¡Qué tristeza escribir esta nota sobre Vargas Llosa, un escritor tan querido y admirado!
Fue un autor precoz, y sus seis primeras novelas son verdaderas obras maestras: La ciudad y los perros (donde ya se intuía todo lo que sería capaz de hacer), La casa verde (la más exigente), Conversación en La Catedral (que él consideraba su mejor obra, pues fue la que más trabajo le dio), Pantaleón y las visitadoras (la más divertida), La tía Julia y el escribidor (un sentido homenaje a su primera mujer y a las radionovelas), y La guerra del fin del mundo (su novela brasileña, la primera que se atrevió a ambientar fuera del Perú). Solo por estas seis obras ya podría haber recibido el Nobel. En todas se nota la huella de Faulkner, sobre todo en la fragmentación del espacio y el tiempo. Pero no fue solo un seguidor de Faulkner: supo aprovechar su influencia y la de muchos otros (Flaubert, Sartre…) para crear algo propio y distinto.
En los años ochenta y noventa, quizá bajó un poco la intensidad novelística y probó con otros géneros, como el policiaco y el erótico, en los que a mi juicio no acabó de acertar, aunque mantuvo siempre su estilo. Ahora bien, El hablador (sobre los cuentacuentos del Amazonas) me sigue pareciendo una novela magnífica. Y su última gran diana fue, sin duda, La fiesta del Chivo, sobre el dictador dominicano Trujillo: la primera novela canónica en español del siglo XXI.
Fue también un lector excelente y generoso, que escribió mucho y muy bien sobre los clásicos (La verdad de las mentiras, Carta de batalla por Tirant lo Blanch), sobre sus contemporáneos (su ensayo sobre García Márquez es de lo mejor que se ha escrito al respecto), y para los jóvenes (Cartas a un joven novelista). Sus memorias políticas y autobiográficas son también un monumento: El pez en el agua.
Vargas Llosa escribió además mucho teatro. La señorita de Tacna, por ejemplo, es una obra maravillosa. Recuerdo a una catedrática de Georgetown —donde Vargas Llosa enseñó— que dirigió una representación con sus estudiantes. Por supuesto, dio clases en las principales universidades de Estados Unidos. Como anécdota: lo invitaron a Harvard a dar un curso de doce semanas y dedicó las doce a Tirant lo Blanch. Ya era tan célebre que podía hacer lo que quisiera.
Muchos leíamos también sus columnas en El País. Hay artículos de los años noventa que ponen el listón altísimo. Y bastó una columna suya para catapultar a un joven Javier Cercas. Luego, con la edad, fue perdiendo rigor, y como opinaba sobre todo lo divino y lo humano, no siempre acertaba. Pero al menos era honesto, y siempre se aprendía algo leyéndolo.
En fin, que se nos ha ido un grande. Seguiremos leyéndolo y recordándolo con cariño. Sin duda era el escritor vivo más importante en lengua española. ¡Descanse en paz! Y gracias por habernos dado tanto.
Luis Castellví Laukamp es profesor de literatura española en la Universidad de Manchester