Usé un vehículo autónomo… y me gustó

Una prueba reciente de un Volvo S90, un vehículo semiautónomo Credit Fred R. Conrad para The New York Times
Una prueba reciente de un Volvo S90, un vehículo semiautónomo Credit Fred R. Conrad para The New York Times

En mi cuarto día en un vehículo semiautónomo, por fin tuve la confianza suficiente para que se detuviera solo. Antes de eso, dejé que el auto —un sedán Volvo S90— diera vueltas suaves, aunque mantuve las manos sobre el volante, y que ajustara la velocidad en el tráfico. Para el cuarto día, ya estaba listo para dar el salto al futuro.

Mientras transitaba a una velocidad de unos 60 kilómetros por hora en una transitada calle de los suburbios de Washington, presioné el botón que activa el modo autónomo y alejé mi pie del freno y el acelerador. El auto mantuvo su velocidad. En poco tiempo, la luz del semáforo cambió a rojo y los vehículos que iban adelante bajaron la velocidad. Por una fracción de segundo, me preparé para pisar el freno hasta el fondo.

No hubo necesidad. Las cámaras y las computadoras del Volvo reconocieron que los otros autos estaban reduciendo la velocidad y el vehículo empezó a frenar con suavidad. Mi auto se detuvo por completo detrás de un Ford. Empecé a reírme, aunque no había nadie más conmigo, y mi ansiedad se convirtió en alivio.

Si se parecen en algo a la mayoría de las personas, esta ansiedad les será familiar.

La semana pasada, cuando una amiga me vio en el Volvo y le expliqué que estaba haciendo una prueba de manejo para el trabajo, me preguntó por qué calles iba a circular… para no andar por ellas. Otro amigo me preguntó si era posible hackear un vehículo autónomo. Mis colegas me dijeron que temían que los vehículos semiautónomos llevaran a las personas a confiarse y posiblemente dejar de fijarse en el camino.

Los vehículos autónomos afectan la psique humana. Queremos tener el control, o al menos dárselo a profesionales capacitados, como los doctores. No queremos que las computadoras estén a cargo.

Unos investigadores de la Universidad de Pensilvania y de la Universidad de Chicago han realizado unos experimentos ingeniosos para captar este fenómeno. Pidieron a los participantes que completaran tareas (como predecir cuáles iban a ser los aspirantes a la Facultad de Negocios y Administración de Empresas que tendrían carreras exitosas) y que compararan su rendimiento con el del algoritmo de una computadora. Después de que la computadora cometía un error, la gente estaba reacia a volverla a usar. Después de que la gente cometía errores, la confianza en sí mismos no se veía afectada.

Racionalizaban sus propias imperfecciones y al mismo tiempo se obsesionaban con los defectos de la computadora. No importó que los humanos cometieran más errores que la computadora… muchos más.

Sucede lo mismo al momento de conducir un auto. Manejar es un flagelo a la salud pública. El año pasado, más de 37.000 estadounidenses murieron en accidentes automovilísticos, la mayoría de los cuales se debieron a errores humanos. En mi comunidad, la cifra desgarradora incluyó a una madre, un padre y su hijo adolescente, quienes murieron cuando un auto que iba a exceso de velocidad chocó con ellos en una de esas calles suburbanas muy transitadas. La hija adolescente sobrevivió.

El total de las víctimas que producen los accidentes de auto supera el de las armas. Así que si están escandalizados con las armas y quieren que cambien las cosas, deberían opinar lo mismo respecto de este tipo de percances.

La tecnología está creando una oportunidad para salvar vidas. A las computadoras no les da sueño, no se emborrachan ni se distraen escribiendo mensajes de texto, además de que no tienen puntos ciegos. Tan solo basta ver los comerciales de las aerolíneas: la automatización ha ayudado a eliminar casi por completo los accidentes fatales entre las aerolíneas estadounidenses. El último sucedió en 2009.

La tecnología de los vehículos semiautónomos aún no es tan buena ni barata. Por ejemplo, el Volvo de 50.000 dólares que conduje —como un Tesla que probé— se confundió con los carriles que no tenían las líneas pintadas y tuve que tomar el control. Sin embargo, la tecnología ha mejorado a gran velocidad. En unos pocos años, muchos autos tendrán sofisticados sistemas para evitar los accidentes.

Creo que nos dará angustia utilizarlos, tanto por precaución legítima como por miedo irracional. Se recurrirá al sensacionalismo en cualquier accidente que involucre un vehículo autónomo —que ya han sucedido—, aunque ignoramos decenas de miles de muertes producto de accidentes provocados por humanos. No obstante, aun así tengo la esperanza de que se revolucionará la conducción de los autos más pronto de lo que mucha gente cree.

Los investigadores de Pensilvania y Chicago también estudiaron las circunstancias en las que las personas se sienten cómodas cuando las computadoras toman el control y encontraron que cuando la opción no es de todo o nada —cuando la gente tiene “aunque sea una pequeña cantidad” de control—, las personas están más abiertas a la automatización.

La conducción de los autos se está dirigiendo hacia ese objetivo. El giro será gradual, no inmediato, según me comentó el economista en jefe de Google, Hal Varian. Los autos serán responsables de muchas tareas y el piloto humano tendrá el poder de pasar a modo manual. La combinación no será perfecta, pero puede ser mucho mejor que la situación actual.

Del mismo modo, mi propia experiencia me lleva a pensar que las actitudes podrían cambiar rápidamente. Una de las fuerzas más poderosas de la psicología humana es conocida como el “principio de familiaridad”. Después de que la gente experimenta algo, suele tener una actitud más positiva al respecto.

Al comienzo de mi experiencia con el Volvo, estaba demasiado nervioso como para usar algunas de las funciones. Al final, tuve la confianza de que estaría más seguro en el auto. Ahora que volví a conducir un Toyota de casi una década de antigüedad, extraño las cosas que al principio me ponían ansioso.

David Leonhardt is an Op-Ed columnist and associate editorial page editor at The New York Times.

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