Los amantes del tenis saben que cuando los sets entran en su cuarto juego, sobre todo en partidos reñidos, «se ponen serios». Lo llaman también «el juego decisivo». Quieren significar con ello que al pasar el ecuador del set los márgenes de maniobra de los jugadores se estrechan, y cualquier error, por pequeño que sea, puede pagarse caro.
Esta legislatura entra ahora en ese momento crítico, pero los mensajes que Ese y sus ministros envían a los suyos tratan de tranquilizarlos y aun enardecerlos: según él y esos secuaces no solo tienen ganado el partido (la legislatura), sino que a la oposición esta se le hará muy larga.
No lo ve de la misma manera el señor Eduard Pujol, representante en el Senado del partido de delincuentes amnistiados a quien ese Ese debe el poder jugar y aun la cancha (La Moncloa). Anteayer manifestó exactamente lo contrario. Hizo su intervención en castellano y la dirigió a su socia, la ministra Montero (y que la hiciese excepcionalmente en castellano debería bastar a los presidentes de las cámaras para licenciar a los traductores que se han pasado el año desdoblando las lenguas, pues ese Pujol, hablando en la que nos es común, venía a admitir la ociosidad allí del resto de lenguas locales, y que al fin importaba más ser entendido sin mediaciones que la lengua en que se dice: a quienes han suscrito el pacto solo les importa el dinero, en realidad nuestro dinero, imprescindible para comprar voluntades). La hizo, pues, en castellano, pero la cerró muy exaltado en inglés: de no aceptar el Gobierno sus condiciones, «game over» (traducido a su vernáculo: «a tomar por saco»). ¿Y qué respuesta dio la socia? Echó mano de uno de sus extraños esdrújulos.
Los amantes del tenis no habrán olvidado tampoco quién fue Andre Agassi. Los amantes de la literatura quizá hayan leído también Open, sus memorias. Cuenta en ellas (de hecho se lo reveló a Boris Becker muchos años después) cómo, para desesperación de este, siempre le adivinaba la dirección que tomaría su saque, aprovechándose de esa ventaja para restárselo: al ir a servir, Becker sacaba involuntariamente, en un gesto reflejo, la punta de la lengua; si esta iba a la derecha, Agassi sabía que Becker serviría a la derecha, y al revés, si la puntita asomaba a la izquierda, a la izquierda; y cuando no había lengua, le sacaba al centro.
Se ha acordado uno de esta historia oyendo a la ministra Montero estas últimas semanas. Casi siempre que ella, inadvertidamente, esdrujuliza una palabra grave, sé que va a mentir o que quiere engañarnos. Cada vez que dice que algo es «perfectamente cónstitucional» (la amnistía o el concierto fiscal con Cataluña), sé que ella sabe que es inconstitucional y que no hay en ello ninguna perfección. O cuando alude a la sólidaridad o a la ígualdad, lo mismo: le aflora involuntariamente la mentira, y ya solo espera que a su mentira le aproveche al menos el engaño (y sí, cierto, no es la única que esdrujuliza la política española. Su jefe, el presidente de Gobierno, abusa de los esdrújulos, en los que ha llegado a ser casi tan virtuoso como Carmen Calvo, pero al ser la señora Montero tan mimética, tienen en ella más relieve).
El último de todos sus esdrújulos ha sido, no obstante, de su entera invención, también en el Senado anteayer: rechazó cualquier crítica que se hiciera al concierto que han firmado el Psc/Psoe y Erc. Lo hizo de manera cantinflesca, como corresponde a una sicomotricidad descoyuntada como la suya: no admitía debatir con quien no se lo hubiera leído, dijo literalmente, «en su íntegralidad». ¿Qué significa esa esdrújula? Que ni siquiera ella lo habrá leído íntegramente; al fin y al cabo lo que han firmado con los independentistas es un cheque en blanco. Dirán de ese concierto lo que en cada momento se les ocurra. O mientras puedan, no dirán nada. Han llegado a tal perfección en el mentir y en el engaño, que confían en que la mentira de mañana haga olvidar la de ayer y el engaño de ayer necesite otro más fuerte hoy, como la droga.
Hace seis años la izquierda hacía mofa de la oposición cuando esta hablaba de la bolivarización de España con Ese y la extrema izquierda en el Gobierno. Les parecía un tremendismo. Hoy ya nadie bromea con eso. Van en serio. Este nuestro se parece cada día más sutilmente al de Maduro. Pregúntesele a su cuate Zapatero. No necesita Ese perseguir y encarcelar a la oposición, ni mandar al exilio a los que no piensen como él. Le bastan un muro, apoderarse de las instituciones democráticas (la lista es tan larga que se acabaría antes diciendo en cuáles de ellas no manda todavía un militante del Psoe o un ex alto cargo del Gobierno), comprar jueces y fiscales e intentar cancelar a cuantos los señalen por mentirosos y corruptos. Incluso su obstinada negativa a aclarar lo que sea ese concierto fiscal es de la misma naturaleza que la negativa de Maduro a mostrar las actas: una combinación de matonismo y desprecio.
El partido entra en su fase decisiva, mientan lo que mientan Ese y su banda. ¿Y qué se puede hacer? Lo que la oposición venezolana: recordarles a diario que no conseguirán transformar la ciudadanía a su imagen y semejanza: sin principios, sin escrúpulos y sin vergüenza. Al fin y al cabo es preferible perder con honor que ganar sin él, y mis disculpas por citar a Homero: a menudo ennoblece más la lucha que la victoria.
Andrés Trapiello, escritor.