Unidad, ¿para qué?

Que la unidad básica de los principales partidos constitucionalistas (es decir, los que representan a la inmensa mayoría de la ciudadanía española) resulta fundamental para llevar a buen término la derrota del terrorismo es algo de lo que bastantes hemos estado convencidos desde hace mucho. O sea, que no necesitamos ahora que nos lo griten al oído como si fuésemos sordos quienes hasta hace poco predicaban contra el indeseable 'seguidismo' que uncía al PSOE con el PP en el siempre fastidioso camino de la sensatez. Pero claro, una cosa es la unidad democrática y otra que los ciudadanos de este país debamos imitar en sus hábitos suicidarios a los lemmings, esos unánimes roedores que por mor de la armonía social se tiran todos a una desde un acantilado al mar. Vayamos todos juntos, y yo el primero, por la senda constitucional pero siempre que no se utilice esa conjunción de voluntades para ocultar los errores políticos cometidos en el pasado -de cuya responsabilidad política no disculpa la buena intención, que sólo tiene efectos morales- y sobre todo para enredar a todo el mundo en nuevas equivocaciones que confirmen, prolonguen y agraven las cometidas en el pasado que aún no se han reconocido. No se trata de pedirle a Zapatero que se haga el harakiri, como pretenden los extremistas (en caso de apuro, con la dimisión basta), sólo sencillamente que admita la necesidad de rectificar si no el pasado -eso lo dejaremos para la próxima Ley de Memoria Histórica-, al menos los pasos futuros en la lucha antiterrorista. Porque ése debe ser el objetivo y no ningún otro: acabar con el terrorismo liquidando a ETA. En cuanto ésto se logre vendrá la paz, no la de los cementerios ni la de la rendición a ideas inconstitucionales, sino la de la polémica política, incómoda y a veces agria pero incruenta. Afortunadamente, parece que ahora todo el mundo se apunta ya a la idea de que debe haber vencedores y vencidos, siendo ETA la que ha de perder para que todos ganemos la libertad. Algo vamos progresando.

Los hinchas mediáticos progubernamentales tratan de convencernos de que la ruptura por ETA de la tregua que nunca existió demuestra que el Gobierno no hizo concesiones políticas a la banda. Hombre, es cierto que las truculentas acusaciones de 'alta traición', 'rendición' y otras semejantes resultan exageradas, hasta el punto de que a veces -sobre todo cuando se hicieron de modo anticipado a los acontecimientos- terminaron minando bastante la credibilidad de los críticos. Pero que hubo concesiones, imprudentes concesiones, indebidas concesiones, resulta evidente: lo único que demuestra la ruptura de la tregua es que no fueron suficientes para lo que deseaba el equipo terrorista. ETA es como otras fieras de mejor índole: se la puede rendir por hambre, pero si se la alimenta a poquitos se le despierta a cada bocado un apetito más voraz. La fundamental concesión política fue admitir (al principio, en cuanto acabase la violencia y después, ya aunque no acabase del todo) que habría una segunda mesa para reinventar junto a los demás partidos, pero fuera del Parlamento, la nueva hegemonía nacionalista en el País Vasco. En esa mesa es obvio que debía hablarse de política, es decir, de la política que conviene al nacionalismo radical porque de la otra, de la que nos conviene al resto de los ciudadanos, ya se habla en el Parlamento. Y a lo largo del verano de 2006 se mantuvieron contactos con los portavoces etarras (uno de ellos público, la célebre entrevista de los líderes socialistas con Otegi y sus comisarios de armas tomar: ¿Acaso ese reconocimiento como interlocutores 'normalizados' no es una concesión política?). Por lo que ahora se ha sabido y publicado (pero ¿desde cuando se sabía todo esto? y ¿por qué si se sabía no se publicaba?), estos encuentros culminaron en una reunión en Loyola, durante el mes de septiembre, en la que se acordó un borrador de trabajo político entre los socialistas, Batasuna y un reticente Josu Jon Imaz llegado a última hora. Después ETA subió la apuesta -ya se sabe, el apetito de la fiera- y todo se fue al traste. Pues bien: ¿Por qué no se publica ese borrador? Si no se hicieron ni se pensaban hacer concesiones políticas, ese documento es la mejor forma de demostrarlo. A ver, que aparezca el borrador y que sepamos de una vez de qué iba a ir la mesa de partidos Por cierto, en ese mismo mes de septiembre tuvo lugar el akelarre encapuchado de Oiartzun, con cientos de convocados vitoreando a ETA, cuyo vídeo educativo hemos podido conocer hace poco. Y a pocos kilómetros, San Sebastián en pleno festival de cine lleno de periodistas que por lo visto acababan su período de vacaciones.

Sacar ahora a relucir estos trapos sucios no es afán de enturbiar las felices aguas de concordia entre Gobierno y oposición. Pero la necesaria unidad no consiste en que la oposición renuncie solemnemente a 'obstruir' la política del Gobierno (como parecen creer la Ser e Iñaki Gabilondo), sino en que el Ejecutivo se replantee los errores de una trayectoria que ha fracasado en sus objetivos y ha tenido por efecto indeseado revigorizar a ETA. Y a tal fin es imprescindible replantearse el escenario político de la lucha antiterrorista, como hacía el Pacto por las Libertades. Todavía se siguen repitiendo tranquilamente sobre este documento fundamental dos mentiras: que en su redacción original estaba cerrado a la adhesión de los otros partidos y que en él hay aspectos que obligan a renuncias ideológicas a los nacionalistas democráticos. Ni lo uno ni lo otro: y si no, que nos señalen el párrafo rechazable (recientemente, un necio citaba la mención a no utilizar la lucha antiterrorista como arma política -en la que más o menos todo el mundo está de acuerdo- como argumento en contra del pacto, con el pretexto de que no se ha cumplido ¿viva la lógica!). Porque no sólo hay que derrotar a ETA, sino también a las falsas hegemonías y al nacionalismo obligatorio impuesto a su resguardo. El final de ETA debe significar una oportunidad igualitaria para todas las opciones políticas, no un blindaje compensatorio del nacionalismo reinante. El cual ya vuelve a torcer el gesto ante el acercamiento PSOE-PP, como siempre ha hecho, y a protestar por que se retorne a 'fórmulas del pasado', es decir, a la insumisión ante lo para ellos inevitable de su eterno predominio. Lo de siempre: repudio de la violencia pero miramientos y resguardo interesado a los violentos. ¿Hasta cuándo seguiremos así? Menos mal que los prebostes insisten en decirnos que 'la sociedad vasca' luchará a pecho descubierto contra ETA, como luchó contra otras tiranías del pasado, por ejemplo la dictadura de Franco. Pues vaya, sin duda bastantes vascos se han enfrentado a la opresión, pero la sociedad, lo que se dice la sociedad , si la sociedad vasca muestra la misma fiereza contra ETA que mostró contra Franco, tenemos terrorismo para el próximo siglo y medio.

De modo que está muy requetebién que Zapatero y Rajoy cierren filas cuando amenaza tormenta contra el crimen organizado y sus legitimadores políticos. Repito: contra los criminales y sus legitimadores, porque con luchar sólo contra los primeros y tratar de complacer políticamente a los segundos no se consigue nada. En cuanto a los demás, que no tenemos responsabilidades directas con los asuntos públicos, nos costará un poco volver a hacer manitas con quienes tantos cuentos y tantas falsas razones han repartido durante la no menos falsa tregua: en las radios, en las columnas de los periódicos, en las televisiones. Pero de eso hablaremos despacio y sin tapujos otro día.

Fernando Savater