¡¡Vanguardistas!!

El ángel araba mientras San Isidro (¿¡o Driss!?) soñaba. Van Gogh, soñador, a sus treinta y seis años recibió este bien intencionado mensaje: «Si quieres tener una acogida más o menos unánime deja de soñar: ponte al nivel de tu lugar y de tu tiempo. Haz de ti un personaje todo lo mediocre posible. Ese es el secreto. Tú quieres alzar al ciudadano de la tierra, llevarle a los cielos. Con tu amor loco de los hombres y de la vida. Eso les inhibe o les cohibe y finalmente les humilla. Por ello nunca se refieren ni a ti ni a tu obra, te rechazan y terminan por odiarte». Puesto que la fotocopia de una fotocopia no consigue el original.

Ya en 1672, otro pundonoroso mensajero sentenció, aprovechando la súbita moda del café: «Racine pasará como el café». Como más tarde «pasarán» los Rimbaud, o los Julio González. Se les tachó, por ejemplo, de provocadores. Aunque ninguno de ellos lo fue ni remotamente. «¡Pero hubieran podido serlo!». La provocación es rotatoria, rudimentaria y, sobre todo, inesperada e incontrolable. Todos prefirieron el control del ajedrez a los imprevisibles dados. No llegaron al «consenso» ni aprendiendo a dibujar sus huellas digitales.

¡¡Vanguardistas!!¿Por qué no anticipar e incluso adivinar que los Alfred Jarry o Marcel Duchamp eran tan despistados que incluso creían, soñando, que deslumbraban a los provocados? Aunque la vida y la obra de estos exigentes creadores muestran todo lo contrario.

Con la mejor buena voluntad los oficiales, en sus enunciados, intentan aparcar a los antiguos contra los modernos. Desmembramiento tan chusco, y sandunguero como ajeno al arte o la ciencia. Por eso en plena imprudencia ven a los de antes contra los de después. O todo lo contrario. Homero ¿puede remontar el tiempo con un patín?

Un día, en una charla pública, conversé con el matemático Benoît Mandelbrot. Afirmó que Euclides tenía los conocimientos suficientes para haber descubierto «sus vanguardistas» fractales. Y añadió: «…como Sófocles para realizar “Cementerio de coches” y hoy para escribir el “Edipo rey”». Obviamente hasta su ocultación, ciegos a su modesto hallazgo, no faltaron los que atribuyeron a Mandelbrot querer imponer una «moda vanguardista» en las matemáticas de hoy. Si Adán no hubiera sido vegetariano se habría comido a la serpiente.

«Vanguardia» es un término militar que designa y desorienta a la tropa enviada delante del ejército. Y aún más a los mejores artistas científicos o escritores por los siglos de los siglos.

Otro día, jugando al ajedrez con Samuel Beckett (en su ínfima habitación abuhardillada) él abrió un paquete que le llegó de Correos. Un libro: en portada estábamos cuatro autores bajo este título «Teatro del absurdo». Beckett risueño, comentó:

–Teatro del absurdo ¡qué absurdo! Aunque un poco menos que el nombre por el que generalmente se nos conoce: ¡Teatro de vanguardia! Cuando la mayoría de nosotros no hemos hecho ni el servicio militar.

Al final de las tertulias parisienses (en las que se procura reunir a las personas ¿menos incapaces de hoy?), fotográficamente disparamos, con armas de plástico. Ninguno dice, ni en broma, como los mejores administrativos de hoy:

–¡Exigimos vanguardia! ¡Pero no neovanguardia, ni extravanguardia, ni ultravanguardia, ni posvanguardia! ¡La verdadera vanguardia!

La palabra «vanguardia» o «nuevo», por lo general lo utilizan las naciones menos modestas para distribuir sus prebendas. Y para algún distraído ¿como piedra de escándalo? El estado más conformista o dictatorial nunca premiaría al poeta más viejo o a teorías de retaguardia. Desde el «homo sovieticus» o el «coreanus» al «sentado» mussoliniano, todos sueñan o soñaban con porvenires radiantes y frentes de juventud o pioneros novísimos. Ya no vilipendian: subvencionan. Aunque no se pueda domesticar el mareo bañándose en la piscina del trasatlántico.

«Modernista» («vanguardista» no se había aún descubierto) llamaron en España sus detractores a María Guerrero cuando interpretaba papeles de hombre. En 1896 Sarah Bernhardt hizo el papel de «Lorenzaccio» de Alfred de Musset (¡inspirado para, más inri, por George Sand!). La «divina» Sarah eligió representar el rol de Lorenzo de diez y nueve años cuando hubiera podido ser su abuela. Musset bautizó su «drama romántico»: «Una obra para una butaca». Pero lo que nunca pudo imaginar era que su obra era tan «modernista» que hubo que esperar 62 años para que se representara en un teatro.

Se afirma que el primer acto de la inquisición en Buenos Aires fue el de prohibir el teatro. «Esa trampa modernista». Se esgrimieron condenas del teatro por los más sensatos. Sin sospechar que las «nanas» iban a pisotear milenios de machismo.

Hoy sabemos que el actor William Shakespeare también «produjo» obras infieles a los clásicos o al sexo de los protagonistas. Y no se le acusó de vanguardista porque aún el feo vocablo no había sido repentizado ni por los ingleses. El «actor» Molière hizo de Sancho Panza (en su representación de «Dom Guichot») en 1660. Cuando quedó enganchado en una bambalina. Decorado que fue juzgado tan «modernista» como el mismísimo Molière.

Solo los expertos oficiales que conocen los límites de lo antiguo y lo moderno pueden explicar si las obras de los nonagenarios Miguel Ángel, Picasso, Marc Chagall o Sófocles ¿eran mejores que las que realizaron a los diez y ocho años? Entre mil ejemplos: en estos momentos la prensa guatemalteca anuncia la representación «por tercera vez de una nueva versión de “Oración” (de 1952)» porque el autor «es una conocida personalidad de la vanguardia teatral». O en un teatro de Tokio, se representa «Picnic» (1946) porque su autor, no solo es un «vanguardista», sino también un «angry man». Escrupulosos ciempiés que no dan pie con cola andando con mil ojos.

Ninguno de ellos, desde Juan Gris hasta Tristan Tzara, felices en sus universos, merecen las galas más oficiales y normativas. Yo creo que ni se lo propusieron. Finalmente es preferible que estos atavíos se los repartan quienes pertenecen a la estirpe de los decidores. Como Dios no es antropomorfo lo deja todo bien atado con el matemático rigor del tohu-bohu.

En realidad todos ellos sueñan, boyantes, como Van Gogh y como San Isidro, mientras el ángel ara. Y solo aciertan cuando se equivocan.

Fernando Arrabal, dramaturgo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *