Unos candidatos peculiares

Debbie Bosanek, la secretaria, se ha convertido en un personaje popular en Estados Unidos. Tanto que hace unas semanas, en la solemne sesión anual sobre el estado de la Unión, Obama la invitó a sentarse en el palco reservado a la primera dama en el Capitolio de Washington. Debbie, como ya se la conoce familiarmente, es la secretaria de Warren Buffet, una de las mayores fortunas del país, famoso por sus éxitos en la bolsa de valores. Resulta que la legislación vigente obliga a la secretaria a abonar en concepto de impuesto sobre la renta un 35,8% de su sueldo mientras que a los ingresos millonarios de su jefe solo se les aplica una tarifa del 17,4%. Con la presencia de la señora en cuestión Obama quería hacer ostensible la injusticia de la actual normativa fiscal y la necesidad de elevar los impuestos a las clases más pudientes.

Los republicanos se oponen radicalmente y le acusan de fomentar la envidia hacia los más acomodados bajo la excusa de una pretendida equidad social. Incluso creen que gestos como la invitación a Debbie alimentan la lucha de clases, algo que para ellos conduce inmediatamente al marxismo puro y duro. Y se olvidan de que el propio Buffett, un multimillonario que es partidario de que se le aprieten fiscalmente los tornillos, declaró años atrás que de haber lucha de clases era la suya, la rica, la que la había empezado y estaba ganando.

El tema de la reforma fiscal norteamericana será uno de los caballos de batalla de las próximas elecciones presidenciales. Obama no sabe aún el nombre de su contrincante, pues son cuatro los candidatos en lucha por conseguir este papel. Pero todos ellos son contrarios a un aumento de la presión impositiva, aunque solo afectara a las clases más privilegiadas. Y es que el Grand Old Party, como gusta llamarse el Partido Republicano, se ha impregnado en estos últimos años de una mezcla de conservadurismo rancio, de individualismo anarquizante y de fanatismo religioso que queda recogida, en distintas proporciones, en los perfiles de los cuatro candidatos.

La verdad es que a ojos de un europeo todos son pintorescos. Empecemos por Mitt Romney, el que aparece mejor clasificado después de las primarias de Michigan, pero a quien los analistas le ven un espinoso futuro. Es mormón, religión minoritaria y vista con suspicacia por los creyentes cristianos tradicionales. Hace lo posible por disimularlo pero sus contrincantes se encargan de recordarlo a los posibles votantes. En sus declaraciones se manifiesta ferviente conservador, pero muchos señalan que cuando ocupó cargos de responsabilidad no se opuso a las uniones homosexuales ni a otras medidas que ahora condena. Chaquetero sería el adjetivo con el que le bombardean. Y su negativa largo tiempo mantenida a desvelar su declaración de la renta acabó con la confesión de que una parte importante de su cuantioso patrimonio está en Suiza. Para acabarlo de arreglar últimamente hizo algunas afirmaciones que, como mínimo, cabe calificar de sorprendentes, como cuando dijo que los más pobres no le preocupan ni un ápice.

Rick Santorum es un católico ultramontano que se opone con fiereza a las uniones homosexuales, pero también al control de la natalidad y quisiera que se considerara delito la sodomía, el adulterio y otros comportamientos sexuales. Cree que la separación entre iglesia y Estado es un error, por lo que no parece que las conquistas de la revolución francesa le susciten el más mínimo entusiasmo. Propone la reducción del gasto público y, por tanto, de los impuestos. Es un halcón y afirma que no dudaría llegado el caso en ordenar acciones represivas contra Irán.

Newt Gingrich es un personaje intelectualmente más sólido que los dos anteriores, pero su pasado tiene muchos puntos oscuros. Sus sucesivos divorcios e infidelidades, que no le impidieron atacar con saña a Clinton por sus escarceos con la becaria Lewinsky, que remata con una conversión al catolicismo, el uso poco transparente de ciertos fondos públicos y su carácter explosivo dan pie a que las publicaciones satíricas, como el New Yorker, lo asaeten con fruición. Se autocalifica de conservador futurista, que nadie sabe exactamente qué significa.

Y queda Ron Paul, de 78 años, que no es propiamente un conservador, sino un libertario que propugna la vuelta al patrón oro y la eliminación de parte de la Administración federal. Su desprecio por los partidos políticos le da pocas probabilidades de alcanzar la victoria.

En mi opinión, desde Europa deberíamos iniciar rogativas de toda índole para que en noviembre Obama vuelva a hacerse con la victoria. Las otras cuatro posibles alternativas ponen la piel de gallina.

Por A. Serra Ramoneda, presidente de Tribuna Barcelona.

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