Valls, «ton café fout le camp»

Sírvame este remedo de la frase, muy celebrada en los liceos franceses del mundo, que dirigiera una joven Madame du Barry a su anciano amante, Luis XV, como preámbulo a la tesis de que Manuel Valls está muy lejos de comprender la gravedad del momento político/existencial que vive España. Esta frase (realmente «France, ton café fout le camp!») ha quedado como anuncio de un régimen que se desintegra y al que acechan convulsiones traumáticas. Ese peligro, a mi juicio, puede estar rondando al exprimer ministro. Tomemos su discurso en el Ayuntamiento barcelonés para detectar tres grandes despistes.

En primer lugar, Valls despotricó contra Vox, como eje central de su posición política. Vaya y pase que responda así a una campaña orquestada de origen francoeuropeo preocupada por el ascenso de Le Pen (ella sí de extrema derecha), aunque debería evitar mentiras evidentes, como llamar iliberal a Vox, cuando su programa económico es el más liberal de toda Europa, disparatadamente liberal. Pero su gran equivocación es participar en la ceremonia de la confusión y del engaño que consiste en centrar la atención sobre el limitado fenómeno Vox, y peor aún, nutrir la idea de que en España existe un problema de izquierdas y derechas. El grave problema de los españoles, sean conscientes o no, está muy río arriba de una lucha partidista. El problema es que la democracia española no tiene asegurada su continuidad como espacio de ciudadanos unidos, libres, iguales y solidarios, y que sus destructores se basan en el desprecio al Estado de Derecho, en el racismo, en el supremacismo, en el tribalismo totalitario. Ese análisis es el que se agradecería de un político que se supone trae aire fresco. El señor Valls sabe que Francia es aún más diversa que España, y que eso no justifica la práctica del odio, la desigualdad y la discriminación xenófoba. Al lado de eso, el problema de Vox es pura poesía.

El segundo despiste lo plantea él mismo en una pregunta retórica que se autocontesta, pero mal. «¿Sería mejor haber permitido que gobernara el secesionista Maragall?». Pues cualquier analista fino y no intoxicado por la banalización del mal de la política española le contestaría que sería mejor que gobernara Maragall que apoyar a Colau para que siga entregando Barcelona al separatismo xenófobo y opresivo. Claro que Colau le ha dado nítidamente respuesta inmediata. Poniendo obscenos lazos amarillos en un edificio del Estado y permitiendo proyecciones de exaltación golpista en el Ayuntamiento por parte de una organización que él sabe muy bien que sería ilegal en Francia. Valls parece ignorar que Maragall, su compañero de partido en la Internacional Socialista durante mucho tiempo fue mucho más útil a la dinámica secesionista mientras estuvo en el PSC, y no digamos cuando, como consejero supuestamente socialista de Educación de la Generalidad intoxicó y maltrató la mente de los más débiles, los niños catalanes. El secesionismo seguirá pudriendo Hispano-Cataluña igual con Maragall que con Colau, como se ha demostrado. Posiblemente más eficazmente con Colau porque él ha contribuido a legitimarla y blanquearla como si no fuera un muy eficaz peón de brega al servicio del golpismo. Ningún político de altura que se reclame igualitario y progresista puede ignorar que avalar a Colau es hacerle el mayor favor al secesionismo, como lo fue avalar a Maragall antes. La primera en la frente.

Y, finalmente, el ex primer ministro se presenta como un hombre de izquierdas deseoso de resolver el problema español desde valores de la izquierda. Digo bien el problema de toda España, porque no vamos a caer en la trampa de considerarlo problema catalán, otro gravísimo despiste. Y para ello propone diálogo, lenidad y legitimación de lo intolerable. Para eso ya tenemos al actual PSOE. Yo le pediría que se acordase de lo que hizo cuando, siendo jefe de Gobierno, una asociación le pidió hacer un referéndum en la Cataluña francesa coincidiendo con la primera pantomima referendaria de Mas. Yo se lo recuerdo, lo puso en manos de la Fiscalía francesa y no se habló más.

Valls no puede pensar en devolver los valores de igualdad, libertad y fraternidad a la sociedad española sin ignorar que la característica distintiva de España es que la llamada izquierda lleva desde hace treinta años siendo permisiva y cómplice con los separatistas. Lo que se esperaría de él es que combatiera muy activamente la xenofobia, la limpieza étnica, el maltrato a la infancia, la discriminación supremacista entre ciudadanos, la impunidad de los violentos opresivos… Eso sí sería de un hombre de izquierdas no intoxicado por la permisividad cómplice, muy española. Si no entiende eso, es muy posible que, como reza el título, su etapa española se vaya al garete.

Enrique Calvet Chambon fue eurodiputado.

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