Venezuela: una emergencia en emergencia

El 17 de marzo, durante el segundo día de cuarentena en Caracas, algunas personas caminaron por las calles con tapabocas. Credit Adriana Loureiro Fernández para The New York Times
El 17 de marzo, durante el segundo día de cuarentena en Caracas, algunas personas caminaron por las calles con tapabocas. Credit Adriana Loureiro Fernández para The New York Times

El carácter letal del COVID-19 reside tanto en el virus mismo como en su capacidad de desbordar rápidamente los servicios clínicos de cualquier país. Aunque el contagio no implica necesariamente el aniquilamiento inmediato, la identificación de las víctimas reales se confunde y la epidemia se transforma en una marea desconcertante que arrasa con cualquier asistencia sanitaria.

¿Qué puede pasar en un país que, ya antes de esta situación, padecía una crisis brutal en su sistema de salud público y privado?

Venezuela vive en un caos económico sin precedentes, causado esencialmente por el modelo chavista y la enorme corrupción que se dio durante la pasada bonanza petrolera. La caída de los precios del crudo y las más recientes sanciones de Estados Unidos también han agudizado este proceso. Pero la ruina sanitaria que sacude al país —y lo hace especialmente vulnerable al COVID-19— es anterior a las medidas de presión internacional y a las sanciones económicas impuestas sobre el gobierno de Nicolás Maduro. Ya en marzo de 2015, un informe realizado por distintos médicos reportaba que casi la mitad de los quirófanos en Venezuela no estaban funcionando y que, en la salud pública, había 60 por ciento de escasez de medicinas y de insumos. A esto hay que sumar los numerosos casos de corrupción, relacionados con el sector salud, cuyas denuncias han sido reiteradas pero que jamás han sido atendidas por el chavismo.

La llegada del coronavirus sorprende a Venezuela sin ningún tipo de defensas. No solo se trata de la situación hospitalaria. La crítica realidad económica, que se ha venido agudizando desde 2014, ya presenta niveles trágicos en todos lados: inflación galopante, desempleo y desabastecimiento y fallas en los servicios básicos de luz y de agua en grandes zonas del país. Susana Raffalli, especialista en nutrición y seguridad alimentaria, lleva años trabajando y dándole seguimiento al tema. Para ella, Venezuela se encuentra en un estado de “emergencia prolongada”. El coronavirus solo puede empeorar más las cosas y terminar generando una “crisis alimentaria a gran escala”.

Las perspectivas son fatales. Según las cifras y porcentajes en cuanto a velocidad de transmisión (33 personas en cuatro días), Venezuela ha tenido una de las curvas de contagio más rápidas del mundo. Por más que Maduro y su equipo intenten apurarse, decretando cuarentena en todo el país y tratando de reaccionar ante la situación, ya por desgracia parece ser muy tarde. Venezuela es una emergencia en emergencia. El pasado de inoperancia oficial, de derroche y corrupción, tiene en el presente consecuencias todavía más criminales.

En política, la falta de moral, a veces, puede representar una ventaja. ¿Qué buscaba Nicolás Maduro escribiéndole una carta a Kristalina Georgieva, la directora del Fondo Monetario Internacional (FMI), para que le prestara 5000 millones de dólares? Es muy poco verosímil que creyera que el FMI lo haría. Desde hace muchos años su discurso oficial se ha mantenido cuestionando a este organismo y, en 2007, el propio Hugo Chávez anunció que Venezuela rompería con él. Pero, incluso aparte de la retórica, era obvio prever que la institución apelaría a la falta de reconocimiento internacional que tiene Maduro para rechazar la solicitud. ¿Por qué, entonces, realizar la petición del préstamo?

La única respuesta probable a estas preguntas parece encontrarse en el terreno de la comunicación, de la construcción de narrativas y de la producción de sentido. Se trata, por cierto, del ámbito donde el chavismo ha sido siempre más eficaz. Desde esa génesis emblemática en que, gracias a menos de un minuto de televisión, Chávez logró convertir un golpe militar chapucero en una victoria política, la llamada “Revolución bolivariana” es genéticamente histriónica. Ahora se presenta como un poder dispuesto a renunciar a sus postulados ideológicos con tal de salvar al pueblo cuando, en verdad, solo está tratando de liberarse de su propia responsabilidad. Ya que no puede detener la tragedia, busca sacar provecho de ella.

Con esta pequeña maniobra, Maduro y su equipo pretenden utilizar la urgencia para acorralar a la comunidad internacional y, de paso, desde ya, juegan a la culpa adelantada. Señalan a otros posibles responsables de todo lo que vaya a ocurrir en el país con la llegada del coronavirus: el FMI, la comunidad internacional, la oposición. Lo que en apariencia es una acción unificadora, que intenta desactivar la pugna interna del país, es realmente lo contrario: otro esfuerzo por polarizar las visiones, el análisis y la discusión. El chavismo también toma previsiones: ya tienen una renovada excusa para el futuro. Con gran facilidad, se desembaraza de la ética.

El uso político de la enfermedad no es algo nuevo. El cáncer de Chávez, detectado a mediados de 2011, es un antecedente muy cercano. El líder venezolano aprovechó de forma intensa su padecimiento, no solo en una batalla electoral compitiendo como candidato para un nuevo periodo presidencial en 2012, sino también y sobre todo en la construcción de una nueva simbología religiosa, asociada a su persona y a su movimiento político. Desde la enfermedad, Chávez se sacralizó y legitimó la industria del culto a su personalidad. En su caso, sin embargo, el material de la manipulación fue su propio cuerpo, su dolencia. Ahora, los herederos de Chávez no hacen lo mismo. Pretenden explotar la enfermedad, aprovecharla y sacarle dividendos, pero sin ningún riesgo personal. Las víctimas, nuevamente, las va a poner el pueblo.

Es evidente que en Venezuela, en estos momentos, se necesita apoyo económico. Pero, tal y como están las cosas, no hay una condición fundamental para que este pueda darse: confianza. El chavismo tiene una larga historia de promesas incumplidas, de traiciones a sus propias palabras. Basta recordar lo ocurrido el año pasado con Michelle Bachelet, quien hizo un informe que denunciaba que cuerpos de seguridad habían perpetrado más de 8000 ejecuciones extrajudiciales, así como numerosas detenciones, torturas y encarcelamientos ilegales. Todavía hoy operan esos cuerpos de seguridad y aún hay 320 presos políticos en Venezuela, que se encuentran entre los grupos más expuestos al coronavirus.

Mientras Maduro solicita ayuda humanitaria a la Organización Mundial de la Salud (OMS), sus cuerpos de seguridad han detenido ya a cuatro médicos que protestaban y exigían condiciones seguras para atender a pacientes. Así mismo, también la oposición ha denunciado el bloqueo oficial de una web —administrada por la Asamblea Nacional, con mayoría opositora— dedicada a ofrecer información sobre el COVID-19.

Si el chavismo quiere, en verdad, enfrentar honestamente la crisis debe ceder, debe procurar espacios de unión y poder con la oposición y con especialistas del gremio, entender que cualquier apoyo internacional tiene que ser aceptado sin condiciones, incluso si esto significa no tener control sobre la ejecución de la ayuda humanitaria. Ahora es imprescindible poner todo al servicio de la emergencia. La única prioridad son las víctimas. Jugar en estos momentos a la polarización es una estrategia criminal.

Alberto Barrera Tyszka es escritor. Su libro más reciente es la novela Mujeres que matan.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *