Valencia, más que un nuevo ciclo

Poco antes de las elecciones, en estas mismas páginas, les exponía la importancia de que la cita del 24-M aportara a la sociedad valenciana una cosa muy simple: un cierto aire propio. El objetivo se ha cumplido con creces. Baste dar tres pinceladas. 1) El próximo alcalde de Valencia podría ser un valenciano nacido, curiosamente, en Manresa. 2) La ciudad de Alicante –que pasa por ser, con un juicio simplista, la capital castellanista de la Comunitat Valenciana– contará con tres concejales nacionalistas en correspondencia al 9% de los votos obtenidos. 3) En Castelló, la ciudad de donde fue alcalde Alberto Fabra, el todavía president de la Generalitat, el PP ha perdido la mitad de sus votos.

Durante largo años, no sólo ha habido que tener mucha paciencia para soportar la manera como algunos han ejercido el poder, sino también a quienes lanzaban miradas conmiserativas y nos ofrecían lecciones de moral desde algunos medios de comunicación asentados en Madrid. Lo valenciano, así, era castigado por partida doble. Desde aquel injusto “Resacón en Levante” de La Sexta hasta la reciente gracia preelectoral asociada al caso Rus de Dani Mateo sobre el gen de la corrupción inherente a lo valenciano, lo que aquí pasaba se “napolitanizaba” creándose un escudo mental que excusaba todo análisis serio: es que no tienen remedio. Los valencianos son así. Y de golpe y porrazo, llega el 24-M y la comunidad autónoma de España donde el PP pierde más porcentaje de voto es la valenciana (un 22%), la Diputación de Valencia, casa de algunos de los más recientes escándalos mediáticos, cambia de manos en bloque y Xàtiva degrada a Alfonso Rus a una tercera posición desde su mayoría absoluta.

En Valencia están pasando cosas que, por su profundidad, eran impensables hace apenas un par de años. En Valencia hay algo más que el fin de un ciclo electoral. Se acelera el tiempo, pero muta el espacio. El Partido Popular es enviado a la casilla de salida, como en los juegos de la oca, obteniendo el mismo porcentaje de voto que en 1989. Pero esta casilla de salida, que huele a refundación, tiene algo de diferente porque no sólo deberá recuperarse cuantitativamente, sino reconstruir un discurso moderno que le permita aspirar a volver a ser referente en el mundo urbano valenciano: hoy, el PP sólo tiene opción de gobernar en cuatro de las veinte grandes ciudades valencianas. En cambio, a los socialistas les ha pasado una cosa distinta: en algunas ciudades de cierta solera, el PSOE obtiene hasta un 62% de los votos municipales –como en Ontinyent–, mientras sólo un 25% de los autonómicos. Este voto dual se observa también en otras urbes destacables. El PSOE debería meditar su estrategia de país.

Valencia comienza a respirar un cierto aire propio. En Valencia se ha producido un cuádruple desacople que en España está causando la suficiente perplejidad para obviar el caso. El primer desacople es el del bipartidismo. En el 2011, PPCV y PSPV sumaron el 76% de los votos. En el 2015, el 46%. El segundo desacople es el que predicaba un nuevo sistema político sobre Ciudadanos y Podemos. La interposición firme de Compromís (con un 18% en todo el País Valenciano, un 23% en la provincia de Valencia e igual porcentaje en la capital) altera la geometría política que se tenía preparada. El tercer desacople se refiere al papel que la Comunitat Valenciana tenía asignado en el teatro político español. La región valenciana estaba aquí “para ofrendar nuevas glorias a España”. Y punto. Tal vez al día siguiente de las elecciones, alguien susurrara al oído de Montoro que no fue tan buena idea no acudir a Valencia a dar explicaciones sobre la infrafinanciación valenciana, como le pidieron los empresarios, y que eso del corredor mediterráneo, señor Rajoy, tenía más importancia de lo que parecía. La rebelión de parte de Catalunya ante el papel que el centralismo español le tiene asignada se da por descontada en Madrid, al menos desde 1714. Del mismo modo, la periódica explosión popular de Madrid, de ese Madrid insurgente y revoltoso, está asumida por el sistema por reiterativa. En cambio, lo de Valencia no tiene nombre. No tiene nombre en el sentido de no saber cómo nombrarlo, porque es inédito. Comportamientos diferentes en Valencia y en Navarra, como le gusta explicar a Enric Juliana, alterarían sustancialmente los equilibrios del Estado. Puntualicemos: alterarían las bases tradicionales sobre las que los equilibrios del Estado se han asentado. Conviene recordar hoy las palabras de José María Aznar en sus memorias: “Valencia tenía para nosotros un significado especial. El vínculo entre Valencia y Madrid generaría por razones de cercanía geográfica unas sinergias muy importantes (…) La primera instrucción que recibió Rafael Arias-Salgado fue la de terminar la autovía Madrid-Valencia como fuera”. Y hay todavía un cuarto desacople: el que atribuía a lo valenciano un odio intrínseco a lo catalán. Como ha apuntado el periodista Josep Torrent, el 24-M ha certificado el fracaso del anticatalanismo como estrategia política funcional. La respuesta a la ley de Señas de Identidad, aprobada a última hora por el Gobierno valenciano para salvar sus muebles, se ha materializado en la más que probable llegada de un valenciano de nombre Joan (Ribó) a la alcaldía del cap i casal en representación de Compromís, coalición que ha vencido en 9 de los 19 distritos de la ciudad.

Nunca un tiempo nuevo ha tenido que ver tanto con un mapa nuevo. Valencia se explica hoy por un nuevo ciclo temporal, pero Valencia parece que comienza a tener también un territorio propio. Descanse Joan Fuster en paz: el país ya tiene política.

Josep Vicent Boira, profesor de la Universitat de València.

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