Venezuela, más cerca de una negociación que Cuba tiene lejos todavía

La oposición cubana pide al mundo que aísle al régimen cubano por la dantesca ola represiva reciente. Algunos ponen sobre la mesa el ejemplo de Sudáfrica durante el apartheid. Rosa María Payá, una de las principales figuras opositoras al castrismo, clama ante el Congreso de Estados Unidos que se sancione individualmente a los represores.

Los líderes cubanos no necesitan irse tan lejos (en distancia, tiempo y proyecto político) como Sudáfrica. En Venezuela, por tantos años una especie de virreinato cubano, la estrategia opositora ha sido cercar internacionalmente al régimen con sanciones individuales, denuncias por violaciones de los Derechos Humanos y seguimiento al lavado de dinero producto de la corrupción, entre otros negocios ilícitos. Llegaron a ese punto luego de intentar internamente todas las vías.

Quien inició la política de sanciones contra el régimen chavista fue Barack Obama tras la represión de las protestas de 2014. Pari passu, comenzaba el deshielo con el castrismo. El palo y la zanahoria, porque estas autocracias van de la mano.

En Bruselas se siguió el mismo camino que en Washington. Federica Mogherini, la entonces alta comisionada de Asuntos Exteriores, particularmente dura con el chavismo, era en cambio una seda con el castrismo.

Pero nadie contaba con la llegada de Donald Trump, que desmontó rápidamente esa estrategia y apretó nuevamente el torniquete a La Habana mientras reforzaba el de Caracas.

Años después, la isla está encendida por los cuatro costados, con una disidencia envalentonada y despierta a pesar de la brutal represión castrista. En Venezuela, la oposición que cuenta, la que tiene los votos, se ha reunificado en torno a una negociación profesional como mecanismo de resolución del conflicto.

La cita será en agosto, en México, y con Noruega a cargo de los preparativos técnicos. Posiblemente, hasta con Estados Unidos sentado en la mesa.

Pero ¿cómo logró esto la oposición venezolana? Primero, la disidencia cubana debe cuidarse de no cometer los mismos errores. Sobre todo, el de no caer en guerras intestinas y el de no acometer acciones aisladas con remotas posibilidades de éxito.

En el apartado a emular, hay que cambiar esa imagen romántica, de idílico paraíso comunista, que se tiene de la Cuba castrista en el mundo, sobre todo en Europa y parte de Latinoamérica.

Porque no tiene nada de adorable un país estancado en el tiempo, cual museo arqueológico, con próceres revolucionarios que se ufanan de su determinación de fusilar a la disidencia y con un nivel de miseria tal que empuja a la juventud a prostituirse con el turista que vacaciona a cuerpo de rey por cuatro centavos.

Esa realidad debe machacarse en el resto del mundo como se hizo en el caso de la crisis humanitaria venezolana.

Por otra parte, los crímenes de la elite política, tanto en materia de Derechos Humanos como de lavado de dinero, corrupción y narcotráfico, deben ser debidamente registrados ante las autoridades internacionales correspondientes.

Y, por supuesto, el tema más espinoso. El bloqueo de Estados Unidos contra la isla sólo tiene defensores en Estados Unidos. El resto del mundo está en contra por su poco éxito en la práctica. Pero su fin depende del Congreso, por lo que es prácticamente imposible que se levante a corto plazo.

Paradójicamente, el levantamiento del bloqueo fortalecería al castrismo, que lo vendería como el gran triunfo tras tanta presión.

El camino a seguir, entonces, es el ya transitado por la oposición venezolana: el de las sanciones individuales. Porque el embargo, cuyos presuntos efectos perniciosos son una gran mentira puesto que Washington es el sexto socio comercial de La Habana, perjudica a los cubanos en general. Mientras, los autócratas se enriquecen por otro lado.

Pero si esas riquezas no pueden ser disfrutadas plácidamente en otros países, la vida les cambiaría de la noche a la mañana, como a los chavistas, obligándolos a negociar.

Por eso Venezuela ya está lista para una negociación y Cuba todavía no. La oposición cubana no tiene nada que darle a cambio a la autocracia. No deben desesperarse, sino construir esa posibilidad, entendiendo que en política no hay salidas fáciles. Menos cuando se enfrenta uno a un monstruo que lleva 60 años en el poder.

Francisco Poleo es analista especializado en Iberoamérica y Estados Unidos.

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