En las vísperas de una elección presidencial crucial en Venezuela, el país enfrenta una crisis de credibilidad en su sistema electoral. Los eventos recientes han subrayado las maniobras del régimen chavista para mantener el poder y la influencia externa que perpetúa esta situación. En este contexto, figuras como María Corina Machado y Edmundo González Urrutia emergen como símbolos de resistencia y esperanza para una transición democrática. Sin embargo, el papel de José Luis Rodríguez Zapatero, expresidente de España, en esta dinámica, plantea serias dudas sobre sus verdaderas intenciones y lealtades.
María Corina Machado, una exdiputada irreductible e incansable, ha sido una figura central en la oposición venezolana. A pesar de su inhabilitación injusta por el régimen chavista, Machado obtuvo el 90 por ciento de los votos en las elecciones primarias de la oposición, lo que demuestra su popularidad y el respaldo del pueblo venezolano. Su lucha incansable contra el régimen ha sido una fuente de inspiración para muchos, y su inhabilitación es un claro ejemplo de cómo el gobierno intenta silenciar las voces disidentes.
Edmundo González Urrutia, diplomático de carrera con una amplia trayectoria en el servicio exterior venezolano, actualmente lidera todas las encuestas para las elecciones presidenciales. Con una promesa de transición democrática, sin odio ni persecuciones, González Urrutia, junto a Machado, representa una esperanza tangible para el cambio en Venezuela. Su compromiso con una transición pacífica y su visión de futuro para el país resuenan fuertemente con un pueblo cansado de las injusticias y el autoritarismo.
El papel de José Luis Rodríguez Zapatero en la crisis venezolana ha sido, cuanto menos, controvertido. Desde su involucramiento en las negociaciones y mediaciones, Zapatero ha sido percibido más como un aliado del chavismo que como un verdadero mediador imparcial. Sus más de 40 viajes a Venezuela, muchas veces con agendas ocultas, y su proximidad con figuras clave del régimen como Delcy Rodríguez, han levantado sospechas sobre sus verdaderas intenciones.
Rodríguez Zapatero ha jugado un papel central en todas y cada una de las crisis que ha vivido el régimen de Nicolás Maduro en la última década. Ha sido un permanente mediador en las negociaciones con la oposición política, pero siempre aliado al chavismo, usufructuando las dádivas del régimen. Su presencia en cualquier comisión o mesa de diálogo en Venezuela parece estar motivada más por intereses personales y financieros que por un verdadero deseo de promover la democracia.
La relación entre Rodríguez Zapatero y el régimen chavista se ha fortalecido a lo largo de los años, especialmente después del infame episodio de la cumbre Iberoamericana en Santiago de Chile en 2007, donde el Rey Juan Carlos I pronunció la célebre frase «¿Por qué no te callas?» dirigida a Hugo Chávez. Desde entonces, Zapatero ha sido una figura recurrente en el panorama político venezolano, a menudo defendiendo al régimen y minimizando sus abusos.
España es el segundo inversor en Venezuela, después de Holanda, entre los países europeos. Sin embargo, la inmensa deuda del Estado venezolano con empresas españolas y el papel que juega Rodríguez Zapatero en este entramado empresarial son aspectos que no pueden ignorarse. Empresas como Telefónica y Repsol han visto cómo sus inversiones se ven afectadas por la inestabilidad económica y política del país, y han tenido que lidiar con enormes dificultades para repatriar los ingresos generados.
La caída drástica de las inversiones españolas, de 21.313 millones de euros en 2015 a 1.381 millones de euros en 2016, debido principalmente a la devaluación cambiaria, refleja la severidad de la crisis. Las empresas españolas han reducido sus riesgos en Venezuela, conscientes de las presiones políticas del alto gobierno chavista. La pregunta que muchos se hacen es: ¿Cuál ha sido el papel de Rodríguez Zapatero en este contexto? Sus frecuentes viajes y reuniones con el régimen, muchas veces en secreto, sugieren una complicidad que va más allá de la mediación política.
La crisis de credibilidad en el sistema electoral venezolano se ha profundizado con la inhabilitación de líderes opositores y la manipulación del proceso electoral. Las encuestas muestran que una gran parte de la población no confía en la imparcialidad del sistema, especialmente entre los simpatizantes de la oposición. La disminución drástica en la participación electoral en elecciones recientes refleja esta desconfianza.
El nombramiento de rectores afines al gobierno en los organismos electorales, la falta de transparencia y el control de los medios de comunicación han creado un ambiente en el que los ciudadanos sienten que sus votos no tienen impacto real. La percepción de un sistema manipulado desanima a los votantes y socava la base de la democracia.
Sin embargo, en este momento crítico, Venezuela cuenta con líderes que han restaurado la confianza en el poder del voto y guían al país hacia una transición democrática pacífica. María Corina Machado y Edmundo González Urrutia representan esta esperanza, pero su camino sigue lleno de obstáculos impuestos por un régimen que utiliza todas las herramientas a su disposición para mantener el poder. Vencer esos obstáculos es lo que ha catapultado a Machado y González en las encuestas.
El papel de Rodríguez Zapatero en esta dinámica no puede ser subestimado. Sus acciones y su aparente complicidad con el régimen chavista han sido una verdadera tragedia para la oposición venezolana. La comunidad internacional debe prestar atención a estos desarrollos y apoyar los esfuerzos para garantizar unas elecciones libres y justas en Venezuela.
Enrique Alvarado fue director general de la Presidencia de Venezuela en el segundo Gobierno de Rafael Caldera.