Vascos independientes

Vascos independientes

Acaba de publicarse el último estudio elaborado por el gabinete de prospecciones sociológicas del Gobierno Vasco. Este trabajo, conocido popularmente como el sociómetro, ha sido elaborado entre el 31 de enero y el 6 de febrero del presente año con una muestra nada desdeñable de 3.030 entrevistas, lo que arroja un nivel de confianza del 95,5 por ciento a sus resultados.

Los medios de comunicación no nacionalistas han destacado, con un alborozo algo exagerado, los resultados relativos al sentimiento independentista. A la cuestión «sobre el tema de la independencia del País Vasco, usted personalmente…» los entrevistados han respondido del siguiente modo: «Estaría de acuerdo» un 23 por ciento, un 31 por ciento «estaría o no de acuerdo en función de las circunstancias», un 41 por ciento se ha manifestado «en desacuerdo» y un 5 por ciento «no sabe o no contesta».

Decía lo de exagerado porque en 2016 los que estaban de acuerdo eran dos puntos menos, el 21 por ciento. Desde los primeros registros del sociómetro en 1998, la horquilla de los que están a favor de la independencia ha fluctuado entre un máximo del 30 por ciento en 2014 al mínimo del 21 por ciento que citábamos en 2016. En definitiva, los datos de este año reflejan una relativa estabilidad, tan cierta como preocupante, del sentimiento independentista. Cierto es que no son todo malas noticias, los que se manifiestan en desacuerdo han subido del 34 al 41 por ciento en los últimos 4 años, un muy buen dato sin duda.

Reflejados estos resultados quizá la pregunta que debiéramos formularnos es ¿qué significa hoy ser independiente?, ¿cuáles son las aspiraciones de un vasco que se declara independentista en una sociedad global claramente interdependiente? Para el separatismo, conseguir la independencia dentro de la Unión Europea tiene poco o nada que ver con disponer de frontera, moneda o ejército. Estas demandas no son ya viables y los nacionalistas no quieren abandonar el calor de la Unión, un club selecto del que serían expulsados de inmediato al separarse de España.

Hoy por tanto su aspiración es más pedestre pero igual de efectiva. Se trata de obtener las mayores cotas de autogobierno a la vez que se consigue convertir en invisible, hasta casi hacerlo desaparecer, al adversario político. Estos son los objetivos que el PNV ha perseguido con habilidad durante 40 años y que, gracias también a la desidia de los grandes partidos y, sin duda, a la actividad terrorista de ETA, sus sucesivos Gobiernos han ido logrando. Bastaría para acreditar el declive, un repaso a la evolución de la representación en el Parlamento Vasco de las fuerzas no nacionalistas en los últimos veinte años. Hoy, frente a un PNV y una EH-Bildu que suman 52 de sus 75 escaños, nos encontramos con un PSE diezmado y entregado, un PP menguado e irrelevante, un Vox residual y un inexistente Ciudadanos.

La triste realidad es que la idea de España languidece en el País Vasco pese a que todavía el 41 por ciento de sus habitantes se considera tan vasco como español –una victoria pírrica sin duda–. Toca analizar por tanto, para combatirlas, las causas del sentimiento independentista en una región española que durante siglos ocupó la vanguardia en la construcción de nuestra nación de la mano de nuestra Monarquía –por cierto, cuando el sociómetro pregunta por la confianza en nuestras instituciones la primera, sorprendentemente, es la Universidad con un 85 por ciento y la decimoséptima y última, la Monarquía española con un paupérrimo 18 por ciento–. Las causas en mi opinión son claras, no puede amarse lo que no se conoce, pero es imposible hacerlo cuando España ha sido presentada desfigurada, manipulada y tergiversada, para que, lejos de ser amada, sea odiada. Cuarenta años de cesiones y ausencias tienen la clave. Los separatistas han avanzado con paso firme por incomparecencia de ese 41 por ciento que se considera tan vasco como español, pero sobre todo por la ausencia de los distintos Gobiernos de España.

Para que España salga de su estado de postración en el País Vasco, es primordial que el nuevo Gobierno que surja de las urnas en diciembre fije, como una de sus prioridades más urgentes, la aprobación de un plan con medidas concretas destinado a la reconstrucción de la conciencia nacional. Sin conciencia nacional España se disolverá como un azucarillo frente a sus adversarios que, hay que reconocerlo, quizá no sean más listos, pero son, sin duda, mucho más tenaces. Una reconstrucción igual o más importante que asegurar la viabilidad de nuestro sistema de pensiones o la división de poderes. Un plan que asegure que la lengua oficial de España sea respetada en todo nuestro territorio evitando la endogamia, la discriminación y el empobrecimiento. Un plan que garantice que nuestra historia sea conocida y divulgada sin manipulaciones interesadas que presentan a los vascos como ajenos a la construcción de España cuando fuimos siempre sus Adelantados, en la milicia, en la fe o en tantos otros ámbitos. Un plan que garantice que en los colegios se enseñe que jamás vuelva a existir justificación alguna para exterminar y expulsar al discrepante como hizo una organización terrorista nacionalista durante cincuenta años. Estas tres cuestiones son solo algunas de las que deberá abordar un Gobierno que quiera que España siga existiendo como todavía hoy la conocemos.

Si el nuevo Gobierno no es capaz de tomar conciencia de este enorme reto, no valdrá de nada que después lamente que los vascos acabemos siendo independientes más pronto que tarde. Y como los vascos, los catalanes. Estas reflexiones son igualmente válidas para un territorio que para otro. Donde han leído País Vasco pongan Cataluña y la receta para evitar el desaguisado seguirá siendo la misma.

Carlos de Urquijo fue delegado del Gobierno en el País Vasco.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *