Vaivenes de la falta de libertad en Turquía

El partido turco Justicia y Desarrollo (sigla en turco: AKP) llegó al poder en 2002 con una promesa de libertad religiosa para los musulmanes piadosos. Catorce años después, el gobierno del AKP produjo cualquier cosa menos “libertad”.

Hoy, hasta los partidarios del AKP tienen que medir con cuidado sus palabras, para no parecer críticos del gobierno o alineados con sus enemigos; necesidad que se incrementó desde la intentona golpista del 15 de julio contra el gobierno del presidente Recep Tayyip Erdoğan. Ahora, el instinto de conservación obliga a destruir cualquier prueba de cercanía con los enemigos del AKP, especialmente Fethullah Gülen, el reclusivo imán radicado en Pensilvania a quien el gobierno acusa de planear la asonada.

Pero el gobierno de Erdoğan no es el primero en obligar a los ciudadanos turcos a ocultar ideas y creencias. Bajo los gobiernos seculares que dominaron Turquía entre los años veinte y los cincuenta (y en cierta medida hasta 2002), si un turco piadoso quería progresar en el gobierno, el ejército e incluso el comercio, debía disimular su religiosidad y no dar muestras de aprobar el Islam político.

Los líderes de los tres partidos islamistas que precedieron al AKP lamentaban las barreras a la expresión religiosa y sostenían que el secularismo a la francesa había pervertido la cultura turca. A pesar del cuidado que pusieron en no desafiar abiertamente la constitución, entre 1971 y 2001 fueron proscritos una y otra vez como amenazas al secularismo. En 1999, el mismo Erdoğan terminó en prisión por recitar un poema considerado incitación a la violencia sectaria. Ese mismo año, Gülen, investigado bajo acusaciones de promover un estado islámico, se fue a Estados Unidos.

Opositores los dos al modo de gobierno secularista, el movimiento Hizmet (“servicio”) de Gülen y el AKP eran aliados naturales; y de hecho se pasaron una década colaborando para debilitar las instituciones seculares turcas. Cuando en 2010 un referendo constitucional puso fin a la tutela que el ejército, firmemente secular, tenía sobre la República, vieron una oportunidad histórica para la reforma de las instituciones, aunque había entre ellos cierto desacuerdo (incluso tensión) sobre el modo de hacerlo.

Erdoğan, por entonces primer ministro, comenzó a transformar la sociedad turca según su propia interpretación conservadora del Islam. Se intensificó la educación religiosa; aumentaron las restricciones al alcohol; a las mujeres se les dijo que debían tener al menos tres hijos y, más tarde, que no debían reír ostentosamente en público. Los medios de prensa que el AKP no compró fueron sometidos con amenazas de castigos tributarios y cárcel para los periodistas que no cooperaran. A los turcos seculares, otrora vanguardia modernista políticamente dominante, se los retrató como carentes de moral, decencia e incluso turqueidad.

Pero los musulmanes devotos también tuvieron motivos para temer, sobre todo cuando entre los bandos de Erdoğan y Gülen se desató una lucha por el poder. Si bien al principio los partidarios de Gülen compartían con el AKP las prebendas del poder (entre ellas, trato preferencial en empleos y contratos públicos), en 2013 los gülenistas trataron de implicar a Erdoğan en una investigación anticorrupción y las tensiones estallaron. La respuesta de Erdoğan fue iniciar una purga de presuntos gülenistas en las instituciones estatales.

Dos académicos ya habían revelado que varios juicios espectaculares contra miembros del viejo establishment secular se habían basado en pruebas fraguadas, y los funcionarios del AKP empezaron a acusar a Gülen por todas las irregularidades judiciales. Aunque era evidente que el AKP sabía de la trampa que les habían tendido a las víctimas de los juicios (entre ellas cientos de generales), pocos turcos abrieron la boca, por temor a que se los catalogara de miembros del “Estado paralelo” de Gülen.

Dos meses después del intento de golpe más sangriento de la historia del país, los turcos siguen hablando todo el tiempo sobre las imágenes surrealistas de bombardeos y tanques en las calles, y la feroz respuesta del gobierno, que incluyó decenas de miles de arrestos. Algunos se preguntan si Erdoğan habrá fingido el golpe para justificar esta purga fenomenal. Pero esas preguntas se hacen siempre en privado y entre críticas a la “organización terrorista de Fethullah”, la nueva designación oficial del Hizmet. Los turcos saben que para el gobierno, cualquier indicio de conexión con Gülen, por más sutil o remota en el tiempo que sea, puede ser sinónimo de traición.

Los simpatizantes presuntos están perdiendo sus trabajos sin derecho a defensa, y algunos incluso terminan en prisión. Quienes hayan estudiado con becas de Gülen están en la mira, igual que los millones de personas que hicieron negocios con empresas de dueños gülenistas. En la mayor apropiación de riqueza que se haya visto desde los cuarenta, el Estado está confiscando bienes de seguidores del imán. En estas circunstancias, cualquier elogio de las organizaciones benéficas gülenistas saqueadas equivaldría a un suicidio profesional.

Esto pasa de castaño oscuro; y sobre todo, porque cualquiera haya sido la implicación de Gülen con el intento de golpe, no fue obra sólo de los gülenistas. También participaron oficiales disconformes de muy diversas convicciones y oportunistas en busca de un ascenso. Es posible que el golpe haya fracasado porque se filtró información demasiado pronto, lo que pudo inducir a muchos conspiradores (e incluso algunas unidades militares clave) a abortar la intentona.

La respuesta de muchos generales, funcionarios de inteligencia y otros oficiales cuando se supo que había un golpe en marcha fue vacilante. Los mandos superiores del ejército y el jefe de inteligencia de Erdoğan lo tuvieron desinformado por horas, incluso mientras un grupo de conspiradores iba camino de su residencia de verano para matarlo. La indefinición de muchos oficiales de seguridad turcos terminó con algunos de ellos en prisión. Y es indudable que muchos turcos más también decidieron esperar y ver qué pasaba antes de elegir el bando contrario a Gülen.

El AKP y muchos de sus oponentes coinciden en una cosa: si el golpe hubiera triunfado, la represión sería mucho peor. Y de hecho, los partidarios del AKP superan con creces a los gülenistas. Pero en los últimos catorce años, el AKP se ganó enemigos acérrimos, y millones de turcos hubieran aplaudido el encarcelamiento de sus líderes, incluso cuando muchos de ellos, previsiblemente, asegurarían que su apoyo a Erdoğan era fingido.

Hoy Turquía está más lejos que nunca de crear una sociedad cuyos miembros se sientan libres de hablar abierta y francamente. La caza de brujas en curso lleva a que ciudadanos de muy diversas convicciones teman por sus empleos y sus vidas, y busquen refugio en el ocultamiento: social, político, intelectual y religioso. Esta extendida desconfianza fortalece los factores causantes de crisis políticas recurrentes en Turquía.

Timur Kuran is Professor of Economics and Political Science at Duke University and the author of The Long Divergence: How Islamic Law Held Back the Middle East. Traducción: Esteban Flamini.

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