Venezuela, el país suspendido

“Mi madre se está quedando flaquita”. La dolorosa frase, pronunciada por una periodista caraqueña, traduce buena parte de las angustias que acosan a los venezolanos en este final del 2016. Tras la involuntaria delgadez de esta anciana se esconden una pensión que pierde valor cada día, interminables horas de espera en una fila para adquirir con suerte harina, arroz y leche, vergonzosas estafas en el mercado negro de alimentos y un sentimiento de desesperanza, humillación e impotencia permanentes que nublan el semblante de un pueblo genuinamente alegre.

Da igual si la señora ‘flaquita’ es chavista o no, si cree en la revolución bolivariana o si sale a la calle a pedir el fin del Gobierno de Nicolás Maduro. La alarmante crisis de Venezuela, el país con las mayores reservas de petróleo del mundo, ya no hace distinciones y, vote a quien vote, el ciudadano medio se ha convertido en pobre sin darse apenas cuenta.

Las cifras hablan por sí solas: el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha previsto para el 2016 una contracción del 10% del PIB y una inflación descontrolada de más del 700%. Las razones de la debacle económica no datan de ayer: un control extremo en materia económica, la manipulación del sistema de cambio y de precios, las expropiaciones ineficaces de grandes empresas, la caída en picado de la producción nacional y la hostilidad al sector privado y la corrupción, entre otros, sumadas a la bajada del precio del petróleo, única moneda de cambio de Venezuela, y a la huida de las inversiones han desembocado en el siniestro panorama financiero actual.

Venezuela termina el año hundida económicamente y desgarrada socialmente, con un creciente desprestigio internacional, unas cifras de violencia récord, un Gobierno errático e impopular y una oposición diezmada que no logra hablar con una única voz.

Según la consultora Datanálisis, un 90% de los venezolanos siente que la situación del país es mala, un 78,5% señala a Maduro como culpable y un 80,5% quiere un cambio de Gobierno. Sin embargo, concretar ese anhelo de cambio parece una tarea titánica. Hace tan solo un año, buena parte del país se permitía el lujo de la esperanza. La oposición venezolana había ganado las elecciones parlamentarias y el objetivo era la salida del presidente vía un referéndum revocatorio que el Gobierno logró finalmente retrasar gracias a un culebrón político catastrófico para ellos mismos y para la oposición. El Ejecutivo de Maduro optó por una represión y un autoritarismo desconocidos y la temida palabra dictadura apareció en boca de sus detractores, dentro y fuera de Venezuela, debido al irrespeto de la Constitución y los valores democráticos y al intento de aniquilar un poder legislativo crítico.

Paralelamente, la oposición parece más dividida y alejada de los intereses del pueblo de lo que se creía. Diversos analistas señalan que las torpezas, la falta de valentía y las escisiones en la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), una coalición nacida con fines electorales, ha prolongado la esperanza de vida del impopular Gobierno de Maduro.

Venezuela despide el año paralizada y suspendida en un mar de incógnitas. ¿Habrá elecciones regionales en el 2017? Nadie se atreve a garantizarlo. La complicada situación económica fue la excusa esgrimida por las autoridades para retrasar sine díe estos comicios previstos en el 2016 en los que las encuestas preveían un descalabro estrepitoso del chavismo.

¿Se celebrará un referéndum revocatorio? ¿Serán liberados los presos políticos? ¿Dará frutos el diálogo entre Gobierno y algunos partidos de oposición instaurado con la mediación del Vaticano? Hasta el momento los resultados de estas conversaciones han sido escasos y entre los ciudadanos se siente que la política va por un lado y sus anhelos y penurias, por otro. El caos se agrava y en un tono inusualmente duro, la Iglesia venezolana ha urgido a Gobierno y oposición a “ponerse del lado del pueblo que sufre”.

Mientras tanto, la señora flaquita y otras decenas de miles de ciudadanos también flacos y desencantados se preguntan “hasta cuándo”, pero no hay respuesta. Los meses pasan, la crisis se enquista y los venezolanos se esfuerzan en no acostumbrarse a vivir a la deriva, pero no hay un líder político que encarne sus esperanzas. Refiriéndose a la solución de la crisis económica, la palabra “milagro” se ha escapado de la boca de Maduro. Más que la intervención divina, los venezolanos piden con urgencia responsabilidad política.

Beatriz Lecumberri, periodista y autora del libro 'La revolución sentimental. Viaje periodístico por la Venezuela de Chávez'.

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