“Unidos, resistiremos, divididos, perderemos”

Esta es la carta del presidente del Consejo Europeo Donald Tusk a los 27 jefes de Estado o de gobierno de la UE sobre el futuro de la Unión ante la cumbre de Malta (Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia).


Queridos colegas:

Para preparar bien nuestra discusión de Malta sobre el futuro de la Unión Europea de 27 miembros, y a la luz de las conversaciones que he mantenido con algunos de vosotros, quiero presentaros varias reflexiones que, a mi juicio, compartimos casi todos.

Los retos que afronta hoy la Unión Europea son los más peligrosos desde la firma del Tratado de Roma. Nos enfrentamos a tres amenazas distintas y sin precedentes, al menos no con esta dimensión.

La primera amenaza es externa y está relacionada con la nueva situación geopolítica en el mundo y alrededor de Europa. Una China cada vez más segura de sí misma, sobre todo en el mar, la agresiva política de Rusia respecto a Ucrania y los demás países vecinos, las guerras, el terrorismo y la anarquía en Oriente Próximo y África, con la crucial participación del islamismo radical, y las preocupantes declaraciones de la nueva administración de Estados Unidos hacen que nuestro futuro sea muy impredecible. Por primera vez en nuestra historia, en un mundo cada vez más multipolar, están surgiendo muchas voces antieuropeas o, en el mejor de los casos, euroescépticas. Los cambios en Washington, especialmente, ponen a la UE en una situación difícil, con la aparente intención del nuevo presidente de cuestionar los últimos 70 años de política exterior de su país.

La segunda amenaza es interna y está unida al ascenso del sentimiento anti UE, nacionalista y xenófobo dentro de la propia Unión. El egoísmo nacional está empezando a ser una alternativa atractiva frente a la integración. Además, las tendencias centrífugas aprovechan los errores de aquellos para los que la ideología y las instituciones se han vuelto más importantes que los intereses y las emociones de la gente.

La tercera amenaza es el estado de ánimo de las élites europeístas. Cada vez más, está disminuyendo la fe en la integración política, se imponen los argumentos populistas y se cuestionan los valores fundamentales de la democracia liberal.

En un mundo lleno de tensiones y enfrentamientos, los europeos necesitan mostrar más valor, más determinación y más solidaridad política. Sin ellos, no sobreviviremos. Si nosotros mismos no creemos en nuestro proyecto, en el propósito esencial de la integración, ¿cómo van a creer otros? En Roma debemos reafirmarnos en esta convicción. En el mundo actual, con Estados que son continentes y tienen cientos de millones de habitantes, los países europeos, por separado, tienen poco peso. Pero la UE, unida, tiene peso demográfico y económico, y es un interlocutor equiparable a las grandes potencias. Por eso, el mensaje más importante que debemos enviar desde Roma es la unidad de los 27. Debemos dejar claro que no solo tenemos estar unidos, sino que lo deseamos.

Mostremos nuestro orgullo de ser europeos. Si fingimos no oír las palabras ni ver las decisiones dirigidas contra la UE y nuestro futuro, la gente dejará de considerar que Europa es su gran patria, y nuestros interlocutores globales dejarán de respetarnos. No hay razones objetivas por las que Europa y sus líderes deban desvivirse por complacer a otras potencias y sus gobernantes. Sé que, en política, no conviene abusar del argumento de la dignidad, porque suele generar conflictos y emociones negativas. Pero hoy debemos defender de forma inequívoca nuestra dignidad, la dignidad de una Europa unida, ya sea frente a Rusia, China, Estados Unidos o Turquía. Tengamos el valor de enorgullecernos de nuestros logros, que han convertido nuestro continente en el mejor lugar de la tierra. Tengamos el valor de refutar la retórica de los demagogos, que afirman que la integración europea solo beneficia a las élites, que ha causado sufrimiento a la gente corriente y que los países están mejor separados que juntos.

Debemos pensar en el futuro: esta ha sido vuestra petición más frecuente en las consultas de los últimos meses. Por supuesto que sí. Pero nunca, en ninguna circunstancia, podemos olvidar los motivos fundamentales por los que hace 60 años decidimos unirnos. Se dice a menudo que el recuerdo de las tragedias pasadas ya no sirve como argumento, que las nuevas generaciones no saben ya cuál fue nuestra inspiración. Pero la amnesia no quita valor a ese principio ni nos exime de nuestra obligación de recordar constantemente las trágicas enseñanzas de una Europa dividida. En Roma debemos reiterar estas dos verdades básicas pero olvidadas: que nos unimos para evitar otra catástrofe histórica y que los periodos de unidad europea han sido los mejores en la larga historia de nuestro continente. Debemos tener muy claro que la desintegración de la UE no restauraría una ilusoria soberanía plena de sus Estados miembros, sino que facilitaría su dependencia de las grandes superpotencias: Estados Unidos, Rusia y China. Solo podemos ser independientes si estamos unidos.

Por consiguiente, debemos tomar medidas enérgicas para cambiar los sentimientos colectivos y revivir la ambición de profundizar en la integración europea, y eso nos exige restablecer nuestra sensación de seguridad tanto externa como interna y el bienestar socioeconómico de nuestros ciudadanos. Para ello hay que reforzar las fronteras externas de la UE, mejorar la cooperación de los servicios responsables de combatir el terrorismo y proteger el orden y la paz en nuestro territorio, aumentar el gasto de defensa, reforzar la política exterior de la UE y la coordinación de las políticas exteriores de los Estados miembros, y fomentar las inversiones, la inclusión social, el crecimiento, el empleo, la utilización de los beneficios de las transformaciones tecnológicas y la convergencia en la eurozona y en toda Europa.

Aprovechemos el cambio de estrategia comercial de Estados Unidos para intensificar nuestras negociaciones con los socios interesados y defender nuestros intereses. La Unión Europea no debe olvidarse de que es una superpotencia comercial, que está abierta a otros pero protege a sus ciudadanos y sus empresas y que recuerda que libre comercio quiere decir comercio justo. Además debemos defender firmemente el orden internacional basado en el principio de legalidad. No podemos rendirnos ante quienes quieren debilitar o anular la relación transatlántica, sin la que el orden mundial y la paz no pueden sobrevivir. Tenemos que recordar a nuestros amigos estadounidenses su propio lema:

Unidos, resistiremos; divididos, caeremos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *