Unidos por lo que separa

La mejor prueba de que España es una nación, siguiendo una intuición del filósofo Peter Sloterdijk que ha recibido recientemente el premio Ludwig Börne por incitar la opinión pública alemana, es que es un conjunto de personas unidas por una irritación común, una irritación transmitida por una opinión publicada en la que los españoles se escuchan y se unen. Los Bárcenas, los Urdangarin, las Corinnas, los espías, la multitud de operaciones con nombres como campeón, cinturón u otros que no me vienen ahora a la mente, y su reflejo en los medios nos constituyen como un conjunto de personas unidas en la misma escucha o lectura, unidas por la misma irritación.

Podríamos añadir que también estamos unidos por la misma liga de fútbol, por las mismas medidas de austeridad -Rajoy y más lejos aunque demasiado cerca, Angela Merkel-, por los mismos culpables, por las reacciones del entrenador del Barça ante las manifestaciones del entrenador del Real Madrid, y viceversa, por los clásicos, los derbis, los Eufemianos, e incluso por las soberanías.

Sí: esto que parece ser la madre de todas las separaciones, la reclamación de la soberanía por parte de los políticos nacionalistas catalanes, o los políticos nacionalistas vascos, es también algo que nos une profundamente. Pues la soberanía no nos separaría si no la entendiéramos de una manera tan antidemocrática, si los nacionalismos periféricos no fueran tan miméticos al nacionalismo español, si los nacionalistas catalanes y vascos no estuvieran tan atrincherados en tiempos de Cánovas del Castillo, hasta el punto de hacer que muchos españoles vuelvan a ese mismo tiempo, a pesar de los esfuerzos que hace la Constitución española por superarlo, sin todo esto la irritación sobre la separación que tanto nos une no nos separaría.

Unos dicen que no quieren separarse, pero que se ven obligados a ello a causa de que los otros son separadores. Y estos dicen que ellos sólo buscan defender la unión de los ciudadanos iguales que los otros quieren desigualar. Éstos, proclamando su soberanía, llevan a cabo un acto de profundo diálogo, mientras que acusan a los otros, a los unionistas -título realmente de honor en estos tiempos cinematográficos dedicados a Lincoln- de no querer el diálogo por ellos propuesto declarándose soberanos, es decir, cerrados en sí mismos, por recurrir a los instrumentos jurídicos que institucionalizan la gramática y la conversación democrática. Yo creo que tanta pelea se debe a que somos demasiado iguales y nos soportamos mal, y no por ser, supuestamente, tan diferentes. Por eso vivimos tan irritados, probablemente con nosotros mismos.

Los esfuerzos de los nacionalistas por internacionalizar Cataluña o Euskadi se debe a que buscan otro ámbito de escucha que no sea el español, que es donde participan de los mismos sonidos. Pero los únicos que han conseguido que su voz sea escuchada en ese anfiteatro internacional han sido los terroristas de ETA, aprovechándose de que los guardianes de la moral política en los medios de comunicación de relevancia internacional siguen con la inercia de ver héroes románticos siempre en la lejanía de países que apenas conocen y que, en el fondo, desprecian paternalistamente.

Pero España es una nación porque es una sociedad que escucha mancomunadamente su propia irritación, porque sólo los gobiernos centrales se toman en serio la irritación de los nacionalistas periféricos, y sólo éstos, los nacionalistas periféricos, se irritan con las reacciones del Gobierno central. Pero ni unos ni otros existen sin la reacción mutua. ¿Qué harían los nacionalistas españoles, que existir existen, si no pudieran bramar, día va y día viene, tertulia radiofónica o televisiva va y viene, contra el desmadre de las autonomías, contra quién se podrían afirmar a sí mismos como verdaderos españoles? ¿Y qué sería de los nacionalistas periféricos si no pudieran recurrir permanentemente contra la fuente de todos sus males, España, Madrid, el Gobierno central, el Estado -pues para ellos todo es lo mismo-, contra quién construirían su identidad tan querida y apreciada, realmente potente sólo para los bienpensantes españoles de izquierda?

España es una nación unida en todos sus elementos porque éstos comparten el mismo problema. No saben bien los nacionalistas periféricos hasta qué punto es verdad su discurso de la España plural. España es tan plural que los mejores ejemplos de la plurinacionalidad de España son Cataluña y Euskadi: si bien en España se pueden encontrar regiones básicamente homogéneas en la lengua, en la identidad y en el sentimiento de pertenencia, difícil es encontrar, sea en Cataluña o en Euskadi, alguna zona, algún territorio, algún lugar libre de mestizaje, de identidades plurales, de sentimientos de pertenencia complejos, de heterogeneidad social pura y dura.

Si compartimos todo, hasta lo que creemos que nos separa, si estamos unidos en la irritación, si estamos unidos en el cabreo, si lo que nos enfada, irrita y provoca nuestra más profunda crítica es común, hasta el punto que a todos nos dan ganas de emigrar sin saber exactamente a dónde, no debiera resultarnos tan difícil reconocernos en nuestros defectos, para, a partir de ahí, buscar las virtudes cívicas comunes que nos permitieran sentar las bases de un futuro mejor labrado entre todos por haber sido capaces de analizar y valorar lo mucho que hemos hecho mal en los últimos, digamos, 30 años.

Ni Bruselas ni Madrid van a garantizar el futuro del catalán o el vasco, especialmente en lo que atañe a su uso social, sino la sociedad catalana y la vasca, que lamentablemente, como dijo Duran i Lleida en el Congreso, hablan castellano en el espacio libre del recreo escolar. Y subrayo el término recreo como sinónimo de libertad. Y lo mismo sucede con el vasco.

Pero también se confunden los gobiernos centrales, todos hasta el momento, cuando creen que los males del Estado -los males de la falta de cohesión, de las tensiones territoriales- se van a curar contando con los partidos nacionalistas periféricos. Los problemas de solidez y cohesión del Estado como conjunto dependen, en gran medida, de que los poderes del conjunto del Estado hagan lo que tienen que hacer pensando en la solidaridad, en la igualdad de los ciudadanos, en la garantía debida a la libertad de los ciudadanos diferentes, teniendo en cuenta las diferencias territoriales, y las diferencias internas y muy estructurales de cada territorio. Haciendo lo que deben hacer para consolidar el conjunto, y no dejándose someter al dictado de los nacionalistas, a quienes no les importa el conjunto, y si les importa es sólo para su propio beneficio, y no para beneficio del conjunto.

Joseba Arregi fue consejero del Gobierno vasco y es ensayista y presidente de Aldaketa.

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