Uno de los nuestros

Si se acuerdan ustedes de la magnífica película de Scorsese, entenderán el desconcierto y hasta el susto con que oí por primera vez pronunciar en un ambiente que yo creía entonces profesional y tranquilo (sucedió en una empresa pública en el año 2004 cuando llegó el PSOE al gobierno de) una curiosa pregunta referente un profesional de perfil técnico al que se quería nombrar para algún puesto directivo, de muy segundo nivel, por cierto. Literalmente la pregunta era: «Pero ese ¿es uno de los nuestros?». No me acuerdo de la contestación, seguramente porque me quedé prendida en la pregunta, tan sorprendente me pareció. Tampoco me acuerdo de a quién se refería, aunque sí recuerdo perfectamente quién la hizo, un profesional recién nombrado por el nuevo Gobierno para un cargo directivo relevante. Seguro que él no se acuerda, sería me imagino una pregunta casi de rutina.

Como es lógico, según me dijeron más tarde, este mismo directivo, cada vez más suelto, siguió ampliando el círculo de su investigación, haciendo esta misma pregunta, pero ya en relación con proveedores, contratistas, directivos de empresas públicas, directivos de empresas privadas, etc, etc, hasta abarcar al mundo mundial que se dividía, por arte y gracia del sectarismo, entre los afines al PSOE («los nuestros») y los afines a otros partidos. En este contexto, muchos técnicos y profesionales, funcionarios y no funcionarios, al ver lo sencillo que era este mundo en blanco y negro, optasen por rebelarse (que no revelarse) espontáneamente como «de los nuestros» aunque no se les conociera en años anteriores militancia o afinidad de ningún tipo, o incluso se les conociese, pero más bien de la otra parte. Por supuesto, caído el Gobierno del PSOE e incluso ya unos meses antes, estos mismos profesionales decían a quienes los quisieran oír que ellos siempre habían sido técnicos y que como tales habían ocupado sus cargos durante la etapa del PSOE, sin mancharse nunca las manos con nada que oliese a política. Los más caraduras aprovechaban para poner verdes a sus jefes caídos en desgracia y acercarse a los nuevos jefes que se esperaban. Bueno, nada que no pueda esperarse de las bajas pasiones humanas, dirán ustedes.

Pues no. Para embridar las bajas pasiones humanas se supone que tenemos leyes e instituciones. Y recuerden que estamos hablando del sector público y de instituciones, organismos y empresas que se paga con dinero de todos los contribuyentes, de los unos y de los otros. Por eso, a la vista de lo que ha pasado en España, podemos decir que vivimos una auténtica debacle institucional. Que no es sólo responsabilidad de los partidos políticos, aunque ciertamente ellos son los principales responsables.

Para entenderlo, hay que volver a la pregunta que -casi de forma intuitiva- me sorprendió y hasta me escandalizó un poco. ¿Saben por qué? Pues porque quien la hacía era un técnico y porque se refería a otro técnico. Entiendo que si los políticos hablan entre ellos, este tipo de preguntas es más compresible, aunque no sea un lenguaje muy elegante y haga pensar en la película de Scorsese. Hecha en ambientes profesionales, funcionariales o directamente técnicos creo que es para asustarse. Porque revela que hemos llegado a un punto en España en que el técnico o el profesional ya no es simplemente alguien al que se nombra o con el que se cuenta por sus capacidades y competencias profesionales, por su saber hacer, sino alguien cuya cualidad fundamental y más apreciable es la de la lealtad, lealtad que con una cierta facilidad degenera en puro servilismo. Especialmente si la ratio entre competencias profesionales y lealtad está un poco desajustada a favor de la segunda. Piensen que estamos siempre hablando además, de puestos o cargos directivos o no directivos que teóricamente al menos requieren inexcusablemente de una capacidad y solvencia técnica razonable.

Pues bien he recordado esta anécdota a raíz de otra conversación, esta de este año, donde se ha planteado la misma pregunta ahora con un Gobierno del PP y hecha de nuevo por un técnico (del PP) en referencia a otro técnico. Así que -como por otro lado nos dejan claro los últimos siete meses- aquí no ha cambiado nada en cuanto a la forma de seleccionar a los colaboradores técnicos que, eso sí, tienen por delante una tarea bastante más complicada que la que hubieran tenido en el año 2004. Coincidirán conmigo en que esto explica bastantes cosas que si no resultarían un tanto inexplicables. Eso sí, estos técnicos del PP tienen mejor curriculum, esto es indudable, pero esto no nos debe ocultar la realidad; no se les escoge por su trayectoria profesional, o por el número de matrículas de honor, por utilizar una expresión periodística, sino por su trayectoria de lealtad. Y la lealtad a quien les ha nombrado vaya si la han demostrado, aún a riesgo de dejar en ridículo a los españoles y a las instituciones a las que se supone que debían representar. Dejo que cada lector elija su ejemplo favorito, porque hay donde escoger.

Por eso, quiero acabar esta reflexión con esta última anécdota. Hace muchísimos años un excelente profesional fue nombrado para un cargo relevante en una importante institución de este país, una de las que hoy andan por los suelos. Felicitándole por su nombramiento me contestó: «Si, estoy muy contento, quiero hacer las cosas lo mejor posible, por supuesto, siendo leal a quien me ha nombrado». Era un gobierno del PP, del año 1996. Lo que me chocó (y entonces no supe por qué) fue que dijo «leal a quien me ha nombrado» y no «leal a la institución». Entre estas dos frases, hay todo un mundo. Porque es más que probable que, en algún momento colisionen las dos lealtades, y que lo que tenga que hacer una institución importante (en cumplimiento de los fines de interés general a los que sirve una institución que esté bien diseñada jurídicamente) desagrade a un partido político importante o a alguno de sus miembros. Si el profesional brillante nombrado para este puesto ya está dispuesto al día siguiente de ser nombrado por un partido político que (hay que decirlo) le nombró en atención a esta trayectoria a supeditar su independencia y su lealtad a la institución a su lealtad a un partido con el que podía simpatizar y al que votaba, pero con el que no tenía mayor vinculación. ¿Qué podíamos esperar?

Los años transcurridos desde entonces nos han demostrado que muchos profesionales valiosos cuando tuvieron que decidir, optaron por ser leales a un partido y no a la institución en la que ocupaban cargos relevantes, fuese el CGPJ, el TC, el Tribunal de Cuentas o un organismo regulador. Después, como es lógico, estos profesionales cuyo principal valor ya no era su competencia técnica sino su lealtad, cuando llegó la hora del recambio, fueron sustituidos por otros que ya eran más leales que profesionales. Y por último, por otros cuya única competencia profesional era la lealtad. Si tienen la paciencia de analizar los nombramientos de las principales instituciones del país durante los últimos 20 o 25 años verán a lo que me refiero. Y todo esto pasó sin que ninguna de las normas que regían estos nombramientos y estas instituciones cambiasen ni un milímetro.

No, los políticos no tienen la culpa de todo. Como me dijo un ex presidente del Tribunal Constitucional «los que no han sido independientes ha sido porque no han querido».

Elisa de la Nuez es abogada del Estado, fundadora de Iclaves y editora del blog ¿Hay derecho?

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