Vacaciones de crisis

O usted está de vacaciones o lo va a estar pronto. Otra cosa es si va a salir de vacaciones, tal y como están las cosas en el trabajo y en la economía en general. Y aun así, algo hará. Porque los estudios internacionales sobre los presupuestos familiares muestran que, aun en situación de crisis, las vacaciones no se crean ni se destruyen, se transforman. Hay demasiada presión en nuestra vida cotidiana para renunciar a ese espacio de libertad en el uso del tiempo, conquistado hace años a través de una dura lucha social que consiguió imponer lo que Paul Lafargue llamó provocadoramente hace más de un siglo "el derecho a la pereza". Que no es pereza sino solaz, que no es vagancia sino descompresión, en el fondo para seguir en la carrera cotidiana durante más tiempo y con más intensidad. Las vacaciones bien entendidas son productivas para la economía, tanto en la oferta (puesta a punto del trabajador) como en la demanda (sector decisivo como mercado de servicios). Y son psicológicamente necesarias para las personas. O sea, que benditas vacaciones mientras nos las podamos permitir.

Lo que ocurre es que incluso los mejores inventos los estropeamos con nuestro afán consumista estimulado por una publicidad voraz y una industria del turismo global que nos transforma en materia prima para procesar en la máquina del turismo de masas. Y ahí empieza la carrera de obstáculos en la que se convierten muchas vacaciones: atascos interminables, sembrados de accidentes; aeropuertos saturados al límite; aviones que no despegan; paquetes de vacaciones con sorpresas de letra pequeña y comidas de inciertos resultados; playas saturadas; monumentos con colas de tres horas. Y nervios. Nervios con los proveedores de servicios, nervios en la familia, nervios con la pareja y nervios con una misma ("quien me manda a mí meterme en estos líos con lo bien que estaría en casita o en el pueblo si no fuera porque tengo que hacer la comida") Ysi, escarmentados de los turoperadores, nos quedamos en nuestros lugares turísticos, tampoco mejora mucho la situación porque lo que para nosotros es lo cercano para entre 50 y 60 millones de conciudadanos del mundo es lo lejano, de modo que nos traen la saturación a casa. Ysi esto se combina con la fórmula del turismo de borrachera, en la valiente y acertada expresión que acuñó hace tiempo Montse Tura, el negocio más redondo de nuestras costas, de relajo queda más bien poco, excepto en la estulticia del sueño profundo inducido por los mejunjes de alcoholes y otras sustancias.

Pero las cosas están cambiando con la crisis. Si las vacaciones son más deseadas que nunca, el turismo de masas basado en el consumo de sol y luna, estimulantes y sexo (para el que puede) está decayendo como efecto de la crisis. Aunque es un declive leve, los principales puntos de destino turístico de nuestro litoral registran reducciones sensibles tanto en número de visitantes como en lo que gastan.

En realidad, sólo si ajustan los precios a la baja (y no sólo los del cubata) podrán evitar una crisis mayor, una crisis que agravaría aún más el paro por habernos metido en una economía excesivamente dependiente de la construcción, la inmobiliaria y los servicios turísticos de baja cualificación.

Aun con todo, entre la precariedad (relativa) de recursos y un deseo de descanso más profundo que el de juerga, las vacaciones de crisis pueden ser una oportunidad para hacer algo distinto, en el pueblo, en la naturaleza, en algún rinconcito de por ahí accesible con coche o tren, sin descartar enteramente el patio de mi casa, que es particular. No tanto para dejarse ir a la siesta permanente bajo la canícula veraniega, sino para hacer lo que nos venga en gana, cada uno a su estilo. Como está leyendo este periódico, usted es lectora de prensa en papel y, por tanto, probablemente, se cuenta entre los escasos miles que aún leen libros. Pero ¿cuánto hace que tuvo tiempo de leer un libro sin tener que dejarlo un par de semanas vencida por el sueño o interrumpida por la llegada a su estación?

O descubrir caminos del bosque o de la historia a su aire sin visitas guiadas y minutadas. O tomar su bicicleta y pasear a la ventura, no imitando a los del Tour, sino compadeciéndoles de su vida de forzados de la carretera que no pueden pararse a contemplar los maravillosos paisajes que atraviesan porque pierden puntos, primas y su puesto de trabajo. O, más sencillamente, disfrutar de la compañía de la gente con quien queremos estar y con quienes frecuentemente nos cruzamos como trenes en la noche en la vida cotidiana. Pero con cuidado, buscando una intimidad sostenible.

Porque recuerde que, estadísticamente hablando, las vacaciones son el periodo en el que se producen más separaciones familiares y sentimentales. Tal vez porque cuando tenemos tiempo de estar con el cercano prójimo una empieza a pensar: "¿Y qué hace una chica como yo con un señor como este?". De modo que antes de adentrarse en los arrullos mejor medimos la temperatura ambiental.

De hecho, hay una clara evolución de la industria hacia un turismo diversificado, con una componente cada vez mayor del turismo cultural y de naturaleza, de más alto valor añadido.

Y aunque se mezcla frecuentemente con el turismo gastronómico (y la naturaleza acaba siendo pretexto para la grande bouffe),es un síntoma de que las empresas más inteligentes entienden el cambio de valores y la emergencia de nuevos mercados.

Pero de lo que aquí trato no es de la industria o de la economía, sino de usted, de sus vacaciones y de la posibilidad que tiene, en un periodo del año en el que en principio no nos minutan la vida, de hacer no lo que le marcan como deberes de vacaciones, sino lo que usted realmente quería hacer el día que fuese mayor. Bueno, ya es mayor. ¿Y ahora qué?

Que usted disfrute de sus vacaciones.

Manuel Castells