Viaje al centro de las ideologías

En Nadie acabará con los libros, las conversaciones que mantuvieron Jean-Claude Carrière y Umberto Eco, el guionista reflexiona sobre el movimiento de nuestros ojos al leer: van de izquierda a derecha, de arriba abajo. Sin embargo, en la escritura persa, árabe y hebrea van de derecha a izquierda. Y añade: “Me he preguntado si estos dos movimientos habrán tenido un influjo en los movimientos de la cámara en el cine. La mayor parte de los travellings en el cine occidental van de izquierda a derecha, mientras que en el cine iraní van al contrario”. Siguiendo este hilo, Eco se pregunta si un agricultor occidental empieza a trabajar los campos de izquierda a derecha y uno iraní de derecha a izquierda… “Los nazis habrían podido identificar inmediatamente a un campesino judío”.

Romain Rolland, antes de abrazar el estalinismo, escribió el manifiesto pacifista más famoso de la Primera Guerra Mundial: Más allá de la contienda. En él cuenta que los viñadores de Champagne, bajo las bombas de los dos ejércitos, recogían la vendimia. Cuando no perteneces a la derecha ni a la izquierda, cuando eres un librepensador con más preguntas que respuestas, a veces te sientes como aquellos viñadores.

En Ser español, Julián Marías nos enseña la ecografía de “Las dos Españas”: la Guerra de la Independencia; y en medio de absolutistas y afrancesados Marías destaca la mesura de Jovellanos. Luego vendrían los moderados y los liberales, los monárquicos y los republicanos, los azules y los rojos, los conservadores y los socialistas… Siempre con la espada de Damocles que Larra describiera: “Aquí yace media España, murió de la otra media”.

La Historia de España, tan poblada de curas, militares y monarcas, es una historia absolutista, moderada, monárquica, azul, conservadora… El sol se ponía en nuestros cielos de este a oeste. Hasta la muerte de Franco, nuestra “izquierda” solo llegó al poder en 1820, 1868 y 1931. Eso sí, fue morir el dictador y los ojos de la mayoría de españoles hicieron un travelling de derecha a izquierda.

Los movimientos de los ojos occidentales al leer ya no influyen en la visión política de la realidad porque casi nadie lee, así que habrá que fijarse en el medio que más influencia sigue teniendo, la televisión: el duopolio que forman Atresmedia y Mediaset supone un monopolio ideológico de izquierdas, igual que la nueva RTVE (que tan tendenciosamente se han repartido quienes venían a purificar el país, Sánchez e Iglesias).

Siempre me ha molestado la superioridad moral de la izquierda: si crees que tus valores son mejores que los de un prójimo conservador es que careces de humildad, y esa es una moral agrietada. El profesor de Ciencia Política Ignacio Sánchez-Cuenca ha escrito un ensayo titulado así: La superioridad moral de la izquierda. Basta con ver quién es el prologuista, Íñigo Errejón, para entender la cuestión: él y otros estudiantes de la Complutense —liderados por Pablo Iglesias— boicotearon una conferencia de Rosa Díez con tarjetas rojas y gritos: “¡Fuera fascistas de la Universidad!”. Y Errejón cobró una beca de casi dos mil euros al mes sin pisar la Universidad de Málaga (le había contratado un amigo suyo, el dirigente de Podemos Alberto Montero).

Boicot y beca hubieran supuesto el final de la carrera de cualquier político de la derecha por “facha” y “corrupto”, pero Íñigo —sin ningún tipo de pudor— se presentó como candidato a presidir la Comunidad de Madrid criticando a Cristina Cifuentes por su máster universitario. (En una entrevista que le hizo un suplemento cultural, José Sacristán afirmaba que tenía cierta esperanza en figuras como la de Íñigo Errejón).

Desconfío de las personas que, como becerros de una ganadería, llevan marcada a fuego la ideología. Sartre decía de Camus que no estaba a la izquierda ni a la derecha, sino en el aire. Álvaro Mutis lamentaba vivir en una época “de un maniqueísmo furioso en la cual, los que se confieren arbitrariamente el papel de buenos, acaban de verdugos”. Para él, somos seres complejos; es absurdo preguntarse si eran de izquierda o derecha Julio César, Dante o Cervantes.

Mutis estuvo con Borges en una conferencia en la Universidad de Quito, en un aula repleta de dogmáticos, como la de Rosa Díez en la Complutense: un escritor le reprochó a Borges que hubiera estado del lado de los dictadores y no del pueblo, como Neruda. El ciego genial le respondió: “Neruda nunca estuvo al lado del pueblo. Estuvo al lado de la Unión Soviética, que es otra cosa muy distinta”. En el atardecer de 1968 Martin Amis fue una de las sesenta personas que se manifestaron en Oxford contra la invasión soviética de Checoslovaquia; mientras, decenas de miles protestaban delante de la embajada de Estados Unidos en Londres contra la Guerra de Vietnam.

Cuando trabajaba en Ellago Ediciones, un día el editor me dijo —solemne— que nunca publicaría el libro de un fascista. Aquel año estábamos publicando una antología de las canciones de Silvio Rodríguez, y le recordé al editor que Silvio es un gran defensor de Fidel Castro. (Hacía poco habían fusilado a tres jóvenes cubanos por secuestrar una lancha para llegar a Estados Unidos, tras lo cual Silvio —junto a otras personalidades— firmó un documento justificando los fusilamientos).

Recuerdo otra conversación con un amigo, militante de Izquierda Unida: cuando le dije que no entendía cómo podían apoyar la dictadura castrista, me habló de la reputación de la educación y la sanidad cubanas. Siguiendo ese razonamiento, supongo que mi amigo defenderá el franquismo por haber construido la mayoría de los grandes hospitales públicos y por la paga extra de julio. Hasta que no nos indignen por igual las dictaduras de izquierda y las de derecha, nuestras sociedades seguirán padeciendo un déficit moral porque, como observó Castellio después de que Miguel Servet fuera condenado a la hoguera, “matar a un hombre no será nunca defender una doctrina, será siempre matar a un hombre”.

Alberto Garzón es uno de los políticos mejor valorados por los españoles en las encuestas. A una conferencia que dio en la Complutense acudieron más de mil estudiantes. Al principio de su libro Por qué soy comunista, pide perdón por el uso del masculino como fórmula neutra: “Quisiera que el lector o la lectora pueda disculparme por esta decisión, que en ningún caso compromete mi lucha feminista”. Me pregunto qué pensarían mentes brillantes de la izquierda —Manuel Azaña, por ejemplo— si hubieran podido leer semejante dislate... Del libro llama la atención lo cínico que puede ser Garzón, que considera a Fidel un ejemplo y, al mismo tiempo, afirma que el comunismo que defiende “es el que reclama que se respeten los derechos humanos”.

También llama la atención lo rancio y sectario que es el lenguaje de algunos “progresistas”: los grandes empresarios siguen siendo unos explotadores; y el capitalismo incompatible con la democracia, pues lanza a las clases populares a competir unas con otras… La traca final de la demagogia viene cuando Garzón declara: “No somos antisistema, sino que el sistema es antinosotros”, y que prefiere pensar “en fórmulas que nos permitan hablar de ruptura democrática y social y en la que los de abajo (sic) de nuestros pueblos respectivos podamos cooperar”. El malvado capitalismo le permite a Garzón ser aforado y tener un sueldo que está muy por encima de la media de los españoles (y a Pablo Iglesias e Irene Montero comprarse un chalé de lujo, a Echenique vivir en el barrio de Salamanca…); el malvado capitalismo le permite a Garzón publicar un libro criticando el capitalismo (¿cuántos libros críticos con el comunismo se han publicado en Cuba, en Corea del Norte…?).

Me parece anacrónico seguir hablando de derecha e izquierda, términos originarios de la Revolución Francesa, términos azarosos: en la Asamblea Nacional Constituyente, los favorables al rey se sentaban a la derecha y los defensores de la soberanía nacional a la izquierda. Hace décadas, las fronteras aún estaban trazadas con sangre: en el tablero de ajedrez mundial, mojado todos los días por la lluvia fina de la Guerra Fría, Estados Unidos apoyaba dictadores de derecha en América Latina, mientras que la Unión Soviética cubría media Europa con un rojo telón de acero.

En el siglo XXI, el de la globalización ardiente, los países del Nuevo Mundo y del Viejo Continente son, en su gran mayoría, democracias más o menos liberales. A eso sí le podemos llamar progreso (aumento de la esperanza de vida, reducción de la pobreza extrema, del número de analfabetos, etc.). Para mantener el Estado del Bienestar, tanto la derecha como la izquierda destinan la mayor parte de sus presupuestos a políticas sociales. Decía Francisco Umbral que la derecha de Aznar había hecho socialismo suave y la izquierda de Zapatero capitalismo suave, y que en las fiestas políticas a las que iba —de variada ideología— en todas partes olía a Christian Dior. Umbral fue un niño pobre de derechas (con melancolías, sin bicicleta) que acabaría escribiendo El socialista sentimental.

Las ideologías ya no mueven los hilos del siglo XXI; para entender el triunfo de Trump, del brexit, del populismo en Italia… hemos de fijarnos en los movimientos migratorios. ¿Cómo afrontamos la vejez de Europa? ¿Cómo afrontamos que África duplicará su población dentro de treinta y cinco años…? Está bien acoger a quienes vienen en el Aquarius, pero eso es una gota de agua en el Mediterráneo. ¿Tal vez un Plan Marshall para África, como proponía Ramón Tamames en EL ESPAÑOL?

En un estudio realizado sobre 466 cuadros de la Virgen con el Niño Jesús, se vio que, en 373, el Niño está colocado en el seno izquierdo (los latidos del corazón como bálsamo para los bebés explicarían el resultado). Del mismo modo, la ideología de izquierdas ha servido como calmante de conciencias, ignorando que cada ser humano alberga en su interior un cielo y un infierno, la bondad y el egoísmo; en la silenciosa lucha hay un vencedor distinto cada día. Lo demás, pura palabrería.

José Blasco del Álamo es escritor y periodista.

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