El presidente de los Estados Unidos Joe Biden ha renunciado a la candidatura presidencial por el Partido Demócrata. Lo hizo a pesar de haber sido calificado como «el mejor presidente de mi vida» por el economista Noah Smith, y porque concluyó que su vicepresidenta, Kamala Harris, también sería buena presidenta.
Concuerdo con Smith, y algún día espero escribir un artículo sobre lo muy buena que ha sido la presidencia de Biden. Pero por ahora me concentraré en otro hombre, de edad avanzada y claramente endeble, cuyo candidato para la vicepresidencia podría gobernar mucho mejor que él. Me refiero, por supuesto, a Donald Trump, que debería seguir el ejemplo de Biden, renunciar a la candidatura por el Partido Republicano y apoyar a su compañero de fórmula, J. D. Vance.
En este contexto, la corporación periodística estadounidense también enfrenta un dilema. ¿Machacará con la pregunta de si el candidato es competente, como hizo con Biden? ¿O seguirá su procedimiento operativo estándar de entrevistar a personas mal informadas y venales en restoranes, cubrir las intrigas palaciegas de Mar‑a‑Lago y hablar lo menos posible sobre el daño que le haría otra presidencia de Trump a Estados Unidos y al mundo? Habrá que ver.
Obviamente, a Trump ni se le va a cruzar por la mente pasar el relevo; eso implicaría que siente un mínimo de interés por las políticas que dice defender y por el partido que dice representar. Pero eso no se lo cree nadie, así como nadie piensa que los cuadros republicanos entablarán la clase de debate interno que entablaron los cuadros demócratas antes del 21 de julio.
Fue un debate difícil, porque los partidarios de Biden tenían un buen argumento: si ganaba la elección, todavía sería un buen presidente por un par de años más. De Trump no se puede decir lo mismo, de modo que el debate interno de los republicanos tendría que ser mucho más fácil.
Pero no va a ocurrir, porque el Partido Republicano se ha convertido en una secta. Los cuadros republicanos tendrían que poseer una pizca de eso que el gran historiador árabe del siglo XIV Ibn Jaldún denominó la virtud de la asabiyya: estar dispuesto a descuidar tu espalda para cuidársela a tus camaradas, sabiendo que ellos harán lo mismo por ti.
Los cuadros demócratas tienen asabiyya, como también la tienen aquellos republicanos, como Liz Cheney, que terminaron expulsados de la secta. Los cuadros republicanos que siguen en el redil son, por definición, vendidos por interés propio. Basta pensar en la ex gobernadora de Carolina del Sur y ex embajadora de los Estados Unidos ante Naciones Unidas, Nikki Haley, que antes decía cosas como estas:
«El primer partido que retire a su candidato octogenario gana la elección».
«Tenemos a un Donald Trump que está desquiciado, y más desquiciado que nunca. ¿Por qué contentarnos con eso, cuando el país es un caos y el mundo está en llamas?».
«Sé que el pueblo estadounidense no va a votar por un delincuente con condena».
«[A la política, Trump la ha] vuelto caótica. La ha vuelto egoísta. Ha dejado a la gente enfrentada y juzgándose mutuamente. Ha abandonado el deber de los presidentes de tener claridad ética y conocer la diferencia entre el bien y el mal; es simplemente tóxico».
«No siento ninguna necesidad de besar el anillo. No tengo miedo de las represalias de Trump. No espero nada de él. Mi futuro político no tiene la menor importancia. De modo que oigo lo que dice la clase política. Pero también oigo al pueblo estadounidense».
«Estamos hablando del trabajo más exigente de la historia de la humanidad. No se le puede dar ese trabajo a alguien que corre riesgo de demencia».
Pero Haley no va a volver a decir nunca nada parecido. Y Vance no repetirá nunca ninguna de sus declaraciones previas sobre Trump:
«Por Dios, qué idiota».
«Estoy en la duda entre pensar que Trump es un imbécil cínico como Nixon, algo que no sería tan malo (e incluso puede resultar útil), o que es el Hitler de los Estados Unidos».
«No creo que [a Trump] realmente le preocupe la gente. Creo que sólo se dio cuenta de que en el debate faltaba algo, y eso que faltaba es la gente de estas regiones del país, que se siente ignorada».
«Trump atemoriza a personas que me importan: inmigrantes, musulmanes, etc. Por eso me parece censurable. Dios espera algo mejor de nosotros».
¿Pero en qué aprovecha al hombre o a la mujer ganar el mundo si pierde su alma? Y peor aún si la pierde por Trump.
J. Bradford DeLong, Professor of Economics at the University of California, Berkeley, is a research associate at the National Bureau of Economic Research and the author of Slouching Towards Utopia: An Economic History of the Twentieth Century (Basic Books, 2022). He was Deputy Assistant US Treasury Secretary during the Clinton Administration, where he was heavily involved in budget and trade negotiations. His role in designing the bailout of Mexico during the 1994 peso crisis placed him at the forefront of Latin America’s transformation into a region of open economies, and cemented his stature as a leading voice in economic-policy debates. Traducción: Esteban Flamini