Una voz contra la opresión

El hecho de haber nacido en Birmania no me da más derecho que a otro a escribir sobre el actual movimiento en contra de la dictadura militar. Birmania (un país en el que la dictadura ha cambiado el nombre por el de Myanmar, pero que revertirá a su nombre tradicional en cuanto se vayan los dictadores) fue el hogar de la familia de mi padre y de mis primeras memorias de la Segunda Guerra Mundial y de los aviones japoneses en el aire y los tanques británicos en tierra. Pero para mí, Birmania, el país de comidas exóticas, calles ajetreadas, y templos de mágicas cúpulas doradas, ha permanecido siempre como una realidad distante más que una preocupación presente. Sólo cuando el presente cercano se hace crítico, el pasado se convierte de nuevo en realidad.

La Birmania que yo conocí era un país que se liberó (en 1948) del control británico y tuvo que ocuparse de sus muchos problemas internos. Es cierto que no pudo resolverlos y el resultado fue que una dictadura militar tomó finalmente el poder hace ya más de 40 años. Sin embargo, el resultado ha sido todavía peor. Sin estabilidad, sin una economía ordenada, sin una política democrática o libertad de prensa, Birmania es uno de los países mas retrasados de Asia. Los incidentes en la calle y la brutal represión de la semana pasada han servido para revelar una situación insostenible.

Desde que el ejército se apoderó del poder en 1962, Birmania se ha convertido en una de las naciones más reprimidas y retrasadas de la tierra. La única vez que los generales permitieron elecciones generales, en 1990, fueron estrepitosamente derrotados por la Liga Nacional por la Democracia (que ganó un sorprendente 82% de escaños en el Parlamento), liderada por Aung San Suu Kyi. Nunca se le permitió asumir el poder y desde entonces la represión el país ha aumentado dramáticamente. En Occidente se sabe muy poco de los problemas reales de allí, de la extendida represión de las minorías (especialmente la población Karen, constituida por seis millones de personas), de la economía conectada con la droga, de la supresión de las libertades. A causa de una reciente oleada de represión militar, Birmania tiene la peor situación interna de desplazamiento de población de toda Asia, con más de un millón de refugiados (especialmente los Karen) en países vecinos como Bangladesh, China, la India, Malasia y Tailandia, en busca de asilo.

Durante años, EEUU ha intentado presionar al régimen, pero sin éxito alguno. En 1994, el presidente Clinton expresó «el continuo apoyo de los Estados Unidos por la lucha para promover la libertad en Birmania». Y la semana pasada, el presidente Bush se dirigía así a la Asamblea Nacional de la ONU: «Los americanos están indignados por la situación en Birmania, donde una junta militar ha impuesto un régimen de miedo». Por contraposición, China y Rusia vetaron una resolución que Estados Unidos respaldaba en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en enero de 2007, en la cual se hacía un llamamiento a la Junta militar birmana para que diera fin a la política de represión. La visita de un enviado especial de la ONU para Myanmar (con quien ayer aceptó reunirse el jefe de la Junta Militar), probablemente no conseguirá mucho. Los países como Australia y China, con la mayor influencia económica sobre el país, también se encuentran entre los que no pueden proponer ninguna salida a la situación en que se encuentra Birmania. China, en particular, tiene fuertes enlaces comerciales con Birmania y es su principal proveedor de armas, de manera que es poco probable que los chinos pidan que se den pasos radicales contra su cliente.

Afortunadamente, los birmanos han podido escuchar la voz de una mujer que debe su prominencia política al hecho de ser la hija del héroe de la independencia del país, U Aung San. La activista Aung San Suu Kyi, que se casó con un profesor británico de la Universidad de Oxford, ha vivido la mayor parte de su vida adulta en Inglaterra y habla con un perfecto acento inglés. En 1988, volvió a Birmania para cuidar de su madre enferma, y se quedó para tomar parte en el movimiento político contra la dictadura. Ganadora del Premio Nobel de la Paz en 1991, ha sido también galardonada con el Premio Sajarov del Parlamento Europeo y con la Medalla Presidencial de la Libertad de EEUU. Budista de religión, no acepta la manera como se ha cambiado el nombre de la nación: «A nadie se le debería permitir cambiar el nombre de un país sin considerar la voluntad del pueblo. Prefiero la palabra Birmania».

Ella es la mejor portavoz de su causa, así que este artículo no puede hacer nada mejor que seguir sus ideas a través de sus discursos. Sus referencias continuas a Gandhi y Nehru confirman su fuerte compromiso con la regeneración espiritual y con la filosofía de la no-violencia como medios para llevar a cabo el cambio. En su campaña electoral, en 1988, hacía una llamada a la «revolución del espíritu», una frase que debe parecer chocante a los políticos de la Europa occidental, donde se atiende poco a las cosas del espíritu, pero que se ajusta a las raíces espirituales de la Historia birmana. Debemos señalar que pocos de los así llamados discursos suyos eran verbales, ya que el Gobierno no le permite salir del país para aceptar premios internacionales.

«¿Por qué debemos desalentarnos? Gandhi decía que la victoria está en la propia lucha. La lucha en sí misma es la cosa más importante. Les digo a nuestros seguidores que cuando alcancemos la democracia, miraremos atrás con nostalgia los días de lucha y cuan puros éramos. (...) Prevaleceremos porque nuestra causa es correcta, porque nuestra causa es justa. La Historia está de nuestra parte. El tiempo esta de nuestra parte».

En un texto muy conocido que escribió para agradecer la concesión del Premio Sajarov, en 1991. Señalaba: «No es el poder el que corrompe, sino el miedo. El miedo a perder el poder corrompe a aquéllos que lo esgrimen y el miedo al azote del poder corrompe a aquéllos que están sujetos a él. Con una relación tan intima entre el miedo y la corrupción no es ninguna sorpresa que en cualquier sociedad donde el miedo es general, la corrupción en todas sus formas se instale con fuerza.

El esfuerzo que se necesita para permanecer incorrupto en un ambiente donde el miedo es una parte integral de la existencia de cada día, no es inmediatamente aparente para los que tienen la fortuna de vivir en estados gobernados por el gobierno de la ley. Las leyes por si sólo no previenen la corrupción, imponiendo el castigo imparcial a los infractores. También ayudan a crear una sociedad en la que la gente puede cumplir con los requerimientos básicos necesarios para la conservacion de la dignidad humana sin recurrir a prácticas corruptas. Donde no existen tales leyes, la carga de mantener los principios de la justicia y decencia común cae en la gente corriente».

Poco después de lograr la independencia, Birmania era una tierra rica de promesa. Era el mayor exportador de arroz de Asia. Contaba con importantes reservas petroleras, que convertían al país en un miembro destacado de la comunidad internacional productora de petróleo. Recuerdo como cada semana iba a visitar los campos petrolíferos en compañía de mi padre, ingeniero de la compañía Shell. El iba cada día a las 8 de la mañana a trabajar, mientras yo me quedaba en cama.

La prosperidad de aquellos días se ha desvanecido. Birmania pronto se convirtió en un importador, en lugar de ser exportador de arroz. Las cifras de producción de petróleo dan una imagen exacta del desastre. Si tomamos el año 1980 como indicador de producción normal de petróleo, para 1996 la producción había descendido al 25%. En los últimos cuatro años no ha habido mejora. Si tomamos la producción del año 2003, como indicador, en 2007 la producción ha bajado a casi el 50%. Es obvio que algo va muy mal en el país, no sólo en su política, sino también en su economía.

Durante una semana, la atención de todo el mundo se ha dirigido hacia Birmania, la nación que ha sufrido ya más de cuatro décadas de dictadura. La frase más relevante estos días de Daw Aung San Suu Kyi es también la más imperativa: «Por favor, utilizad vuestra libertad para promover la nuestra».

Henry Kamen, historiador británico. Acaba de publicar Los Desheredados. España y la Huella del Exilio.