Venezuela, una nación secuestrada

En la madrugada de ayer, después de saltar las alarmas al saber que agentes del Sebin -la Stasi bolivariana- habían irrumpido violentamente en los domicilios de Leopoldo López y de Antonio Ledezma para ingresarlos en la prisión militar de Ramo Verde, llamé a los padres de Leopoldo. Él, en Madrid; ella, en Caracas. Ambos destrozados y, a la vez fuertes, valientes, determinados a seguir hasta el final con la lucha por la liberación de su hijo, de todos los presos políticos venezolanos y de su país. Y, una vez más, los dos me dijeron lo mismo: ¡Denúncialo! Que el mundo sepa el horror que la dictadura de Maduro ha impuesto en Venezuela.

Estas líneas son eso, un grito angustiado por la liberación -además de Leopoldo, Antonio y de todos los presos políticos- de una nación secuestrada por una dictadura terrible que reúne dos características insólitas. La primera, la tibieza de buena parte de la comunidad internacional, a la que parece incomodarle llamar a las cosas por su nombre, enfrentarse a la dictadura chavista con la misma contundencia con que lo hicieron antaño con las dictaduras de derechas que hubo en Hispanoamérica. Les cuesta anteponer la libertad de los venezolanos a los intereses económicos de sus países o de sus empresas.

Y, con inmenso dolor, incluyo en mi queja por la equidistancia entre víctimas y verdugos al Vaticano. La Iglesia católica tiene una autoridad ética y moral en Venezuela como ninguna otra institución. Los obispos venezolanos han identificado desde el principio el dolor de su pueblo y han sido héroes frente al tirano. Pero Roma ha abordado el tema como si de una disputa sobre límites territoriales se tratara. La responsabilidad es mayor cuanta más capacidad de resolución se tiene. Fue del formidable código ético cristiano de quien aprendimos que es tan grave la falta por comisión como por omisión.

La segunda aberración de la dictadura venezolana es que tiene, además de la tibieza internacional, un apoyo explícito en España de un partido con ambición de poder: Podemos. Si algún partido en una democracia europea hubiese apoyado en su momento las dictaduras de Videla en Argentina o de Ceausescu en Rumania estoy convencido de que habría sido inmediata y rotundamente abandonado por sus votantes. No sé si los dirigentes de Podemos son libres para condenar la dictadura venezolana sin que les pongan sobre la mesa sus relaciones pretéritas. Pero sí estoy convencido de que, hasta el español más indignado, hasta aquellos que han creído la falacia de que la democracia parlamentaria es el problema y no la solución, no está dispuesto a permutar nuestra libertad y nuestra prosperidad por la miseria y el tenebrismo que ha impuesto el régimen apoyado por Podemos. Alguien en esa casa debería analizarlo. Si los españoles identifican que el modelo para España de Podemos es Venezuela, el desafecto electoral será dramático para ellos.

Por contra, el discurso del resto de los representantes políticos españoles -exceptuados los radicales- ha sido rotundo. El Partido Popular, el PSOE, Ciudadanos, han sido enérgicos en la denuncia de la deriva dictatorial de Maduro. El presidente Rajoy ha llevado a la Unión Europea la condena de la dictadura y su vergonzoso fraude electoral a través de la convocatoria de una inconstitucional y antidemocrática Asamblea Constituyente. Y se debe dar una condena similar desde Naciones Unidas.

Mención aparte merece el papel jugado por los presidentes González y Aznar. Cuando se cumplieron tres años del encarcelamiento de Leopoldo López, sus abogados les pedimos a ambos que comparecieran juntos para pedir su libertad. Lo hicieron con un profundo compromiso democrático. Por encima de todas las diferencias políticas lanzaron un mensaje único. Libertad para Venezuela. La vieja política hace emerger valores democráticos que deben ser modelo para las nuevas generaciones.

Ayer fue emocionante escuchar la conversación de Felipe González con la hija de Antonio Ledezma en Antena 3. Ella llorando. Él -identificando a todos los demócratas de España y de América- trasladando fuerza, enorme afecto y confianza en la victoria de la libertad.

Del presidente Zapatero quiero decir algo, mirando hacia delante y no hacia atrás. Por el papel que ha jugado es, en este momento, la persona cuya intervención, rotunda y definitiva, en favor de la libertad de Leopoldo, de Antonio, y de todos los presos políticos, más puede ayudar a desenmascarar la mentira de la dictadura. No es una deshonra haber sido engañado. Al contrario. Fue su confianza, que otros no tuvimos, en la disposición del régimen a una solución dialogada la que le permite ahora -y quizá le obligue- a denunciar la profunda corrupción moral de los dictadores venezolanos.

Desde un análisis jurídico, lo que el régimen bolivariano ha intentado es la institucionalización de la dictadura. A día de hoy es formalmente una democracia aunque de facto sea exactamente lo contrario. Desde que la oposición ganó las elecciones, el régimen militar anuló su capacidad legislativa utilizando a un instrumental Poder Judicial corrompido por el chavismo. Las instituciones que han intentado mantener su independencia han sido sistemáticamente atacadas. El fiscal que acusó a Leopoldo López está arrepentido y huido del país. La Fiscal General amenazada y, sin duda, próximamente destituida.

Lo que el régimen pretende ahora es dar cobertura legal a su dictadura mediante el fraude de la llamada Asamblea Constituyente para cuya convocatoria, incumpliendo lo establecido en la Constitución aprobada bajo el mandato de Chávez, no se ha convocado el referéndum previsto en la Carta Magna usurpando así el presidente Maduro la soberanía nacional al pueblo venezolano.

Con el encarcelamiento de Leopoldo López y de Antonio Ledezma no sólo se ha vuelto a privar de libertad a dos ciudadanos por el solo hecho de pensar distinto que el poder dominante, de alzar su voz en contra de un régimen opresor. Con su detención, se les ha secuestrado a ellos y con ellos a toda una nación. A la República hermana de Venezuela.

La reacción internacional debe ser rotunda y sin vacilaciones. No basta con condenar unas detenciones arbitrarias e ilegales. Es la dictadura quien debe ser excluida del espacio de las naciones libres y democráticas. Y con sanciones a sus dirigentes, no a los ciudadanos que antes que responsables son víctimas de los ocupantes del poder.

No. No puede ser esto una noticia que mañana o pasado mañana quede escorada por la siempre vertiginosa actualidad. Ya no hay excusas. No es sólo por solidaridad. Es por nuestra propia dignidad. Quien mañana calle -sea Gobierno, partido político o ciudadano- será cómplice no sólo de lo que les pasa a los venezolanos hoy; también de lo que nos ocurra a los demócratas en el futuro.

"Cuando los nazis vinieron a buscar a los otros... guardé silencio, porque yo no lo era. Cuando finalmente vinieron a por mí, no había nadie al que le importara ni que quisiera hacer nada por mí".

Alberto Ruiz-Gallardón es miembro de la defensa de Leopoldo López.

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