Unas elecciones de corto recorrido

El planteamiento que los grandes partidos habían hecho de las elecciones de ayer, que hacía de ellas una especie de primera vuelta de las generales y exigía por tanto la excesiva presencia y la sobreactuación de los líderes estatales, hace ciertamente difíciles los análisis posteriores, toda vez que es muy arriesgado obtener conclusiones generales de una decisión electoral que los ciudadanos han encaminado a objetivos muy concretos. Ayer se recordaba oportunamente que, tras las municipales de 2003, Aznar le espetó a Rato, principal opositor a la deriva belicista de su jefe de filas, que aquella derrota por la mínima en las elecciones locales -apenas 130.000 votos menos que el PSOE- compensada con creces con la victoria indiscutible en las autonómicas -casi 1,6 millones de votos más en las 13 comunidades y las dos ciudades autónomas- indicaba que los ciudadanos se habían olvidado de la guerra de Irak; obviamente, la intuición de Aznar era errónea, como quedó de manifiesto el 14-M.

En definitiva, es complicado hacer pronósticos audaces con los resultados de ayer, pero todo indica que éstas habrán sido más bien unas elecciones de corto recorrido, que han cumplido la función que habían de cumplir, la provisión de cargos institucionales, pero que no tendrán gran trascendencia en la definición de los equilibrios y procesos futuros. Ni Rajoy ha consumado el 'cambio' que anunciaba, ni Zapatero podrá dormirse en los laureles si quiere revalidar la mayoría en las generales.

Como se temía por la crispación y el mal tono de la campaña, la participación en las municipales, del 63,9%, bajó ayer más de cuatro puntos con respecto a la misma cita de 2003 (que había sido del 67,67%) y, por supuesto, quedó muy lejos de la que se registró en las generales de 2004 (77,26%). Este dato perjudicó a la izquierda, ya que, como han demostrado diversos estudios sociológicos, la baja afluencia a las urnas afecta sobre todo a los partidos de esta inclinación ideológica.

A falta de fijar y depurar los resultados definitivos, los principales rasgos definitorios de las elecciones de ayer son bien evidentes: en primer lugar, en las autonómicas el PP ha perdido la mayoría absoluta en Baleares y la Unión del Pueblo Navarro en Navarra, lo que podría desembocar en la salida del poder autonómico del centro derecha en ambas comunidades; asimismo, el PSOE ha ganado las elecciones en Canarias, lo que quizá le lleve al poder regional si consigue el respaldo de Coalición Canaria.

En segundo lugar, el poder municipal, considerablemente estabilizado, se ha distribuido apenas sin sorpresas, de acuerdo con lo previsto. El PSOE habría conseguido conservar 10 de sus 12 ayuntamientos de capital de provincia -perdería Guadalajara y Cuenca- y sumar algunos más -Orense, Jaén, Toledo en algún caso a la espera de que se formalicen los pactos necesarios-, aunque no ha ganado en votos en el cómputo general (ha perdido por varios miles de sufragios) a causa de la debacle de Madrid, donde Miguel Sebastián ha hecho sencillamente el ridículo, obteniendo menos escaños que Trinidad Jiménez. Significativa, pero también prevista, ha sido la caída de CiU en Cataluña, donde la coalición ha sido arrasada por el 'tripartito' y ha perdido la última capital de provincia que le quedaba, Tarragona.

A partir de estas evidencias, las interpretaciones son libres. Puesto que el eje de la campaña había estado formado por la política antiterrorista, alguna conclusión habría que obtener de lo decidido por la soberanía popular, y sin embargo, como era de temer, bien pocas claridades se han arrojado: la crispación por esta causa puede, pues, continuar a voluntad. En lo tocante a la corrupción urbanística, se ha perdido también una oportunidad de atajarla expeditivamente y por acuerdo de todos los partidos.

En lo referente a las propias fuerzas políticas y a su estrategia de futuro, los resultados obtenidos no presionan al Gobierno en el sentido de demandar una anticipación de las generales; todo dependerá de la negociación presupuestaria -muy difícil, y que podría dar paso a la prórroga de los actuales Presupuestos- y de la voluntad del presidente del Gobierno. En el PP, los rivales de Rajoy, Aguirre y Gallardón, han obtenido resultados magníficos en los dos ámbitos de decisión madrileños, y se han reforzado por tanto internamente, pero el líder del PP ha salvado de momento la cara y nadie va a disputarle el poder interno en los meses que quedan hasta la reválida final: el futuro del partido y de sus actuales líderes se jugará, en fin, en las generales.

De cualquier modo, la pretensión de Rajoy de dar un paso singular hacia su afianzamiento, cambiar la tendencia y poner las primeras piedras de una hipotética alternancia no se ha cumplido; más bien sigue pareciendo que el PP en solitario no tiene fuerza para imponerse hasta lograr el Gobierno de la nación. Los equilibrios psicológicos siguen siendo aproximadamente los mismos que en vísperas de la consulta. De donde habría que deducir, quizá, que la estrategia de crispación centrada en unos pocos asuntos que hastían ya a la opinión pública no es la adecuada.

Las de ayer podrían haber sido las últimas elecciones conjuntas -autonómicas y municipales-, al menos en la totalidad de las 13 autonomías llamadas 'de vía lenta': los seis estatutos ya aprobados incluyen todos ellos la posibilidad de disolver anticipadamente la cámara autonómica, por lo que es de suponer que, a medio plazo, cada comunidad adoptará su propio ritmo particular. Es difícil oponerse a ello, aunque todo indique que nuestro modelo electoral se volverá caótico: habrá varias 'primarias' cada año, a menos que la clase política siente la cabeza. Algo muy difícil si hay que juzgar por el espectáculo poco edificante que acabamos de vivir.

Antonio Papell