Hemos construido nuestra memoria colectiva a base de momentos, de imágenes. Un país es un álbum emocional más o menos común (en gran medida televisivo). Ahí están las moléculas que, poco o mucho, nos unen a través de las generaciones y los territorios, tan dispares y deslavazados. En Sigma Dos está pendiente de estudio –lo haremos más pronto que tarde con El Panel de EL MUNDO– si nos unimos más en el 12-1 a Malta o con el gol de Iniesta en Sudáfrica; contra el fallido 23-F o en la inauguración de los JJOO de Barcelona con el entonces príncipe Felipe de abanderado. A una sociedad también la unen la salud y la enfermedad. Las alegrías de Nochevieja y las penas de la Covid-19, con sus aplausos sostenidos durante meses. Reír y llorar son actividades que suelen hacerse en grupo, como bailar en un chiringuito o en una verbena de verano, aunque luego nos olvidemos pronto.
No sabemos qué se recordará dentro de un par de décadas de esta España que no termina de sacudirse la pandemia: si la victoria de Díaz Ayuso, la vacuna masiva en el Zendal (u otros espacios de nuestras ciudades) o el gol de Morata en la prórroga contra Italia en la Eurocopa (para luego fallar un penalti). Los motivos por los que un acontecimiento se convierte en hito son un misterio. Los filtros que el tiempo aplica a nuestra memoria, una prueba que la sociología puede intentar descifrar solo a posteriori.
¿Qué pasa, por ejemplo, con el humor? Deberíamos tomárnoslo más en serio, porque si hay algo que retrata el registro moral de cada sociedad es precisamente ese fenómeno. Lo que ayer nos hacía reír, hoy nos repele. La moral cambia; nuestra risa –individual, social, nacional– también. Pero es cierto que hay carcajadas que sobreviven al paso de los años como un monumento señalando sustratos compartidos. Ahí está viendo pasar el tiempo, como la Puerta de Alcalá, el sketch de la empanadilla de Martes y Trece en la Nochevieja de 1987. ¿Por qué aguanta el paso de los años, las redifusiones y las repeticiones en Youtube?
Siempre he sostenido que el éxito de aquel sketch se debía a que contenía una sociología oculta, tal vez subconsciente. En cinco minutos de humor absurdo, España se identificó en sus hábitos: comprando masivamente productos congelados en el híper para toda la familia, viviendo en esos barrios de los 60 o principios de los 70 donde millones de españoles aterrizaron del pueblo a la vida urbana, escuchando la radio en casas y taxis, oficinas y peluquerías, con una voz tan españolísima como la de Encarna Sánchez. Las connotaciones sociales, históricas, culturales de la mili no hace falta explicarlas. Su éxito no es la parodia de Encarna, sino la autoparodia de un país al completo. Su autodefinición deformante y a la vez hiperrealista. Todo un sentir, una experiencia común, encapsulada en unos pocos minutos, una voz en off y un gran talento teatral. Es posible que aquella España sedienta de modernidad y libertad necesitara darse el lujo (tan moderno) de no tomarse demasiado en serio a sí misma. Y la televisión pública (todavía en ausencia de las censuras de lo políticamente correcto durante aquellos años) le dio la oportunidad de reírse de su propia imagen en una parodia muy en la tradición hispana del esperpento valleinclanesco.
En escasamente cuatro décadas nuestro retrato social ha cambiado tanto –no ya en lo político, sino en lo social, en nuestros hábitos, creencias y costumbres– que nos falta un ejercicio diacrónico de análisis, una distancia analítica para comprender lo que hemos llegado a ser y sobre todo, cómo hemos llegado a serlo.
La mili ya es historia desde hace tiempo (somos uno de los países más antimilitaristas del mundo), y de la empanadilla congelada hemos pasado a debates sobre si comemos o no demasiada carne. La radio se escucha ahora también en podcasts y no hay ningún micrófono que desate tantas pasiones contrapuestas. Y en Móstoles, y en el resto de España, cientos de miles de españoles viven en urbanizaciones con piscina y pistas de pádel. Tampoco nos reímos de las mismas cosas porque, en parte, hay cuestiones que ya no nos hacen gracia. Y los sketches se siguen produciendo, pero se publican directamente en las redes sociales, donde también circulan memes, versión digital del humor gráfico de toda la vida.
Si existió una «España de la empanadilla», ¿cuál es la España de hoy? El tiempo lo dirá. Pero los hábitos y los gustos siguen definiéndonos como sociedad. A veces, tanto o más que el voto. Y si durante tantos meses hemos vivido con una tensión inevitable una serie de dilemas dramáticos (toque de queda ; mascarilla en exterior sí o no; vacuna de Pfizer o de Astra Zeneca…), a medida que la situación sanitaria mejore –si mejora–, es comprensible que queramos recuperar los viejos dilemas cotidianos.
Puestos a retratarnos en clave de humor, ya se presenta una encuesta de verano de El panel de EL MUNDO y Sigma Dos que nos aclara dilemas muy nuestros. Por ejemplo, si preferimos la tortilla de patatas con o sin cebolla, o a Raphael antes que a Julio Iglesias, entre otros muchos. Debemos estudiar el verano porque los veranos anudan juventudes y generaciones a recuerdos imborrables en un eterno viaje a la playa, que empezó un día en un dos caballos en el que sonaba Un rayo de sol y acaba en un chiringuito en el que suena lo último de C. Tangana. Del apartotel al Airbnb, también se han uberizado las vacaciones porque las plataformas y los móviles compiten ahora con la televisión. Somos otros. Pero por distintos canales buscamos lo mismo que aquellas familias de ficción, y a la vez tan reales, que hace ya cuatro décadas, en plena transición al bienestar, se encontraron en un Verano Azul del que no nos moverán tan fácilmente: la música, las bicis, el descanso y el viaje lejos de la oficina. Y lejos de las cuatro paredes que durante un año nos ha protegido del virus y del miedo.
No sabemos lo que quedará de este verano que lucha por recuperar sus problemas de siempre. Ignoramos cómo nos verán los españoles de dentro de 20 años, ni cómo nos veremos nosotros mismos, los que puedan contarlo. Con estos estudio tal vez ayudemos a comprendernos. Lo que está claro es que, de la empanadilla a la vacuna de Pfizer, del álbum de fotos al Instagram, parafraseando otro momento de nuestra pareja de cómicos más célebres, de estas vacaciones de 2021 podríamos decir aquello de: «Es lo mismo, pero no es igual».
Gerardo Iracheta es presidente de Sigma Dos.