Venga, acérquese y opine

Han abierto los museos. Cuando el director del Prado presentó la nueva forma de mostrar sus cuadros, dijo que la muestra significaba la destilación del perfume del Prado, su quintaesencia. Viejos conocidos en un orden nuevo. Eso tan simple y tan cierto no es sencillo. Implica una toma de postura, una concreta respuesta, a diversas preguntas que los cuidadores del tesoro, los narradores de la historia se han formulado antes de aplicar un nuevo método de exhibición. Quizá sea presuntuoso por mi parte intentar explicarlo: no soy técnica en estas materias. Pero ¿por qué no permitir a un simple espectador dar su opinión después de emocionarse con una visita increíble, provocadora de sentimientos desconocidos ante la belleza conocida, pero redescubierta?

Venga, acérquese y opineUn museo no deja de ser una acumulación de un determinado tipo de objetos, desde piedras en los de mineralogía, hasta cromos; es decir, una colección. Haciendo caso a los teóricos, el coleccionismo del que luego se va a beneficiar el museo, «tiene su base en actividades lúdicas, que se encuentran insertas en la propia naturaleza humana» y su acopio en un recinto, temático o no. ¿Para qué sirve entonces? ¿Para mostrar la vanidad de quiénes han acumulado estos tesoros a veces muy elementales, pero muy importantes para quien los colecciona? ¿Para hacer reflexionar sobre acontecimientos históricos relevantes? ¿Para mostrar una parte de la historia de un determinado sector del arte? ¿Para honrar a un autor, sea escultor, pintor, músico? ¿Para excitar a visitantes, la mayoría de las veces indiferentes, a un paseo entre cosas que apenas comprenden pero que les van a proporcionar tema de conversación y quizá les ayudarán a cambiar su percepción?

No voy a discutir este problema. Solo soy una usuaria más y lo que desearía intentar expresar aquí es qué función cumple para mi y para personas como yo la existencia de un museo. Por qué voy al museo. Puedo entender que no todo el mundo esté interesado en destapar el tarro de las esencias. No siempre puede entenderse en qué consiste y a veces marea. Un museo puede ser una simple acumulación de cosas y entre ellas alguna vez se descubre la perfección de un vaso griego o de un cuadro emocionante. Para que no sea esto, para que la acumulación tenga un sentido, es necesario que el museo nos cuente una historia. Y cada museo tiene la suya y al mismo tiempo, tiene su narrador, que no debe desvirtuarla, sino hacer que aparezca de una forma cristalina cuál es la esencia pura de aquel museo.

Para centrarme voy a intentar explicar en qué consiste al menos para mi, la esencia de un museo como el Prado. Es bien sabido y no voy a descubrir nada, que el Prado aloja un tesoro histórico: lo que resta, que es mucho, de la colección de pintura de los Reyes de la casa de Austria, a la que se añade la más reducida de la casa de Borbón y, sobre todo, Goya y otras adquisiciones posteriores. Esta es la historia. Una historia emocionante en sí misma considerada, porque el tesoro ha sobrevivido a muchas circunstancias adversas: incendios, guerras y saqueos, una guerra civil y ahora, una pandemia. Y la belleza sigue estando ahí intacta, emocionante. Pero ¿es suficiente la emoción para justificar la existencia de un museo? Algunos dirán que sí, pero hoy se exige algo más. Los sentimientos románticos no justifican las inversiones económicas cuantiosas, en estados que deben equilibrar gastos para afrontar necesidades sociales, gastos en la promoción de derechos fundamentales como la educación, el cuidado de la salud, el acceso a la cultura y otros importantes elementos que constituyen el núcleo de los derechos fundamentales que conforman el estado del bienestar. Por tanto, aparte de la historia, que es mucho, ¿qué justifica un museo?

Intencionadamente, voy a caer en un tópico: la investigación y la enseñanza. Es decir, la interpretación de lo que está colgado en sus paredes o exhibido en sus salas. Es un tópico, porque si se leen las actividades de los museos, de las grandes bibliotecas, todos dedican una parte importante de sus actividades a la enseñanza; hablan menos de la investigación, pero no hay enseñanza sin una investigación previa. Parece que con ello justifican su propia existencia. Pero es no solo es eso. Porque previamente hay una labor de interpretación de lo que allí existe.

Un director de museo, el narrador principal, puede decidir mantenerlo con las distribuciones tradicionales de las obras en sus salas: por autores; geográficamente; por la importancia que atribuyen a las obras los diversos críticos y estudiosos que se han dedicado al museo; por escuelas, suponiendo que las haya. Puede elegir mostrar unas cosas y otras no. Puede cambiar la distribución. Pero con cualquiera de estos métodos llegará a un único resultado: la emoción. O el hastío, porque los visitantes acabarán cansados de ver obras maravillosas, junto a otras que no lo son tanto, sin posibilidad de llegar a conclusiones por sí mismos sobre lo que significan, sobre por qué hay temas que se repiten. O bien puede ofrecer una interpretación traducida en una forma de distribuir las obras que haga pensar. Si se cuelgan los cuadros de Goya relacionados con la Guerra de la Independencia junto a la Familia de Carlos IV, se está incitando al visitante medianamente enterado a relacionar acontecimientos históricos que han ocurrido en la misma época y a los mismos protagonistas. O si se colocan juntos los dos cuadros de Rubens y Goya de Saturno devorando a sus propios hijos, se puede concluir que se trata de un tema mitológico, común entre pintores y que no hay copia por elegir el mismo tema, sino un diferente acercamiento a una historia común. O si se ponen los retratos de los bufones de Velázquez al lado de las Meninas, con sus propios bufones, concluiremos que eran personajes comunes en la Corte de la época. O podremos ver también cómo los pintores se miraban en épocas distintas y en la misma época, sin que eso comporte la denigrante imputación de copia.

La interpretación del narrador de la historia hace comprensible la propia historia. Aunque el método sea distinto. Vean así la nueva muestra del Prado, que no tiene el marchamo de exposición, pero sí lo es.

Encarnación Roca Trías es vicepresidenta del Tribunal Constitucional y Académica de número de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España.

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