Vargas Llosa y Lampedusa

«¿Cómo fue posible?», se preguntaba el escritor, premio Nobel de Literatura 2010, Mario Vargas Llosa al rendirle homenaje con un bellísimo texto de 1987 (Mentira de príncipe) a la obra El Gatopardo del príncipe siciliano Giuseppe Tomasi di Lampedusa, aparecida treinta años antes, de forma póstuma. Cómo, efectivamente, fue posible que esta magnífica e inmortal obra, hoy por todos reconocida como tal, tuviera que atravesar un inconcebible rosario de penalidades para ser publicada en su día. Una obra de las que «aparecen de tiempo en tiempo, que nos deslumbran, nos confunden, porque nos enfrentan al misterio de la genialidad artística», como decía el autor de Conversación en La Catedral y La Fiesta del Chivo, que estos días presenta su última, y de nuevo espléndida, novela, El héroe discreto. El mismo Vargas Llosa, no sólo uno de los más grandes escritores contemporáneos, sino también un agudísimo crítico y analista literario, como demuestran los textos del volumen La verdad de las mentiras, donde se encuentra su homenaje a Lampedusa, además de un buen número de inapreciables lecturas de escritores universales, desde Conrad, Joyce, Virginia Woolf, Pasternak o Bellow, por citar sólo algunos, se respondía a la cuestión de forma melancólica. Existen, en efecto, casos de profunda injusticia, puros y fatales azares, u oscuras e interesadas maniobras también, en el momento de la gestación, aparición y difusión de determinadas obras maestras. Hechos que en ocasiones han retrasado el conocimiento y aproximación a obras calificadas de «incorrectas», desde una perspectiva ideológica, e incluso de los gustos predominantes en su tiempo. Joyas que oscurecen de repente una mediocre homogeneidad ambiental. «Ocasionales estallidos que desarreglan la producción literaria de una época fijándole nuevos topes estéticos y desbarajustando su tabla de valores», como los define Vargas Llosa.

Celebrado desde hace diez años, y otorgado a escritores tan conocidos como Abraham B. Yehoshua, Tahar Ben Jelloun, Claudio Magris, Kazuo Ishiguro o Amos Oz, el premio Lampedusa, otorgado anualmente, en agosto, en la localidad de Santa Margherita di Belìce, en Sicilia, no pudo tener este año mejor ni más adecuado galardonado: Mario Vargas Llosa. No sólo por su devoción confesada a la obra, como anteriormente hemos recordado, sino porque se trata del escritor que es considerado unánimemente y sin discusión –y eso lo confirman encuestas como la reciente elaborada por el periódico ABC– el mejor escritor en lengua española vivo de nuestros días. «La mejor y más certera lectura realizada de El Gatopardo », como dijo en el momento de la presentación del premio Lampedusa 2013 el presidente del jurado, Gioacchino Lanza Tomasi, hijo adoptivo del autor universal que da nombre al premio. Como ya es habitual en él, acompañado de su esposa, Patricia Llosa, Mario Vargas Llosa de nuevo cautivaría con su generosidad y exquisita amabilidad a todos por entero. También su obra obtiene invariablemente el favor de público y especialistas, algo que no siempre sucede, en un mundo cada vez más dividido entre «la alta cultura» y la otra, la de consumo rápido y pasajero. Un entusiasta y entregado público asistente a la ceremonia nocturna, celebrada en la abarrotada plaza del pueblo de Santa Margherita di Belìce, donde se encuentra una de las residencias del Príncipe, su querido palacio de la infancia, con su alcalde Francesco Valenti a la cabeza, le escuchó con devoción, deleitándose, una a una, con palabras pronunciadas con una dicción perfecta, en una lengua cercana y muy amada, el español, que siempre despierta enormes simpatías en nuestro país vecino. Cientos de fervientes admiradores y lectores de su obra llevaban para ser firmados los dos últimos y magníficos libros aparecidos en Italia de este autor. Por un lado, el valiente ensayo «contracorriente» –tanto como lo fue El Gatopardo en su día– La civilización del espectáculo; por otro, su no menos radical alegato contra una barbarie exportada desde el corazón del supuesto mundo civilizado, presente en la novela El sueño del celta, de 2010. Un trágico «Holocausto negro» llevado a cabo por las grandes potencias coloniales europeas –en especial la Bélgica de Leopoldo II– en África, a lo largo del siglo XIX. Italia, que ha dado al mundo a combativos y «comprometidos» intelectuales –desprovistos ya hoy de todo lo peor y más dogmático que este adjetivo encerró en un tiempo– como Pasolini, Calvino, Leonardo Sciascia, o el mismo Claudio Magris, conecta más que otros quizá con este Vargas Llosa implicado en los grandes debates de su tiempo, de incansable rebeldía aunque pasen los años y aunque bien se pudiera permitir un mayor acomodamiento ante verdades consideradas como «únicas», o ante olvidos frecuentes, caídos en la más pura desidia, sobre atrocidades cometidas tanto actualmente como en pasados no tan remotos.

Giuseppe Tomasi, Príncipe de Lampedusa y Duque de Palma, nacido en Palermo en 1896 y fallecido en Roma en 1957, pocos meses antes de llegar a ver publicada su célebre obra, es uno de los casos literarios más llamativos y sorprendentes de todos los tiempos. Se criaría entre las diversas villas de campo de la familia y el palacio paterno de la capital, el Palazzo Lampedusa, destruido en el bombardeo americano de 1943, y hoy símbolo o espectro romántico que recuerda la decadencia y casi total extinción de muchas de aquellas antiguas familias aristocráticas sicilianas que brillaron en todo su esplendor en el siglo XIX, hasta la Belle Époque, como narra en la magnífica biografía El último Gatopardo. Vida de Giuseppe di Lampedusa (Siruela) el historiador británico David Gilmour. A este libro imprescindible hay que unir otro no menos valioso, maravillosamente escrito, dedicado a Lampedusa: el ensayo IlPríncipefulvo (Sellerio), del prestigioso crítico literario y profesor Salvatore Silvano Nigro, miembro del jurado del premio Lampedusa.

Casado con la baronesa y psicoanalista báltica Alessandra (Licy) Wolff-Stomersee, el matrimonio Lampedusa no tendría hijos. Antes de morir, consciente de que dejaba un gran e importante legado, decidiría adoptar a un pariente suyo, Gioacchino Lanza, perteneciente a una de las más antiguas familias de la alta aristocracia siciliana que durante siglos se encuentra entre la élite de las grandes dinastías de Europa. Segundo hijo de Fabrizio Lanza Branciforte di Mazzarino, conde Assar, y de una aristócrata española, Conchita Ramírez de Villa Urrutia, Gioacchino Lanza seguía la estela de su padre adoptivo. Musicólogo, catedrático de la Universidad de Palermo, ensayista y director de grandes teatros de la Ópera, como el San Carlo de Napoli, es un intelectual refinadísimo y políglota, de ingente cultura y lecturas. Junto a su esposa, la filóloga Nicoletta Polo, tras la muerte del escritor, se dedicaría en cuerpo y alma a mantener viva su memoria y recuperar al mismo tiempo, tras años de paciente restauración, el Palazzo Lampedusa di Via Butera (hoy llamado Lanza Tomasi) junto con su imponente biblioteca, última morada del príncipe. Asimismo, ordenaría y editaría las Obras del autor de El Gatopardo, en un volumen de dos mil páginas para la colección I Meridiani de Mondadori. Precisamente este próximo mes de octubre Gioacchino Lanza, «singular exponente de la aristocracia siciliana, que ha trabajado siempre incansablemente para vivir», como muy bien lo retrata David Gilmour, publicará en inglés un esperadísimo libro para todos los admiradores universales de Lampedusa: Giuseppe Tomasidi Lampedusa. A Biography Through Images (Alma Books), con prólogo del mismo Gilmour. Un círculo de recuerdos, de riquísima memoria familiar, de lúcidos ensayos, que se cierra mágicamente con este volumen. «Cada familia noble –se decía en El Gatopardo– descansa en sus tradiciones, en sus recuerdos vitales; y él era el último que tenía recuerdos insólitos, diferentes a los de otras familias».

Mercedes Monmany, escritora.

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