Una visión desenfocada de Euskadi

Parece que en la televisión catalana se ha difundido un documental que presenta los problemas de la política vasca como si fueran iguales a los que se dieron en Irlanda del Norte o en Suráfrica. Los procesos que condujeron a la paz -aunque no necesariamente a la solución de los problemas que afectan a ambas sociedades, la norirlandesa y la surafricana, si bien la violencia terrorista y el apartheid han desaparecido- son ejemplos que debiera seguir la política vasca para llegar al mismo puerto.

Aunque hoy ya nadie lo repita, durante mucho tiempo la afirmación de que todos los problemas relacionados con el terrorismo siempre han acabado mediante la negociación política ha sido uno de los dogmas de la corrección política, especialmente de la progresista. Por eso era necesario buscar referencias históricas que reforzaran la argumentación. Por eso la propia ETA y Batasuna han buscado con ahínco la internacionalización del problema vasco. Por eso el Ulster y Suráfrica, especialmente el Ulster, han sido la matriz de la que los vascos debían aprender. Y por eso al final del proceso junto con la paz debía darse la reconciliación: debemos aprender de Soweto llegó a aconsejarnos el lendakari Ibarretxe.

A lo largo del último año ETA y Batasuna han redoblado sus esfuerzos en la internacionalización del problema vasco. Olvidado ya el sacerdote Alec Reid, ahora son los mediadores y/o facilitadores internacionales los que han asumido la función de presentar la cara internacional del problema vasco, que parece que es la forma de ser internacional de Euskadi. Coordinados por Brian Currin, aparecen y desaparecen de las páginas de los medios vascos de comunicación. Últimamente hemos podido leer que este señor va a explicar a los parlamentarios británicos lo que está sucediendo en Euskadi -espero que el Gobierno británico tenga el buen sentido de consultar con el embajador de España en Londres-.

No tendría mayor importancia todo esto si en lugar de cantar como lo hacíamos de niños aquello de «un inglés vino a Bilbao», ahora sea un surafricano el que lleva el conocimiento del País Vasco a Gran Bretaña y a su Parlamento, si detrás de esta internacionalización no existiera una falsificación en toda regla de la situación de la sociedad vasca, que, para los propagandistas de la Euskadi internacional, se parecería a la situación del Ulster, donde se encontraban enfrentadas, y aún siguen separadas, dos comunidades, una de las cuales además había sido tradicionalmente sometida a la otra. O se parecería a la situación de Suráfrica tras la superación del apartheid: necesitada de reconciliación entre blancos y negros, entre los afrikáners y los negros sometidos, segregados y oprimidos.

Pero nada de eso se produce en la sociedad vasca. En la sociedad vasca no existen dos comunidades enfrentadas como en el Ulster, ni una de ellas mantiene sometida a la otra negándole el acceso al poder, a la economía, a la cultura. Menos aún se puede comparar la situación de Euskadi y de la sociedad vasca con la de la Suráfrica necesitada de superar el conflicto entre comunidades creado por el apartheid: es ridículo pensar que el nacionalismo que ha gobernado desde el advenimiento de la democracia hasta hace dos años en Euskadi conforme una comunidad que esté sometida a la comunidad no nacionalista.

El problema vasco no radica en el llamado por el nacionalismo conflicto vasco, sino en la dificultad que manifiesta el nacionalismo para entender el pluralismo estructural de la sociedad vasca, y para extraer las consecuencias debidas de dicho pluralismo. En nombre de esa dificultad ha matado ETA. En nombre de esa dificultad el lendakari Ibarretxe planteó su famoso plan en sus distintas versiones. En nombre de esa dificultad, campaña electoral tras campaña, el PNV plantea la necesidad de votar a los de aquí -a los nacionalistas- y no a los de allí -a los vascos que no son nacionalistas-. En nombre de la misma dificultad puede el diputado general de Vizcaya afirmar que los vascos son trabajadores como las hormigas, mientras que los españoles -categoría que incluye, según el nacionalismo vasco, a todos los vascos que no son nacionalistas como ellos- son perezosos como las cigarras.

Al final resulta que el nacionalismo en su conjunto apuesta casi siempre por internacionalizar la política vasca, el conflicto vasco, porque crea dentro de la sociedad vasca no nacionales, extranjeros, porque convierte a la sociedad vasca, cuyo pluralismo no puede ni entender ni aceptar políticamente en todas sus consecuencias, en una sociedad internacional, en la que unos, los nacionalistas, son los vascos de verdad, mientras que los otros son simplemente españoles, no vascos, no nacionales, ergo, internacionales.

La realidad es, sin embargo, muy otra: el verdadero problema de la política vasca ha sido y es la existencia de la violencia terrorista, la incapacidad de la izquierda nacionalista, ahora bajo el nombre de Sortu, para condenar la historia de terror de ETA, un terror nacido de la visión mutilada, jibarizada, excluyente y unilateral de la sociedad vasca, en la que no tenían, ni tienen, cabida los que no se sienten exclusivamente nacionales vascos como pretenden ellos.

Por Joseba Arregui, presidente de Aldaketa.

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