Vamos rumbo a una crisis energética global. Necesitamos una estrategia de transición.

Foto de una central eléctrica de carbón detrás de una fábrica en Baotou, Mongolia Interior, China, en octubre de 2010. (David Gray/Reuters/File Photo)
Foto de una central eléctrica de carbón detrás de una fábrica en Baotou, Mongolia Interior, China, en octubre de 2010. (David Gray/Reuters/File Photo)

¿Estamos regresando a la década de 1970, como han afirmado recientemente varios analistas? Sin duda hay similitudes sorprendentes.

La humillante retirada de Afganistán hace recordar la derrota de Estados Unidos en Vietnam. Los precios están aumentando y el crecimiento económico se está estancando. En aquel entonces, el poder económico emergente que desafiaba la superioridad estadounidense era Japón; hoy es China.

Al examinarlas más de cerca, la mayoría de estas analogías resultan superficiales. Sin embargo, hay una en la que los paralelismos son notables, y eso debería preocupar mucho al gobierno del presidente de Estados Unidos, Joe Biden. Vamos rumbo a una crisis energética mundial.

Los precios de la gasolina en Estados Unidos han aumentado más de 50% durante el último año. Los precios del gas natural en Europa se han disparado de manera asombrosa, casi 500%, durante el mismo período. En Asia, Bloomberg News reporta que las compañías eléctricas están comprando gas natural licuado a precios récord para intentar garantizar el suministro. En Europa, un productor masivo de fertilizantes ya se había visto en la obligación de cerrar temporalmente dos plantas en el Reino Unido debido a los altos costos de la energía, y se teme que otras industrias hagan lo mismo. La Administración de Información Energética de Estados Unidos ha publicado un informe que advierte a los estadounidenses sobre la gran probabilidad de que tengan que pagar mucho más para mantenerse calientes este invierno, sobre todo si las temperaturas bajan de forma notable.

¿Por qué está pasando esto? La explicación más simple es que la demanda de energía supera en la actualidad a la oferta, lo que hace que los precios suban. Las razones de este desajuste son muchas —entre ellas el clima extremo e impredecible, así como las malas decisiones gubernamentales sobre almacenamiento, reservas y líneas de transmisión—, pero hay una causa común. Gran parte del mundo ha dejado de invertir en combustibles fósiles (por buenas razones), lo que ha conducido a una menor oferta de su parte. El problema es que todavía no tenemos suficiente energía verde para reemplazar los combustibles fósiles. Con el tiempo lo lograremos, pero no hoy.

Los números lo dejan claro. En 2019, más de 80% del consumo mundial de energía fue proporcionado por los tres principales combustibles fósiles: petróleo, carbón y gas natural. La energía eólica representó un poco más de 2% del consumo de energía, y la energía solar un poco más de 1%. Se necesitaría de un aumento de 2,500% en la producción y despliegue para que la energía solar y eólica reemplacen por completo a los combustibles fósiles, lo que no sucederá en los próximos años. Lo que necesitamos es una estrategia de transición. Sin ella, cada vez que haya un impacto en el sistema —mal clima, almacenamiento precario— nos enfrentaremos a una crisis energética.

Las sociedades modernas no pueden funcionar sin un acceso estable y constante a la energía, y es por eso que cuando suceden estos choques, los gobiernos hacen lo que sea necesario para mantener el flujo de electricidad. Miremos el caso de Alemania, que durante décadas ha construido un suministro extraordinario de energías renovables. Sin embargo, en la primera mitad de 2021, 56% de su electricidad provino de las mismas fuentes que está tratando de eliminar (como carbón, gas y energía nuclear). Solo el carbón aumentó de 21 a 27% en la producción de electricidad alemana.

Las contradicciones de la estrategia energética occidental están llegando a niveles absurdos. Frente a los altos precios de la gasolina, el gobierno de Biden le está suplicando a la Organización de Países Exportadores de Petróleo que aumente la producción. En otras palabras, Estados Unidos está desmotivando a sus propios productores de petróleo y gas de aumentar la producción, mientras al mismo tiempo le ruega a los países árabes a que extraigan petróleo hasta más no poder. Los europeos esperan que el presidente ruso Vladímir Putin bombee más gas natural a sus países mientras al mismo tiempo, a nivel nacional, están buscando reducir la producción de gas.

Una estrategia energética seria reconocería que la tarea más importante es reducir rápidamente las emisiones de carbono. A corto plazo, la forma más simple de lograrlo es hacer la transición del carbón al gas natural, lo que reduce las emisiones de carbono casi a la mitad. De hecho, la mayor parte de la reducción de las emisiones de dióxido de carbono de Estados Unidos entre 2005 y 2019 se debió al cambio del carbón al gas, pues el carbón es el mayor productor de emisiones de dióxido de carbono de los tres principales combustibles fósiles.

Pero existe una medida incluso más sencilla de aplicar. La revista Environmental Research Letters realizó un estudio de más de 29,000 plantas de energía de combustibles fósiles en todo el mundo y descubrió que solo 5% de ellas era responsable de 73% de las emisiones globales generadas por la electricidad. Con facilidad podríamos pagar para modificar esas cerca de 1,400 plantas y obtener una enorme ganancia en la reducción de las emisiones de carbono. Además, la Agencia Internacional de la Energía estima que más de 70% de las fugas de metano proveniente de la producción de petróleo y gas se pueden prevenir mediante el uso de tecnologías actuales.

El objetivo —no solo a largo plazo, sino a mediano plazo— debe ser alimentar el mundo con energías renovables. Con respecto a esto hay muy buenas noticias. Los costos de la energía solar y eólica se han reducido de manera drástica y son competitivos con los combustibles fósiles. Ahora son más fáciles de implementar que nunca. El almacenamiento, que solía ser el gran problema de estas fuentes intermitentes, ya se está resolviendo a medida que las baterías se vuelven más potentes y otras soluciones de almacenamiento ganan terreno. Todavía necesitamos inversiones mucho mayores en materia de investigación y desarrollo en esta área, pero estamos logrando un progreso tangible.

Mientras tanto, todavía necesitamos reducir las emisiones hoy y al mismo tiempo mantener el flujo de energía. De lo contrario, enfrentaremos más choques energéticos, que fácilmente podrían decantar en reacciones negativas contra las políticas ecológicas. Y eso haría que el demócrata que tenemos en la Casa Blanca, Joe Biden, comience a parecerse mucho a su predecesor de la década de 1970, Jimmy Carter.

Fareed Zakaria writes a foreign affairs column for The Post. He is also the host of CNN’s Fareed Zakaria GPS and a contributing editor for the Atlantic.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *