Valencia, una idea de España

El partido Popular concedió desde su refundación en 1990 un significado especial a la Comunidad Valenciana, determinante para definir su proyecto estratégico y su idea de España. José María Aznar la consideraba clave para propiciar el cambio en la aceptación social del centroderecha. Por su fuerza simbólica, porque asegurar la alternancia en ese territorio completaba el éxito de la Transición y de la consolidación democrática al darle la vuelta definitiva al mapa de la Guerra Civil; por el potencial para el desarrollo industrial, económico y cultural del eje Madrid-Mediterráneo, y por su condición de factor vertebrador del país frente a la vocación expansionista del nacionalismo hacia unos països catalans.

La histórica victoria de Eduardo Zaplana en 1995 efectivamente propulsó a Aznar hacia la suya al año siguiente, después de aquel mitin apoteósico en Mestalla ante 55.000 personas. El PP se convirtió en una auténtica fuerza hegemónica durante 20 años en los que controló todos los resortes del poder y protagonizó una modernización asombrosa, en ocasiones barroca y exuberante, pero se vino abajo por el fracaso moral de una corrupción que desarboló al partido.

Valencia, una idea de España
Gabriel Sanz

Nuevamente, para Alberto Núñez Feijóo nada sería comparable a lo que significaría recuperar el 28-M la Comunidad Valenciana, la más importante, con sus cinco millones y medio de habitantes, de todas las que todavía gobierna el PSOE. Tras la hecatombe socialista en Andalucía -donde en mayo el PP pelea para obtener seis diputaciones y quizá siete capitales de provincia, con Sevilla aún en liza- y con la mayoría mayestática que ayer vaticinaba Sigma Dos para Isabel Díaz Ayuso en Madrid, gobernar en Valencia dibujaría una fortaleza territorial e institucional prácticamente imbatible.

El candidato del PP es Carlos Mazón, presidente de la Diputación de Alicante, que llegó a la política con Zaplana y a la presidencia regional del partido de la mano de Teodoro García Egea. Su mayor éxito ha sido precisamente pacificar una formación con una fuerte tendencia a la fragmentación y devolverle la ilusión de una posible victoria, que Sigma Dos sitúa en más de seis puntos de ventaja sobre Ximo Puig. Pueden ser suficientes, tras engullir casi por completo a Cs, para darle el Gobierno con el apoyo de Vox, especialmente si Podemos no supera la barrera del 5% y queda por lo tanto fuera del Parlamento. Su mayor handicap es que sigue siendo poco conocido, particularmente en Valencia, donde además ha decidido no encabezar la lista -lo hará por Alicante-, circunstancia que intentará compensar con la pujanza del ticket que forma con la candidata a la Alcaldía de la capital, María José Catalá.

Mazón se presentó el jueves en Madrid en el foro Cita con EL MUNDO que organiza Paco Rosell, con el respaldo en persona del propio Feijóo. De carácter prudente, con algún peaje identitario anticatalanista resabio de la vieja Derecha Regional Valenciana, en general su filosofía es la de libertad y su receta la de la economía abierta que ya se aplica con éxito en Madrid o Andalucía para atraer inversión, dinamismo y talento: bajos impuestos, simplificación administrativa y certidumbre para transferir a la iniciativa privada el liderazgo transformador, sin dogmatismos, garantizando el sostenimiento de los servicios públicos y la cohesión social. Con todo, el leit motiv que utilizó revela la voluntad del PP de convertir estas elecciones en un plebiscito nacional: «Sánchez manda, Puig obedece».

El empaque institucional de Puig le permite aguantar mejor de lo que cualquiera esperaría. Menos de un tercio de los valencianos rechaza su gestión a pesar de la situación calamitosa del sistema sanitario después de anatemizar la colaboración público-privada o de soportar el mayor déficit y la mayor deuda con la mayor presión fiscal. Muchas dudas generan la evidencia de la financiación ilegal del partido o las ayudas ilegales concedidas a su hermano. O las políticas de imposición lingüística, oficina de denuncias incluida. También se le atribuyen éxitos, como la negociación con Volkswagen para instalar la fábrica de baterías en Sagunto. Y una excelente relación con los grandes empresarios valencianos.

Su mayor lastre es la debilidad de sus socios populistas de Podemos y de Compromís. Destacadamente su pretérita relación con la escandalosa Mònica Oltra, sospechosa de utilizar los resortes de la administración para encubrir a su propio marido cuando éste cometió el repugnante delito de abusar de una menor tutelada. Y, por encima de todo, Pedro Sánchez, con quien Puig ejerce este fin de semana de anfitrión y que ha conseguido que cale con fundamento el mensaje del ninguneo a la Comunidad Valenciana en Madrid, ignorando por completo la reclamación de una nueva financiación o maltratando a los regantes de Alicante al recortar el trasvase Tajo-Segura.

El presidente expone cada semana alguna muestra del modelo institucional y de sociedad que propone para España. La inclinación autoritaria hemos vuelto a vérsela en el despliegue amenazante a los accionistas de Ferrovial, los mismos fondos internacionales que son clave en las grandes compañías del Ibex, frente a los que el Gobierno se ha atrevido a blandir la espada de instrumentalizar la Agencia Tributaria en su contra, para descrédito de la seguridad jurídica del país. El viernes constató su entrega a un bloque de minorías radicales al permitir que fuesen ERC y Bildu quienes explotasen electoralmente una Ley de Vivienda que contiene un concepto de intervención sobre la propiedad privada que va a destruir el mercado del alquiler y que es opuesto a lo que debería representar la socialdemocracia clásica. Hay dos ideas de España en juego: Valencia, piedra de toque.

Joaquín Manso, director de El Mundo.

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