La oposición venezolana ha decidido no participar en las próximas elecciones presidenciales de Venezuela. ¿Eso es suficiente? ¿Es posible abstenerse electoralmente sin perder presencia política en el país? Ya no hay un candidato único. Apareció una nueva opción a Nicolás Maduro. Hace unos días lanzó su campaña Javier Bertucci, un pastor evangélico que busca capitalizar el descontento popular. El pastor puede hablar durante horas seguidas, invoca el amor y dice tener el mandato divino de cambiar la historia. Cualquier semejanza con la realidad es pura antipolítica. Javier Bertucci se parece más a Chávez que Nicolás Maduro.
Al igual que el líder fallecido, Bertucci es un hombre que conoce la importancia de los medios de comunicación. Tiene presencia en distintos canales y emisoras, se sabe mover bien en el espectáculo audiovisual. En un programa especial grabado por él mismo en 2015, Bertucci ofrece una suerte de autobiografía, una carta de presentación para todos aquellos que lo siguen en su trabajo religioso. En las primeras escenas, camina en medio de un campo, contando que fue ahí donde se crio, habla de su abuela y relata cómo de niño debía cortar frutas de las matas e ir a venderlas a la carretera. Es un eficaz sello de “denominación de origen”: viene de abajo, del mundo rural. En su génesis está la pobreza del pueblo, igual que lo estaba en la narrativa de Chávez.
Como el caudillo militar, Bertucci viene de un ámbito cerrado —la Iglesia evangélica—, con reglas estrictas, que funciona bajo un supuesto orden de moral y obediencia superiores. En más de un sentido, una iglesia y un ejército se parecen. Bertucci es pastor de la iglesia cristiana del Avivamiento Maranatha y, aparte, ha creado también una organización propia llamada El Evangelio Cambia. Asegura que se ha lanzado a la política obligado por las circunstancias. Pero, repitiendo el paralelismo, se mantiene firme en su identidad. Chávez decía que él jamás dejaría de ser un soldado. Bertucci asegura que nunca dejará de ser un pastor.
Muchas veces se ha dicho que el líder de la llamada Revolución bolivariana hablaba como si fuera un predicador. Tenía, sin duda, un talento especial para detectar lo que la gente anhelaba escuchar. Llenó la comunicación de afecto, personalizó fuertemente el discurso político, acudió a las parábolas, a la reiteración, a la narrativa. Así explica el pastor Bertucci su decisión de entrar en la política: “Repartíamos comida y una madre tuvo la forma de romper mi alma en ese momento, se me abalanzó y me dijo: ‘No aguantamos más, queremos un líder como tú’, y eso me marcó”.
El populismo religioso amasa la idea de que, frente a una realidad desastrosa, llena de precariedad y de sufrimiento, debe surgir un mesías, capaz de encarnar y ejecutar un mandato celestial, transhistórico, que devuelva al pueblo al paraíso terrenal. Chávez estrujó este argumento hasta el final de sus días. Para Chávez, sacralizarse era una forma de hacer política. Se refería a él mismo como un instrumento del pueblo, de Dios. Bertucci quiere tomar ahora ese testigo que Maduro ha sido incapaz de sostener en las manos por su falta de carisma.
En su sermón dominical del 18 de febrero, cuando públicamente declaró en su iglesia sus aspiraciones presidenciales, el pastor que quiere ser presidente dijo lo siguiente: “Cuando Dios cambia los tiempos y las edades y decide quitar un rey, lo va a hacer de cualquier manera. Así que yo digo busquemos la mejor. Proveamos a Dios de la mejor forma para hacer esta transición o este cambio, en paz; hacerlo en una actitud sensata y responsable”. Luego leyó la Biblia y dijo que Dios prometía poner fin a las desgracias de los que sufren “¡Hay esperanza para tu porvenir, Venezuela!”, gritó.
El pastor Bertucci no parece ser la mejor muestra de una oveja inmaculada. Su expediente suma una detención y una estancia breve en prisión en 2010, bajo la acusación de transportar 5000 toneladas métricas de diésel. También su nombre apareció en los Papeles de Panamá. Por supuesto, él rechaza cualquier acusación en su contra y señala que no va a caer en el juego de la guerra sucia. “León no caza ratón”, afirma, estableciendo una evidente conexión con la sentencia usada por Chávez para desdeñar a sus adversarios: “Águila no caza moscas”.
Venezuela avanza hacia las elecciones de abril cada vez más asfixiada por el cerco simbólico de la antipolítica. Maduro representa el Chávez real y el proyecto militarista que ha desembocado en un Estado fallido, profundamente corrompido y con una economía en ruinas. Javier Bertucci es el Chávez renovado, un nuevo intento por resucitar la promesa de las soluciones instantáneas y mesiánicas ante los complejos problemas de la realidad. En este contexto, las elecciones son un fraude institucional y un espectáculo sin alternativas.
Bertucci, con sentido de oportunidad, busca aprovechar la crisis, pero no se empalma con la oposición ni con sus exigencias, no forma parte de la historia de lucha sostenida que ha llevado un gran sector de la sociedad en contra del proyecto totalitario y militarista chavista. Bertucci no habla desde la diversidad de voces de la oposición, los partidos y la sociedad civil, sino desde otra iglesia. Es la nueva versión del externo (outsider) que viene a salvar al país. Ahora, nuevamente, la esperanza se viste de mesías para trata de seducir a un pueblo desesperado.
El populismo es sobre todo una experiencia afectiva. Se basa en la irracionalidad, las emociones y no tolera el discernimiento. Frente a todo esto, la oposición debe reaccionar. No participar en la estafa electoral propuesta por el oficialismo no significa dejar de hacer política. En este momento, más que nunca, se necesita un programa de acción unitario, un acuerdo de todos los líderes y de todos los partidos para realizar un trabajo en la calle y mantener la presencia y la comunicación en todos los espacios de la vida social. La abstención no debe ser una actitud pasiva. Hay que convocar al país a algo distinto que a la simple espera de los resultados de una farsa.
Mantenerse al margen de las elecciones no es suficiente. Es necesario convertir la renuncia electoral en una acción concreta. Hay que inventar una forma de expresión del descontento distinta al voto, que evidencie el fraude y articule a la mayoría de los venezolanos alrededor de otros símbolos. No es la hora de los predicadores, sino de los partidos, de los líderes y de sus organizaciones. La política también mueve montañas.
Alberto Barrera Tyszka es un escritor venezolano y colaborador regular de The New York Times en Español. Su novela más reciente es Patria o muerte.