¿Vidas (des)conectadas?

¿Estás conectado? Esta pregunta forma parte de nuestra conversación diaria. Parece quela conexión se ha convertido en una de las nuevas necesidades básicas humanas, que podría incluirse en la conocida pirámide de Maslow. Sin ella, especialmente sin teléfono móvil, nos sentimos desprotegidos y que nos falta algo.

El valor de la conexión en la actualidad tiene una doble lectura. Hagamos un repaso a algunos de sus pros y contras. Aprendamos a valorar lo que nos aporta y a decidir en qué momentos estar conectados limita otras ocupaciones o menesteres.

Empecemos por evaluar lo positivo. Las conexiones inalámbricas gratuitas están en alza en nuestras ciudades. Los transportes públicos, autobuses o trenes de alta velocidad, están anunciando que dispondrán de wifi en sus trayectos habituales durante el 2017. Algunas compañías aéreas ya hace tiempo que ofrecen este servicio en su clase preferente, previo pago. Todo ello con el objetivo de ofrecer una mejor experiencia de usuario.

Las conexiones han incorporado nuevos términos a nuestro vocabulario. El wifi ya es un concepto muy conocido, quizás los que no gozan de tanta popularidad son los 'beacons'. Unos dispositivos inalámbricos que funcionan con Bluetooth. Cada vez están más presentes en tiendas, hipermercados o grandes almacenes. Son los encargados de recoger datos y con ellos, ayudar a transformar también nuestra experiencia de compra.

Como en una moneda, las conexiones tienen su cara y su cruz. Veamos qué limitaciones nos pueden ocasionar. Hace unos días 'The Wall Street Journal' publicaba una noticia que explicaba que una periodista había recorrido las cafeterías de Nueva York que habían desconectado el wifi, una de las nuevas modas en esa ciudad. Algunas ya no disponían de red para conectarse desde hacía meses y otras apenas unas semanas. Además, algunos establecimientos habían también prohibido la entrada de ordenadores portátiles. ¿Y cuál era la noticia? La conversación entre personas había regresado a Nueva York. Ya no tenían clientes ensimismados con sus pantallas, sino seres humanos que ejercían la comunicación entre ellos. Me dirán que es una exageración y que dónde está la novedad. Les respondo que en las ciudades hiperconectadas, como Nueva York, se está observando un regreso a las costumbres de siempre. Conexión sí, pero con ciertos límites.

De hecho, algunos hoteles de Barcelona y de otras ciudades anuncian limitaciones en el uso de las conexiones, especialmente a través de las redes sociales. En concreto, no se permite hacer fotografías en sus espacios comunes para salvaguardar la privacidad de sus clientes. Asimismo, varios establecimientos promocionan fines de semana 'détox', no únicamente referidos a una alimentación saludable, sino para desconectar completamente de teléfonos móviles.

Como consumidores somos conscientes del valor monetario de la conexión. Ya forma parte de nuestro día a día el estar pendientes de cuántos datos dispongo en mi móvil para consumir. Y cuando finalizan las gigas, recurrimos a familiares y amigos y les preguntamos: ¿compartes? Esta realidad nos ha creado consciencia de que es imprescindible administrar las conexiones, si no queremos incrementar nuestras facturas. Este aprendizaje debemos también aplicarlo a nuestro entorno más personal.

Esta administración de nuestras conexiones personales está ligada a un concepto al que hoy no se le otorga suficiente atención: preservar los espacios privados. En otras palabras, ¿qué limites tiene nuestra privacidad? Las conexiones, especialmente a través de las redes sociales, forman parte de nuestra cotidianidad, pero debemos ser conscientes de lo que queremos mostrar y compartir de nuestras vidas. Recordemos que una vez está en el espacio digital cedemos el control de la distribución de estos datos. Compartir sí, pero con inteligencia.

A finales del año pasado, los usuarios de Facebook tenían en su muro la posibilidad de activar el resumen de los hechos más relevantes del 2016. Lo que más llamaba la atención era el número de los 'me gusta' de cada usuario. Un buen ejemplo de lo que significa cuantificar nuestras experiencias de vida conectada. Para algunos, este dato puede resultar anecdótico; para otros, una llamada de atención para saber cuánto tiempo dedicamos a las redes sociales y valorar si este merece la pena o lo podríamos destinar a otras actividades.

En definitiva, la conexión es un valor en alza en la sociedad digital, pero como todo en la vida en su justa medida. La clave está en saber decidir en qué ámbitos se quiere una vida conectada o desconectada.

Carmina Crusafon, profesora de la Universitat Autònoma de Barcelona.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *