Victoria Pírrica

Por Emilio Lamo de Espinosa, director del Real Instituto Elcano (ABC, 24/02/03):

Veamos si lo entiendo bien. Creo que lo que pretendemos todos (desde Bush a Schröder) es más o menos lo siguiente: desarmar a Irak para debilitar una tiranía odiosa y evitar la proliferación de armas de destrucción masiva, fortaleciendo la validez de las resoluciones de las Naciones Unidas y de su Consejo de Seguridad, evitando al tiempo la tentación unilateralista y unipolar de los Estados Unidos y, por lo tanto, fortaleciendo el multilateralismo y haciendo oír fuerte y claro la voz única de Europa y la solidez de su alianza transatlántica. Sospecho que no me equivoco en mucho y que eso resume bastante bien el común denominador de la mayoría de las posturas.

Pues bien, veamos ahora, no lo que queremos hacer, sino lo que estamos haciendo entre todos (y no pretendo buscar culpables, el lector puede ponerlos a su gusto).

Desde luego no estamos desarmando a Irak que de momento sigue riéndose de nuestras declaraciones, mareando a los inspectores y amenazando a sus científicos para que no aclaren nada. Es más, incluso se permite darle un palmetazo a Alemania cuando ésta propone enviar cascos azules. Y menos aún estamos debilitando su dictadura que, al contrario, se refuerza día a día viendo como divide a unos y otros y consigue movilizar a varios millones de ciudadanos occidentales para que protesten contra los Estados Unidos y silencien lo odioso de su dictadura. Hace pocos días, sin duda alentado por las manifestaciones, un Saddam Hussein sonriente le daba las gracias a la opinión pública occidental; jamás pudo sospechar este apoyo que viene a tirar por tierra la tesis del conflicto de civilizaciones. Hoy Saddam es más fuerte y más temido, y su prestigio en el mundo árabe es mucho mayor, que hace dos meses. Por fin alguien que le planta cara a Occidente y lo divide (lo que no consiguió Bin Laden) y, sin disparar un solo tiro, ha bombardeado todas las instituciones del orden internacional.
Tampoco parece que estemos contribuyendo a evitar la proliferación. Si cuando un país se rearma violando resoluciones de Naciones Unidas tardamos doce años en anotarlo en la agenda pública, para lanzarnos después a debates interminables sobre cómo abordar el asunto, los déspotas de uno y otro signo se frotan las manos. Que es lo que ahora mismo están haciendo. Kim Jong Il se muestra dispuesto a lanzar misiles contra California, Irán anuncia que pone en marcha centrales para elaborar uranio enriquecido, y no sabemos cuantos más estarán diciéndose: ahora o nunca. Si consigo la bomba, seré tratado con mano de terciopelo. Y si me amenazan por buscarla, qué más da, tengo diez o doce años por delante hasta que se pongan de acuerdo.

Se trataba también de fortalecer la credibilidad de las resoluciones de la ONU. Cierto, pero cuando aprobamos una que da una «última oportunidad» a Irak y amenaza con «serias consecuencias», lo que hacemos es darle otra oportunidad más, y quién sabe cuantas más, por supuesto todas ellas necesitando siempre otra más para ejecutar las «serias consecuencias». Sharón ha debido tomar buena nota y le habrá dicho a Rabin: ¡Ya te lo decía yo. No te tomes en serio a la ONU! Menos mal que Irak ha decidido, por iniciativa propia, renunciar a presidir la Comisión de Desarme de la ONU pues de otro modo habría salido elegido, por supuesto con la abstención de los europeos, como ha ocurrido con Libia, que ejemplarmente preside desde hace un par de semanas la Comisión de Derechos Humanos (los españoles tenemos bastante experiencia en esto de poner al ladrón a guardar la caja fuerte). Sin duda la ONU, más necesaria que nunca para ordenar la globalización, ve su prestigio y credibilidad acrecentarse día a día.

Se trataba, por supuesto, de evitar la tentación unilateralista de los Estados Unidos sometiéndole a la disciplina de un orden multilateral. Pero cuando son ellos quienes se sienten amenazados (y vaya si lo son, día tras día, por Bin Laden), y nos piden ayuda por la vía multilateral para ejecutar resoluciones que se arrastran desde hace dos lustros, utilizamos ese mismo procedimiento para maniatarlos y posponer la ayuda, al tiempo que debilitamos a Colin Powell y a quienes, en ese país, apostaban por la solidaridad internacional y el multilateralismo. Sin duda después de esta ejemplar experiencia las administraciones sucesivas verán con mejores ojos a la ONU, la OTAN o la UE, y se mostrarán más proclives a seguir el mismo camino.

Se trataba también de evitar la unipolaridad generando unas alianzas que pudieran equilibrar el inmenso poder de los Estados Unidos. Pero en lugar de generar un polo europeo equilibrador hemos conseguido fracturar occidente en una doble alianza que, por una parte, vincula al eje franco-alemán con Rusia y China (¡vaya club!), rompiendo a Europa en dos y arrastrando otra mitad (más bien tres cuartos) detrás de los Estados Unidos, que sale más fortalecido y hegemónico al enfrentarse a una Europa inexistente.

Se trataba, finalmente, de potenciar la política exterior europea y su papel en el mundo, para equilibrar el peso de los Estados Unidos y afirmar nuestra presencia. Pero de momento Europa se ha dividido entre tres países de una parte y 16 de otra en NATO, o entre los mismos tres y nada menos que 18, en la UE de 25, y eso sin contar con las divisiones en el orden interno. De modo que la posibilidad de una política exterior común, que ya se avistaba en la convención como algo posible, ha dado marcha atrás y, con ella, la posibilidad misma de una seguridad y defensa común. ¿Qué papel puede ejercer un ministro de Exteriores de la UE? ¿Y de qué lado deberían ponerse los ejércitos europeos, caso de existir? ¿Combatir consigo mismos?

De modo que o somos todos tontos, o algún diablo invisible y malicioso nos está llevando de la mano para conseguir casi lo contrario de lo que deseamos.

La gran pregunta es ¿quién está ganando o perdiendo con lo que ocurre? Perdiendo, creo, casi todos, incluidos los ciudadanos kurdos e iraquíes que soportan a Saddam. Ganando, de momento, los halcones de la Casa Blanca, Rumsfeld, Wolfowitz y el Príncipe de las Tinieblas Richard Perle, que ven confirmados todos sus temores, recelos y pre-juicios anti-europeos. Y de otra la grandeur de la France, que no Francia, metida en un hoyo junto a Alemania mientras busca cómo explicar que el «Charles de Gaulle» hace días que navega rumbo a Oriente Medio y tiene a sus aviones de combate desplegados ya en Qatar mientras le niega a Turquía los Patriot que necesita.
Y sin duda, el gran ganador hoy por hoy es Saddam Hussein, que ha visto olvidados todos sus horrores ocultos tras el manto de la nueva Leyenda Negra del Imperio, responsable de cuanto de malo ocurre en el planeta. Al menos hace una semana comenzábamos declarando, más o menos retóricamente, que Saddam nos parecía odioso, antes de lanzar el consabido «pero...». Ahora ya ni eso. ¿Cómo no admirar a Hussein que ha conseguido el milagro de que nos pasemos el día hablando de Irak sin hablar en absoluto de Irak?

Visto todo ello, ¿no sería buena cosa que nos calmáramos para analizar, no nuestras buenas intenciones o nuestros principios, sino las consecuencias de nuestros actos? Hace casi cincuenta años que Max Weber nos enseñó que en eso consistía la ética de la política: en el ejercicio de la responsabilidad.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *