Venezuela, hacia el abismo por la hiperinflación

Venezuela, hacia el abismo por la hiperinflación

Simón Bolívar es una figura omnipresente en Venezuela. Infinidad de avenidas, calles y plazas llevan su nombre por todo el país; la antiguamente conocida como ciudad de Angostura hoy es Ciudad Bolívar; la nación tiene por nombre completo República Bolivariana de Venezuela y el proyecto supranacional del llamado socialismo del siglo XXI, el ALBA, es, desgranada, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América.

No es para menos tanto simbolismo. Bolívar es una de las piezas centrales en la independencia de los países sudamericanos junto con José de San Martín. Su visión de una América unida -el famoso panamericanismo- es el germen de los proyectos de integración que hoy florecen por el mundo. Sin embargo, y a pesar del despliegue toponímico bolivariano, dicen que no hay peor desprecio que no hacer aprecio, algo que aplicado a la situación económica y monetaria de Venezuela es literal.

Como no podía ser de otra forma, la moneda venezolana también ha sido bautizada como El Libertador. No obstante, el bolívar tiene hoy por hoy el dudoso honor de ser la divisa que más rápido se devalúa del mundo, un cohete inflacionario que está arrastrando a Venezuela al sombrío escenario de la hiperinflación. Este fenómeno, a pesar de dejar curiosas imágenes en el mundo como billetes en Zimbabue por valor de trillones -que en la práctica no valían nada- es fatal para la economía de un país. La deuda externa se dispara, es mucho más caro importar y el dinero se gasta para no ver cómo ha perdido valor al día siguiente, factores que en el caso venezolano son claves para entender que esto no es una línea recta, sino una espiral hacia un lugar poco conveniente.

Hace tiempo que el Gobierno venezolano dejó de dar cifras oficiales sobre cuál es la inflación en el país. Probablemente ni lo sepan, ya que un sistema con hasta cuatro tipos de cambio distintos entre bolívares y dólares, alguno de ellos no oficiales, hace prácticamente imposible seguir la pista de manera fiable a la escalada de los precios. Con todo, el Fondo Monetario Internacional ha estimado que en 2016 la inflación en el país sudamericano puede alcanzar el 700%, incluso un 1.000% en el caso de productos no regulados por el Gobierno. Y para 2017 las previsiones todavía son más elevadas.

Una gestión nefasta, claman desde la oposición venezolana. Y están en lo cierto. Guerra económica, afirman desde el chavismo. Tampoco fallan en su diagnóstico. Si bien la existencia de cuatro tipos cambiarios -tres oficiales a 6, 12 y 172 bolívares por dólar mas uno a través del mercado negro- tenía un sentido bien definido de cara a importar productos básicos a precios preferenciales –a 6 y 12 bolívares–, en la práctica se ha revelado como un caos, tanto por estar los precios preferenciales sobrevaluados respecto al dólar como por abrir de par en par las puertas a la especulación monetaria de particulares y empresas. Se compran dólares a seis bolívares y posteriormente se revenden en el mercado negro a veinte, doscientas o quinientas veces su precio original. A finales de diciembre de 2016 este dólar paralelo se vende a casi 2.900 bolívares, y ha llegado a estar durante el año a 4.500. Una burbuja que sólo podía dar como resultado el actual caos inflacionario que vive el país.

Antes que poner coto a esta fiesta especulativa, el Gobierno del país ha mantenido el triple sistema cambiario, conocedor de que aun no siendo útil -el sistema puede funcionar cuando la economía tiene cierta armonía, no cuando todo el mundo compra y vende como en la bolsa-, es contraproducente en todos los plazos posibles para la marcha del país. Una sangría económica que no se han molestado en solventar.A cambio, han puesto a funcionar la máquina de los billetes. Bolívares y más bolívares en circulación a modo de bálsamo sobre el apetito especulativo existente en el país. Sin embargo, lo que ha conseguido esta medida es devaluar de tal manera la moneda que el billete de 100 bolívares, el más elevado en circulación hasta hace bien poco, tuviese un valor de cuatro centavos de dólar. Una imagen igual de surrealista que si nos viésemos los europeos comprando productos básicos con enormes fajos de billetes de 500 euros.

Como a veces la economía puede parecer simple matemática, el Gobierno venezolano decidió diseñar y poner en circulación nuevos billetes de bolívares, de 500 el más bajo a 20.000 el más elevado. Una simplificación a través de ceros que si bien ahorra papel, no llega a solucionar el problema de fondo de la economía venezolana. Este cambio, además, fue presentado de manera sorpresiva por el Gobierno, ya que no sólo querían cambiar los billetes, sino impedir que los bolívares comprados a precios preferenciales y acumulados fuera de Venezuela para especular con ellos pudiesen regresar al país para ser cambiados. El tiempo y la forma, un caos. Se cerraron las fronteras con Colombia y Brasil y, sin estar los nuevos billetes preparados, se quiso retirar los antiguos. Las protestas obligaron a Maduro a retrasar el cambio de moneda hasta el nuevo año. Otro episodio más de una buena idea implementada rápido y mal.

Eso sí, con esta enorme inflación, el Gobierno se ha anotado un tanto: eliminar la deuda doméstica a pasos agigantados. Los cerca de 60.000 millones de dólares en forma de bolívares se están volatilizando al mismo ritmo que aumenta la inflación. Si el bolívar vale menos, esas deudas pierden igualmente su valor. Sin embargo, este dato puede considerarse una victoria pírrica de Maduro, ya que la deuda externa, que en buena medida es la que condiciona la marcha de un país y hoy por hoy ronda los 139.000 millones de dólares, se está disparando.

La lógica respecto de la deuda interna es la misma -aunque económicamente inversa-: si cada vez hay que pagar más bolívares para comprar un dólar, las deudas en dólares son más caras de costear a medida que la divisa venezolana se deprecia. Si partimos de la base de que un gran número de productos básicos en Venezuela llegan importados y el país de lo poco que exporta es petróleo -con un precio por barril en niveles bajos- el percal comercial se lo pueden imaginar.

Se habla de impago de deuda como escenario en 2017. A la vista de la situación, es posible. Afortunadamente para Maduro, ha conseguido una tregua navideña en su particular pulso con la oposición, si bien en el país todo el mundo sabe que es el juego del gato y el ratón. Ahora cabe preguntarse si, dos siglos después de que Simón Bolívar apostase el futuro de Sudamérica en aquellas tierras, era para tener estatuas y nombres en calles o para que su patria no se viese abocada a esto.

Fernando Arancón es analista de inteligencia y miembro de la dirección de la revista ‘El Orden Mundial en el Siglo XXI’.

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