Vender y dosificar la diferencia

Étnico y auténtico son dos adjetivos que están de moda. Todos nos hemos acostumbrado a una oferta étnica de todo tipo de productos diferentes de los habituales. Podemos comprar raciones de cultura de los otros, por más que no siempre apreciamos su compañía. Para algunos ya no son fruto de una alteridad a la venta sino un mercado propio en expansión; para otros, en cambio, es una búsqueda de una experiencia auténtica de otro consumo  inmediato sin necesidad de desplazarse. En medio, o incluso opuestas a todas las movilidades reales, virtuales y/o efímeras que marcan nuestra actualidad, surgen una etnicidad estática y una autenticidad radical.

Podemos diferenciar entre una autenticidad histórica, que como explicación se vuelve esencialista en cuanto entra en relación con otras culturas: una historia de perdedores y vencedores, de víctimas sin responsables reconocidos; y otra forma de autenticidad que sería más personal: aquello que a cada uno de nosotros nos parece auténtico según el momento y el contexto. Esta autenticidad dinámica aparecería en interacción con las personas y sus prácticas sociales. En este sentido, podemos ver como existen, por un lado, relatos de autenticidad histórica que reinventan la tradición para hablar de mitos de origen e identidades únicas que deciden, dosifican y excluyen lo no auténtico, y otras que buscan relacionar y contextualizar identidades. En todo este panorama, es urgente preguntarnos ¿quién decide lo que es auténtico y lo que no lo es? ¿Quién impone unos factores de diferenciación entre autenticidades esenciales y estáticas en una realidad cada vez más móvil, más fluida y más virtual?.

La autenticidad está muy presente para pensar nuestra sociedad y crear categorías de no autenticidad. Es una visión esencialista que no solo ignora o rechaza al otro, sino que lo petrifica y le niega cualquier evolución, aprisionándolo en su tradición y sus mitos fundadores. Lo fosiliza en un monolitismo estático que nos facilita situarlo o silenciarlo, ignorarlo o rechazarlo. Y de paso, situamos a todos ellos dónde a nosotros nos conviene,  y nos tranquiliza saber que para ellos no cambia nunca nada. Los pobres seguirán siendo pobres, el subdesarrollo tiene que permanecer en subdesarrollo y cualquier iniciativa individual, cualquier huella de algún cambio o evolución será borrada; sólo quedara el silencio o, más bien, la ausencia.

Pero como hemos dicho al principio, lo étnico y lo auténtico están de moda. Y el énfasis en lo propio solo se puede tirar adelante excluyendo todo lo que parece desviarse de esta especie de autenticidad. Teniendo en cuenta que las fronteras étnicas no son fijas sino que pueden ser borradas o redibujadas, reforzadas o manipuladas, tenemos que sustituir el concepto estático de identidad étnica por uno dinámico: etnicidad para dar prioridad al carácter fluctuante de la frontera étnica por encima de las características estáticas de un grupo. De esta manera, Fredrik Barth, antropólogo noruego, situaba la etnicidad como un proceso que a lo largo del tiempo llega a producir, reforzar o transformar una etnia. "Pensar la etnicidad en relación con un solo grupo y su cultura es como intentar aplaudir con una mano. El contraste entre nosotros y otros es lo que está integrado en la organización de la etnicidad”. El grupo étnico existe porque hay un grupo que cree en su existencia. Unos reivindican su grandeza, otros solo buscan demostrar su decadencia. Por esta razón, además, el término étnico siempre se ha utilizado para designar gente diferente de nosotros: ellos son étnicos, nosotros no. Sin embargo, en la actualidad podríamos decir que todos somos étnicos en medio de extensiones de vacío cultural, con un solo elemento auténtico en común: nuestra diferencia. “Lo diverso no es la diferencia -dice Édouard Glissant, poeta y filósofo martiniqués-, sino las diferencias que se encuentran, se ajustan, se oponen, se ponen de acuerdo y producen algo imprevisible”. Para que haya relación hace falta que haya diferencias, pero lo imprevisible de esta relación da miedo y puede llevarnos a cerrar filas. Para aceptar lo im-previsible y darle la posibilidad de prever un futuro hay que alterar la jerarquía del baremo según el cual se decide, se dosifica y se excluye.

Y es en este sentido que, en el momento que echamos de menos respuestas y propuestas congruentes y fiables, tanto la etnicidad como la autenticidad surgen como vendedores y dosificadores de diferencia. Las cosas y los fenómenos son lo que son, con o sin etnicidad y autenticidad. Si la noción de etnicidad está más bien atada a un lugar, y la idea de autenticidad nos deja atados al tiempo, lo étnico y lo auténtico quedan cada vez más diluidos, más difíciles de definir e incluso más caducos, en un momento en que el aquí y el allá, y presente y pasado están interrelacionados y no necesitan negarse ni olvidarse para pensar un futuro posible entre y para todos. ¿Hasta dónde la etnicidad y la autenticidad solo existen en la mente de las personas?

Yolanda Onghena, investigadora sénior asociada, CIDOB.

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