Vídeos virales, medios y Sadam

La guerra de Irak ha sido un terreno de prueba no sólo para las nuevas armas y tácticas de las partes en liza. Ha acelerado y configurado también el uso de nuevas tecnologías que reducen dramáticamente la distancia entre productores y consumidores de información en los conflictos, en política y en la vida de todos los días. Como ejemplo, las crónicas en tiempo real que emite una variedad de cadenas de televisión por satélite (no sólo ya aquéllas dominadas por medios occidentales). Pero más relevante aún es el desarrollo de una comunicación directa entre los actores políticos y las audiencias de masas, que tradicionalmente dependían de la prensa para seleccionar, interpretar y presentar las noticias.

Era seguro que la presagiada ejecución de Sadam Hussein a finales de diciembre se convertiría en un hito aglutinador para aquéllos que veían al tirano caído como una víctima del imperialismo americano o del sectarismo chií. Pero fue el vídeo de sus últimos momentos en este planeta -grabado con el mismo amateurismo con el que se condujo la ejecución- lo que elevó al dictador al rango de 'mártir'. La macabra escena patibularia capturada por la cámara del teléfono móvil de uno de los carceleros de Sadam se convirtió rápidamente en uno de los vídeos más 'virales' de la historia, difundido por Internet y visto por millones de personas en todo el mundo. Ridiculizado incluso mientras la soga era apretada en torno a su cuello, Sadam vio cómo le denegaban la 'dignificante' salida que había planeado.

Sin embargo, sin este (estos) vídeo doméstico y granulado, obtenido por alguien descrito un tanto apresuradamente como 'periodista ciudadano', las circunstancias reales que rodearon la muerte de Sadam no habrían sido conocidas. La difusión casi instantánea, global y prácticamente sin coste de las imágenes en la red permitió que este momento de la verdad alcanzara una masa crítica de espectadores y moldeara de manera significativa la opinión pública. La escena caótica que tuvo lugar mientras moría convenció a muchos de que se trató de un acto de venganza más que de justicia.

El principal efecto de este fenómeno 'viral' es una nivelación del terreno de juego de la información o 'desintermediación' -un término que nace en la banca y que significa 'eliminar al intermediario'- que sitúa inevitablemente a los consumidores de noticias más cerca de los acontecimientos. Pero, al mismo tiempo, a menudo les despoja de la perspectiva, la honestidad y la exactitud que proporciona el buen periodismo. Una marea inmensa de datos accesibles a cualquiera con una conexión a Internet navega ahora en nuestras pantallas. Gran parte es el flujo y reflujo de las promociones y la propaganda; a menudo, el en ocasiones fascinante detritus electrónico de la vida cotidiana que encontramos cuando introducimos un nombre o una frase en Google. Este y otros portales de la Red ofrecen perspectivas y opiniones diferentes a todos aquellos que quieran mirar.

En este universo, el poder de determinar la agenda sobre lo que es importante y lo que no de políticos y periodistas disminuye cada día. Las cámaras y los vídeos digitales, los blogs y los recursos 'wiki' ofrecen nuevas plataformas para una más amplia participación pública en la producción mediática. La circulación de ideas, de datos, incluso de alertas informativas ya no es el reino exclusivo de los académicos o de la prensa. Y sin embargo este fenómeno no es necesariamente esclarecedor. Más que nunca, lectores y espectadores tienen a su alcance una variedad enorme de recursos que nos obligan a convertirnos en nuestro propio editor. Para muchos, la respuesta es acudir a aquellos medios de comunicación que confirman nuestra visión del mundo. Irónicamente, disponer de una gama de fuentes que crece exponencialmente lleva a muchos a retirarse a nichos mediáticos y guetos informativos que confirman confortablemente aquello en lo que ya creemos.

El impacto de la imagen constituye una parte importante del poder de los nuevos medios. Las fotografías, y más aún los vídeos, son capaces de transmitir una 'visualidad visceral' más poderosa que la más conmovedora de las descripciones escritas. Las imágenes digitales, Internet y los ordenadores personales se combinan para ofrecer breves pero asombrosas imágenes de la salvajería del hombre o de la naturaleza. Fueron los vídeos del 'tsunami' en el Océano Índico en diciembre de 2004 los que hicieron el acontecimiento real para todos, incluso para aquéllos que estaban sólo a unas pocas millas de las costas afectadas. En Irak, las terroríficas imágenes de occidentales decapitados en directo elevaron la brutalidad de la guerra a la conciencia pública. Y las fotografías del abuso a prisioneros por parte de sus guardianes estadounidenses en la prisión de Abu Ghraib convirtieron lo que no era más que una mención oficial sin importancia en un escándalo global.

Ésta es la razón por la que las autoridades intentan con tanto ahínco frenar este tipo de imágenes. El régimen del 'apartheid' sudafricano, los ocupantes israelíes en Gaza y Cisjordania, los comandantes rusos en Chechenia, todos en algún punto han intentado diluir la rabia local y global contra sus acciones restringiendo el acceso de los medios. El problema es que hoy día prácticamente todo el mundo puede grabar y difundir sus propias 'noticias'. La reputación política puede subir o caer con sólo unos pocos megabytes de vídeo casero. Incluso cuando personas empleadas formalmente como periodistas no están presentes, o cuando la actividad informativa está censurada oficialmente, es extremadamente difícil suprimir del todo el flujo de noticias.

En Singapur, por ejemplo, el líder opositor Chee Soon Juan 'colgó' un 'mensaje desde la cárcel' en noviembre de 2006, grabado poco antes de que ingresara en prisión para cumplir una condena de cinco semanas por hablar en público sin permiso, sorteando unos medios locales fuertemente controlados y el desinterés evidente de la prensa internacional por su campaña no violenta por la libertad de expresión (puede verse como 'CSJ's message from prison' en Youtube).

El producto de lo que algunos comentaristas han denominado 'periodismo ciudadano' debe ser analizado con ojo crítico. Quizás sea más adecuado llamarles 'observadores' o 'testigos'. Sus comentarios e imágenes surgen habitualmente sin editar y carecen de contexto alguno. Y podrían no ser a veces más que activistas o provocadores. De hecho, es imposible saber si no representan conscientemente intereses particulares de naturaleza política, económica o confesional. El problema, por tanto, está en cómo los consumidores de estos medios interpretan su significado sin la 'guía' que proporciona la prensa tradicional.

La 'producción' y 'distribución' del vídeo de la ejecución de Sadam es un ejemplo excelente del poder de los nuevos medios de comunicación, y de la necesaria cautela acerca de su impacto. La grabación fue realizada con un simple teléfono con cámara de vídeo incorporada que puede encontrarse por menos de 100 euros. Una vez que el vídeo fue cargado en la red, fue replicado continuamente y se extendió por Internet a velocidad 'viral'. Y la muerte de Sadam fue vista por millones de personas en muy poco tiempo. ¿Pero era la intención de quien lo hizo facilitar al mundo una prueba de su final? ¿O fue un cuidadosamente preparado insulto a los suníes de Irak diseñado para hundir más al país en una guerra civil?

Las nuevas tecnologías han demostrado ser poderosas herramientas para compartir información y movilizar hacia la acción. Sin embargo, debemos asumir que no se trata más que de eso, instrumentos, que pueden ser utilizados con la misma eficacia para hacer el bien que el mal. Y debemos tener presente también que la mayoría de la gente usa estas comunicaciones más rápidas y más capaces para los negocios y el ocio, para hacer compras o seguir a su equipo preferido, más que para la actividad política, con lo que Internet, con todas sus promesas y expectativas, podría convertirse en un nuevo opiáceo para las masas tanto como en un elemento inspirador de algo mejor.

Tomás R. Lansner, profesor de Medios de Comunicación en la Universidad de Columbia, Nueva York.