Vacunas. La palabra anda suelta y las noticias se acumulan. Las estábamos esperando y ahora las anuncian. No obstante, con las vacunas no bastará. Es cierto que son una oportunidad. Pero hay que saber aprovecharla. Porque, ¿de qué sirve una campaña de vacunación, si no la sigue la mayoría? Varias encuestas revelan que cerca de un 35% de los españoles no quieren vacunarse contra la covid-19, mientras esa cifra, tomando como referencia el promedio a nivel mundial, es del orden de un 25 %.
El desafío para los poderes públicos es inmenso: ¿Cómo actuar frente a tal desconfianza? Tal vez convendría, desde este mismo instante, implicar a las ciudadanas y ciudadanos en la toma de decisiones, que participaran en la definición de los tipos de personas y territorios prioritarios. Parece necesario un esfuerzo pedagógico con relación a la vacuna para que todo el mundo entienda lo que está en juego. La responsabilidad individual debe ir de la mano con la fraternidad. Sin ésta, la crisis se podría eternizar.
Nos gustaría, pues, exponer algunas ideas para responder a esta cuestión en apariencia simple, pero que en realidad es eminentemente compleja: ¿A quién vacunar de manera prioritaria? ¿Según qué criterios? ¿Cómo jerarquizar esta cuestión? El 11 de noviembre propusimos una política de vacunación justa, aceptable y eficaz en Esade EcPol. Las dos primeras condiciones permiten asegurar la cohesión social. La tercera es vital para minimizar la cifra de casos graves de covid-19 y, de este modo, acortar el periodo de crisis económica y social.
Supercontaminadores probables. Hasta el momento, la mayor preocupación ha sido la equidad. Así, por ejemplo, a escala europea, la UE se ha comprometido a garantizar un reparto proporcional de la vacuna entre los Estados miembros. Además, todo el mundo está de acuerdo en priorizar a las personas más vulnerables (por razón de edad o de comorbilidad) y al personal sanitario. Estos dos puntos de acuerdo son importantes para salvaguardar el proyecto europeo. Pero la equidad y la fraternidad exclusivamente no conseguirán erradicar el virus.
En un informe del mes de julio, un consorcio relacionado con el consejo científico francés identificó a una categoría adicional de personas sobre la que es imprescindible incidir: los conexionistas. Tras esta palabra extraña se esconde una realidad: hay personas que están en el centro de numerosas interacciones sociales. Son «el personal con quien entra en contacto la población: vendedores, empleados de la administración pública, bancos, profesores, trabajadores de hoteles, restaurantes, transporte público y profesionales del sexo». ¿Por qué deberían ser una prioridad?
En primer lugar, para evitar que se conviertan en supercontaminadores: debido a su actividad profesional, tienen mayor riesgo de infectarse. Identificarlos es una medida eficaz para reducir la circulación del virus: protegerlos a ellos supone proteger a toda la población. A continuación, se tendrían que priorizar ciertos conexionistas. Por cuestión de justicia. Evidentemente, en caso de infección, un conexionista de 60 años tiene menos probabilidad de desarrollar un cuadro grave de covid-19 que un jubilado de 75. Sin embargo, debido a su ocupación, tiene mucha más probabilidad de infectarse.
La probabilidad de desarrollar un cuadro grave de covid-19 también depende, por cruel que sea, de la profesión que se ejerce. Además de las personas vulnerables y del personal sanitario, vacunar a los conexionistas tiene que ser una prioridad. Y no serían la única categoría de personas que convendría añadir a la lista. Faltaría una, que tiene el mismo grado de importancia: los viajeros. Según la revista Science, así como la mayoría de los contagios se producen en la esfera familiar o social, las personas que viajan son determinantes para la circulación general del virus.
Gestionar la pandemia de modo sostenible. Por un lado, los viajeros tienen un riesgo elevado de contraer y transmitir el virus, especialmente, cuando parten de una zona etiquetada como roja. Por otra parte, son particularmente difíciles de rastrear, puesto que la transmisión opera entre perfectos desconocidos. Las personas obligadas a viajar por imperativo profesional, médico o familiar también deberían ser vacunadas con carácter prioritario, sobre todo si circulan de manera habitual entre zonas rojas y zonas verdes. Si no queremos dar pasos hacia atrás y volver a situaciones en las que todas y todos somos víctimas, es imprescindible proteger de una posible reimportación del virus a quienes se desplazan.
La cuestión de las zonas verdes y las zonas rojas también debe ser, como es natural, un criterio para la distribución de la vacuna en el conjunto del territorio. ¿Cómo es posible no entender, en las circunstancias excepcionales a las que nos enfrentamos, que sería demasiado simplista fijar, para cada región, cuotas para las dosis de la vacuna en función de la población? Los territorios con una alta incidencia deben ser prioritarios. Centrarse en las zonas rojas supone atacar directamente la circulación del virus. ¿Resultado? Que la población, en su conjunto, estará más protegida.
Puede que sorprenda una jerarquía semejante, de personas y territorios, que distinga entre las prioridades: ¿Acaso no va en contra de la igualdad? En realidad, resultaría más justa y equitativa: reduciría las diferencias entre regiones en cuanto al riesgo de contraer la covid-19 y aseguraría la protección de las zonas con una incidencia más baja, a la espera de que la vacuna fuera distribuida de forma masiva. De hecho, si queremos proteger aún más las zonas verdes, ¿por qué no contemplar la limitación de los viajes procedentes de las zonas rojas, y exigir un test negativo, una cuarentena de siete días o incluso un certificado de vacunación para cada viajero?
Tras haber recurrido a un confinamiento nacional por segunda vez, ha llegado el momento de gestionar esta pandemia de un modo sostenible. Por primera vez, la niebla se disipa y vislumbramos el fin de este largo sufrimiento. ¿Lograremos aprovechar esta oportunidad? La llegada inminente de la vacuna abre un panorama esperanzador, pero es necesario definir una estrategia de vacunación que tenga sentido. La igualdad, la fraternidad y la eficacia nos deben guiar en este esfuerzo colectivo final. De ello depende nuestra libertad.
Miquel Oliu-Barton es profesor de Matemáticas en la Universidad Paris-Dauphine, PSL; y Bary Pradelski es investigador en economía del CNRS y miembro asociado del Instituto Oxford-Man.