Viejos del mundo entero, moríos

Hay algunas personas que se han labrado meritoriamente un lugar al sol gracias a eso que ahora se llama excelencia, que suele ser información y conocimiento puestos al servicio directo del dinero. Uno de estos es el señor José Viñals, exsubgobernador del Banco de España, que fue asesor del Banco Central Europeo y que actualmente ocupa el cargo de director de Mercados de Capitales del Fondo Monetario Internacional, una poderosa oenedé (organización no democrática). Por sus difundidas declaraciones recientes se nota que se asoma sin vértigo al borde de la atalaya desde la que se ven las autopistas por las que circula diariamente, sin límite de velocidad, el capital financiero del planeta, sorteando los radares de la tasa Tobin y escaneando en tiempo real dónde depositar por unas horas su selecto semen para que sea más fecundamente reproductivo. La pasta es la levadura de la pasta.

Pues bien, el departamento de estudios del FMI dice en su Informe sobre estabilidad financiera, que presenta estos días en su cónclave de Wash-ington, que ha detectado un «grave problema ante el que hay que actuar cuanto antes»: vivimos demasiado tiempo. Nos hemos pasado el siglo XX edificando a mano y con esfuerzo el llamado Estado del bienestar, desarrollando una frágil democracia parlamentaria con sus instituciones de educación, sanidad y asistencia social, y ahora nos advierten de que tanto abuso de lo público ha dado en producir efectos perversos por inesperados. La longevidad es uno de ellos; vivimos muchos años y eso no encaja con los cálculos de los ilustres contables mundiales. Empezamos el siglo pasado con una expectativa de vida de unos 40 años y hoy España roza los 82 años de media; una barbaridad, señores y señoras mortales.

El FMI cree que ponemos demasiado empeño en alargar la vida y parece insinuar que lo hacemos por puro vicio; asusta pensar que sea la sugerencia de una industria del suicidio para la tercera edad, universal, gratuita o con copago. Vivir demasiado sale muy caro y eso no estaba previsto, nos vienen a decir, y no hay dinero para esa clase de abusivas desviaciones estadísticas. En el lado del mundo civilizado nos hemos desarrollado tanto que hasta lo que nos engorda no nos mata. Menos mal que hay eficaces mecanismos reguladores de esos excesos demográficos. El más efectivo es que los pobres, que como es sabido son más virtuosos, se mueren pronto y sin pedir demasiado a cambio: hambrunas, guerras y guerritas, genocidios, epidemias y demás desgracias naturales ajustan las estadísticas para mayor beneficio de traficantes de armas, especuladores de alimentos y demás corporaciones mafiosas.

Las declaraciones del señor Viñals son de una lógica aplastante: la lubricada lógica del Mercado. Los tecnócratas han secuestrado el viejo y lento discurso de la reflexión política, universalizan la lengua de la economía y se erigen en los nuevos adivinos del futuro: solo ellos saben qué pasará mañana o como mucho pasado mañana. La bolsa propia es su único horizonte, la vida ajena se la suda.

Decía el viejo Marx, cuando al pobre le dio la rauxa estructuralista, que las abstracciones de la economía acaban por imponer su impecable lógica cuantitativa a los seres humanos en tanto que individuos habitantes de la Tierra, y en explotarlos sin compasión si acaso olvidan la raíz cualitativa (espiritual, añado yo por mi cuenta y riesgo) constituyente de su humanidad. Así los pobres mortales desatienden sus obligaciones políticas de ciudadanos y entran obedientes en la manada de consumidores compulsivos. El desa-

sosiego, el miedo, les enfermarán; el espectáculo será su medicina lenitiva: pan y circo. Eso pretenden hacer hoy, tiempo de vacas esqueléticas, los tecnócratas de corbatas de mil euros: arrasar con los gastos que no les cuadran en el Libro del Debe y del Haber. No son seres malvados, solo son portadores de una agenda estructural que dice así: para las finanzas la moral no es una variable significativa. No son inhumanos como se ha dicho por ahí; por el contrario, son los nuevos sacerdotes del siglo XXI y su oscura teología está escrita en un solo libro sagrado: el Libro de la Contabilidad Mundial. Su pasión es la de comparar el grosor de la cartera de las naciones, y su Santo Oficio consiste en generar deuda y perseguir a los deudores.

Por eso creo que en algún pasaje de los Gründrisse Marx caracteriza a los capitalistas -y al proletariado también- como «trägers», portadores de estructuras que les llevan a actuar según las leyes objetivas de las relaciones sociales de producción y, añadiríamos hoy, de reproducción y de consumo. En fin, un determinismo torpe, pero no mucho más que el de esos sacerdotes que en sus santuarios aislados de los aullidos y llantos del exterior hurgan en las asépticas vísceras de las estadísticas planetarias para ofrecer sus infalibles auspicios a su dios el Mercado, alias Becerro de Oro. Ya nos han avisado: o aportamos más por menos trabajando a tope hasta los 80 o nos apeamos antes de la vida como ese cabal farmacéutico jubilado griego de nombre Jristulas.

Fabricio Caivano, periodista.

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