es. Porque resulta que hay otros dos resguardos de ingresos en efectivo, por 76.000 y 74.600 euros. La fiscal, con una enigmática sonrisa, pregunta si recuerda haber llamado a la directora de la sucursal para decirle que su mujer iba a pasarse por la oficina. Bárcenas titubea. Cuarto tanto, por toda la escuadra, para la acusación.
Y aquí, el presidente interrumpe la sesión para comer.
Esto dan de sí más de cuatro horas escuchando a Bárcenas, y a la dura contrincante que el destino le ha adjudicado en este juicio. Los dos justifican la atención que se les preste, y lo que en su duelo se ventila es más de lo que aparenta. Algo más que esa vida en efectivo, acarreando billetes de acá para allá, que tan extraña nos resulta a los contribuyentes del común.
Lorenzo Silva es escritor.