Ventajas de las terapias de anticuerpos contra la COVID-19

A medida que muchos países van relajando las medidas de contención por la COVID-19, para controlar la pandemia será clave evitar que el virus vuelva a extenderse desde los nuevos focos de contagio que aparezcan, para lo cual hay que crear nuevos tratamientos innovadores.

Hasta ahora, quienes están a cargo de las políticas se apoyaron en intervenciones no farmacológicas —como las pruebas de detección, el rastreo de contactos y las cuarentenas— para evitar una segunda ola de contagios. Mientras tanto, la búsqueda de terapias y medicamentos de profilaxis para la COVID-19 se han centrado en productos con disponibilidad inmediata, esto es, medicamentos ya existentes desarrollados para otras enfermedades. Este enfoque casi no tuvo éxito, aunque un estudio clínico aleatorizado reciente en el Reino Unido detectó que la dexametasona, un corticoesteroide, redujo la mortalidad por COVID-19 en los casos más graves.

Por supuesto, las vacunas serán fundamentales para superar la COVID-19, pero incluso a partir del momento en que haya una disponible llevará muchos meses vacunar suficiente gente como para que las sociedades alcancen el nivel de inmunidad colectiva necesario para detener al coronavirus. Y la eficiencia de las vacunas probablemente variará con la genética, las enfermedades asociadas y la edad de las distintas personas. Además, el acceso a las vacunas y su disponibilidad pueden verse limitados por la capacidad de producción, cuestiones económicas y la reticencia a vacunarse de parte de la población.

Eso significa que también debemos dedicarnos a desarrollar nuevas armas que puedan combatir directamente al SARS-CoV-2, el virus que causa la COVID-19. Además de los medicamentos químicos antivirales, los anticuerpos modificados con ingeniería genética pueden ser ideales para este propósito.

Esos anticuerpos son modificados específicamente para neutralizar las proteínas que permiten que el virus SSARS-CoV-2 penetre en las células humanas. Por otra parte, proporcionan inmunidad inmediata, que es fundamental no solo para minimizar el daño a los órganos sino también para proteger a los profesionales de la salud y los contactos de las personas infectadas.

El concepto que subyace a este tipo de inmunoterapia fue aplicado inicialmente en Francia y Alemania hace más de un siglo, cuando los anticuerpos contenidos en el suero de animales inmunizados salvaron las vidas de miles de niños durante la epidemia de difteria. El mismo principio subyace a los ensayos clínicos actuales que usan plasma de pacientes recuperados de la COVID-19. Pero debido a que no todos los anticuerpos protegen —de hecho, algunos pueden empeorar la enfermedad— los investigadores se están centrando en aquellos conocidos por su actividad antiviral.

La ingeniería genética contemporánea puede producir anticuerpos humanizados muy específicos. Aunque se conoce a estos agentes biológicos por revolucionar el tratamiento del cáncer y las enfermedades autoinmunes, ya existe evidencia de su eficacia como agentes antiinfecciosos.

Por ejemplo, el anticuerpo palivizumab se usa para prevenir infecciones virales sinciciales en niños, mientras que otros anticuerpos pueden prevenir o curar el carbunco. Otro anticuerpo resultó eficaz para el tratamiento de personas con VIH resistentes a los tratamientos estándar. Más reciente y relevante es que la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por su sigla en inglés) de EE. UU. aprobará pronto un cóctel de anticuerpos para reducir la mortalidad por el ébola entre los pacientes.

Regeneron Pharmaceuticals, la empresa de biotecnología estadounidense que produjo los anticuerpos contra el ébola, está usando ahora una tecnología patentada para desarrollar un cóctel de dos anticuerpos contra la COVID-19 que se está probando actualmente en humanos. El 7 de julio Regeneron Pharmaceuticals anunció que recibió un contrato de 450 millones de dólares para producir y proveer el cóctel de anticuerpos como parte de la Operación Warp Speed de la Autoridad para la Investigación Biomédica Avanzada y Desarrollo (BARDA, por su sigla en inglés). Varias empresas más están desarrollando anticuerpos con asistencia financiera del gobierno estadounidense a través de la asociación Aceleración de las Intervenciones Terapéuticas y Vacunas COVID-19. Estas iniciativas incluyen a la BARDA, los Institutos Nacionales de Salud, la FDA y el Departamento de Defensa de EE. UU., junto con grandes empresas farmacéuticas y organizaciones filantrópicas como la Fundación Bill & Melinda Gates.

Desafortunadamente, la Respuesta Global al Coronavirus de la Comisión Europea está prestando menos atención a las terapias con anticuerpos. Este emprendimiento, que desarrolló la Comisión en colaboración con otras organizaciones gubernamentales, corporativas y filantrópicas, busca apoyar al Acelerador de Acceso a Herramientas para la COVID-19 (Access to COVID-19 Tools, ACT) que la Organización Mundial de la Salud junto con otros socios globales lanzaron en abril. Pero la Unidad de Inteligencia Económica (Economist Intelligence Unit) informa que el Acelerador Terapéutico para la COVID-19 (COVID-19 Therapeutics Accelerator) —una de las agrupaciones convocantes de la iniciativa ACT— ya había invertido 59 millones de dólares, principalmente en ensayos clínicos para explorar los posibles beneficios de nuevas aplicaciones para fármacos existentes.

Aún hay que solucionar varios desafíos antes de que los anticuerpos genéticamente diseñados puedan unirse a la lucha contra la COVID-19. Entre ellos, aumentar la estabilidad in vivo de los anticuerpos para optimizar la cantidad de dosis necesarias y reducir los costos de producción para que la terapia resulte económicamente factible.

Las organizaciones que nos están financiando deben invertir más recursos para superar estos obstáculos. La recompensa potencial es enorme: tratamientos con anticuerpos que no solo controlarían rápidamente la replicación viral en los pacientes con COVID-19, sino que además podrían evitar que las personas vulnerables contraigan la enfermedad.

Michel Goldman, founder and co-director of the Institute for Interdisciplinary Innovation in Healthcare (I3h) and Professor of Immunology at the Université Libre de Bruxelles, was Executive Director of the Innovative Medicines Initiative from 2009 to 2014. Michel D. Kazatchkine, a senior fellow at the Graduate Institute of International and Development Studies in Geneva and a member of the Global Commission on Drug Policy, was Executive Director of the Global Fund to Fight AIDS, Tuberculosis, and Malaria from 2007 to 2012.

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