Viento del Este

Se quejan los mejicanos del vecino que les ha tocado: «Pobrecito Mexico, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos». Con buenas razones, pues se han quedado con gran parte del territorio que heredaron de España, desde Tejas hasta California, confirmando que la doctrina Monroe, «América para los americanos», está formulada sólo a medias, ya que en realidad quería decir «para los norteamericanos». Pero dejemos ese asunto, que requiere para sí trato particular, y vayamos a que la mala suerte geográfica de México no es nada comparada con la de Polonia, entrillada entre dos colosos, Rusia, de por sí un continente, y Alemania, que frustrada por no haber formado parte del Imperio Romano, intentó reconstruirlo con el Sacro Imperio Romano Germánico, uno de los protagonistas de la Edad Media europea. Sus vicisitudes fueron tales que se vio envuelto en continuas guerras, cambiando de configuración, como la de los países vecinos.

Ninguno como Polonia, que no bastante con lindar al Este con el gigante ruso, tenía al Oeste otro en continua evolución, que se convirtió en Segundo Imperio en el siglo XIX, cuando Bismarck logró unir los pequeños reinos y principados en torno a Prusia bajo los Hohenstaufen. Hitler planeaba el Tercer Reich, que iba a durar mil años y apenas duró una docena. Puede imaginarse que con alguien así al lado no hay forma de tener una vida tranquila.

Polonia, sin embargo, mantuvo su personalidad y, en lo que pudo, su independencia, aunque le costase cambiar constantemente de fronteras. Influyó un acentuado nacionalismo y una fe católica que abarcaba todas las capas sociales. Es verdad que tuvo que ceder territorios, que recuperaría en la próxima guerra continental e incluso que llegó a desaparecer cuando, al desencadenarse la Segunda Guerra Mundial, fue ocupada por Alemania, aunque la derrota alemana la dejaría bajo la esfera rusa, ya soviética.

Nada de ello disminuyó el espíritu polaco, según pude comprobar en mis nueve años berlineses en plena guerra fría (1957-1966). La Asociación de Corresponsales Extranjeros era el único organismo profesional que reunía socios de los dos Berlines, debido al interés de los rusos en que los suyos estuvieran al tanto de lo que ocurría más allá de la Puerta de Brandenburgo. Ello nos permitía a los occidentales una visión más próxima de aquella parte, así como de los colegas del Este, entre los que los polacos destacaban por su libertad de criterio, incluso en voz alta. Algo que fue aumentando hasta la caída del Muro berlinés y los movimientos sindicalistas, con Solidaridad a la cabeza, apoyados por una iglesia católica con gran arraigo. La designación de un Papa polaco, Juan Pablo II, coincidiendo con la presidencia de Reagan en Estados Unidos y la de Gorbachov con su Perestroika en la Unión Soviética hizo el resto. Si el partido comunista quería evitar una desintegración en cadena del imperio ruso, tenía que soltar las partes más ajenas al mismo, con los «satélites europeos» en primer lugar. Fue una ‘transición’ más movida que la española, con guerras en algunos puntos, Chechenia especialmente, pero Putin, un exagente de la KGB, supo llevarla a una combinación de la vieja Rusia de los zares y la soviética del PC, mientras Occidente daba la bienvenida a sus exsatelites con Polonia, que se lo había ganado, a la cabeza.

Ha sido un proceso gradual. No se cambia del comunismo a la democracia fácilmente, según sabían todos, que le echaron toda la buena voluntad posible, incluida la ayuda económica, Alemania especialmente, la más interesada.

Lo más curioso, y preocupante es que, a medida que se acentuaba la incorporación, los problemas aumentaban en vez de disminuir. Sin duda, todos aquellos países deseaban la democracia, pero ciertos aspectos de la misma les parecían contraproducentes, como lo que podríamos llamar un «exceso de libertades». Polonia volvía a estar al frente de esa ofensiva, que se convirtió en choque abierto cuando su Tribunal Constitucional dictó que la Ley Fundamental polaca está por encima de la normativa jurídica europea.

Era algo que no podía tolerarse si quería llegarse a una Unión Europea efectiva. Se advirtió a Varsovia de ello, pero el gobierno polaco, del partido ultra nacionalista ‘Ley y Justicia’, no sólo lo rechazo alegando que «ello conduciría al caos», sino continuó nombrando jueces en su línea, en clara violación de la independencia de poderes. Ante lo que todas las instancias de la Unión Europea, desde la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen a la Eurocámara han advertido que no puede tolerarse y exigido un duro castigo a Polonia. Un problema es que la UE no tiene previsto la expulsión de un miembro y su gobierno dice que no esta dispuesto a marcharse. Pero el castigo sí está previsto, de no cumplir sus deberes. Y Polonia es el país más dependiente de los fondos de ayuda europeos, que alcanzan los 82.500 millones de euros, que equivalen a más de la mitad de su inversión pública. Lo que significaría la bancarrota.

Es este uno de esos problemas en los que ambas partes tienen razón. La Unión Europea no puede consentir que un país miembro viole sus normas si quiere estar realmente unida. Mientras Polonia tiene derecho a que se respeten sus peculiaridades -entre las que cuenta que ellos conocen qué es el comunismo, y los europeos occidentales, no, con Hungría a remolque- se impone un compromiso nada fácil. Es verdad que en cuestiones de principios no puede haber compromiso. Pero en cuestiones de vida o muerte están obligados a encontrarlo, por más que el Este siga siendo el Este y el Oeste el Oeste, como en la novela de Pearl S. Buck.

José María Carrascal es periodista.

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