Vampirización simbólica

Han cerrado Artur Mas y Alicia Sánchez-Camacho un nuevo pacto que ha permitido aprobar los presupuestos de la Generalitat para el 2012. La alianza entre convergentes y populares se afianza, a la vez que se aleja la posibilidad de una entente estable entre los de Mas y el PSC, las dos formaciones mayoritarias y centrales de Catalunya. La última consecuencia del desencuentro entre nacionalistas y socialistas -posibilidad que despertó notables esperanzas después del acuerdo para investir a Mas president- ha sido que el PSC quedase fuera de la reforma de Televisió de Catalunya, Catalunya Ràdio y el Consell de l'Audiovisual de Catalunya.

La situación más que complicada de las finanzas de la Generalitat y la carencia de mayoría absoluta en el Parlament, aunque no únicamente, han llevado a CiU a entrar en un escenario de colaboración con el PP. Los conservadores españoles necesitan a CiU en Madrid para otorgar fuerza simbólica a las decisiones que hay que tomar en el terreno económico. En contrapartida, Sánchez-Camacho permite a Mas y a sus consellers gobernar en Catalunya.

Sería erróneo, sin embargo, contentarnos con esta explicación, porque el apoyo de los populares a Mas va mucho más allá de la mera contrapartida. Tiene un segundo objetivo, autónomo y perfectamente definido. No es un objetivo nuevo para el PP catalán, sino buscado desde hace mucho tiempo y por diferentes responsables, eso sí, con intensidad y acierto desiguales.

Apoyando a Mas los populares persiguen lo mismo que cuando reclaman el apoyo de CiU a Rajoy. Se trata de un objetivo simbólico. Al PP le obsesiona dejar de ser visto a ojos de una parte importante de la sociedad catalana como un cuerpo extraño. Pretende, por lo tanto, convertirse en una opción normal, homologada en Catalunya. Y dejar de suscitar el rechazo que todavía suscita, a pesar de que con el tiempo va empalideciendo el tinte franquista y del estilo moderado de Mariano Rajoy.

Cuenta Jordi Pujol en el tercer volumen de sus memorias que rechazó que CiU tuviera ministros en el Gobierno de Aznar porque se dio cuenta de que lo que el PP quería era conquistar Catalunya «a través nuestro». La manera en que Sánchez-Camacho administra acuerdos y discrepancias y busca las fotos con Mas viene a ser un sucedáneo de aquello que Aznar ya intentó. Demostrando escasa imaginación, algunos comentaristas han comparado la situación actual con el Pacto del Majestic de 1996. Una cosa y la otra, empero, tienen poco en común más allá de los protagonistas. En primer lugar, porque entonces el PP no tenía mayoría absoluta, y ahora la tiene, y holgadísima. En segundo lugar, porque la situación económica nada tenía que ver con el actual descalabro. Y, en tercero, porque el Pacto del Majestic, al margen del coste electoral que tuvo para CiU, dio frutos concretos y positivos para el país, como, entre otros, que los Mossos se convirtieran en la auténtica policía de Catalunya. No parece fácil que cosas como esta puedan suceder en la actualidad.

Ahora la correlación de fuerzas da toda la ventaja a los populares, que pretenden cobrarse en poder simbólico en el conjunto de España, pero también en Catalunya, su apoyo a un Gobierno, el de Mas, que tan solo puede ganar capacidad de maniobra demostrando que dispone de socios alternativos, que la geometría variable existe realmente. Pero hay más razones para insistir en la búsqueda de combinaciones alternativas que eviten la vampirización simbólica de CiU por parte del PP. Sería absolutamente ingenuo que la cúpula convergente concluyera que los símbolos, en realidad, no son tan importantes, que -como es probable- el elector no castigará como antes la entente con el PP o que todo ello representa un buen negocio. Porque la cuestión realmente importante es si el PP catalán podrá, sin rectificar en absoluto sus posiciones, normalizarse y borrar del imaginario colectivo sus imperdonables ataques contra el Estatut o el catalán.

Podría también creer CiU que, en la medida que el PSC es el principal damnificado por la homologación del PP, esta no malogra en exceso sus intereses. Tampoco es verdad. Y no lo es mientras el PP no solo no asuma sino que continúe atacando algunos consensos básicos, fundamentales, que sí son compartidos y defendidos por prácticamente todos los demás partidos catalanes. CiU no puede olvidar de ninguna forma que el catalanismo siempre ha tenido la preservación de la convivencia social y la cohesión del país entre sus grandes prioridades. El PP tiene derecho a ser como es y a defender lo que defiende. También pueden los populares intentar mejorar su imagen en Catalunya y hacer olvidar los excesos cometidos. Otra cosa es que el resto de partidos catalanes se lo tengan que facilitar.

Es por eso que Artur Mas no tendría que dejarse bloquear por la creencia de que con el PSC «no hay nada a hacer», ni los socialistas catalanes refugiarse en la explicación tan consoladora como engañosa que asegura que CiU y PP pactan porque «son la derecha». Sencillamente, lo que está en juego es demasiado importante.

Por Marçal Sintes, periodista.

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