Vientos de guerra agitan Turquía

En la crisis que sacude la frontera de Turquía con el Kurdistán irakí, se superponen el genocidio armenio perpetrado por el gobierno de los Jóvenes Turcos (1915-1917), el irredentismo y la frustración de los kurdos, el reparto colonial de los despojos del Imperio otomano en 1918, el tradicional antagonismo árabe-turco, pese al islam; y la codicia petrolera y el desastre de la ocupación de Irak, que ahora funciona como pretexto de la partición del país en tres entidades según la cohesión tribal o religiosa.

Los turcos viven en un clima de exasperación patriótica, incluso en las universidades más progresistas, desde que la televisión difunde morbosamente las imágenes de los 12 soldados muertos en una emboscada de los extremistas del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), cuyo objetivo es un Kurdistán independiente en territorio de Turquía, Irán y Siria. Solo las presiones de EEUU y Europa, incluida la intervención personal de la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, frenaron temporalmente el ímpetu belicoso de las masas encauzado por el primer ministro, Recep Erdogan.

"Alá bendice esta guerra", predicaban los carteles exhibidos en la multitudinaria manifestación antikurda de Estambul, poniendo de relieve hasta qué punto los islamistas se apoderan de las banderas y las consignas que se creían monopolio de los sectores kemalistas, laicos y castrenses. "Tambores de guerra en Ankara", titulaba el diario Radikal, para subrayar que el Parlamento turco había entregado al gobierno el 18 de octubre un cheque en blanco, válido durante un año, para invadir el Kurdistán iraquí. Solo se opusieron 19 diputados de la minoría kurda.

El terrorismo y las operaciones del PKK se remontan a finales de los 80, pero el clima no era tan patriotero y militarista en Turquía desde la invasión de Chipre en 1974. Ankara se queja de la supuesta tolerancia de Irak y EEUU con el PKK y airea otros agravios.

Tras años de debate, imitando a los parlamentos o gobiernos de casi todos los países europeos, excepto España, un comité de la Cámara de Representantes del Congreso norteamericano definió como genocidio la deportación y asesinatos masivos que diezmaron a la población armenia durante la primera guerra mundial. En una irritada réplica, Turquía llamó a consultas a su embajador en Washington.

Por mucho que vociferen los nacionalistas turcos, los historiadores no tienen duda de que un millón de cristianos armenios fueron deportados o masacrados en el primer genocidio del siglo de todas las calamidades. Pero resulta discutible y arriesgado que los parlamentos se empeñen en dictar unas supuestas verdades históricas, opuestas a otras igualmente parciales.

Pese al rechazo y las admoniciones de la Unión Europea, Ankara utiliza el artículo 301 del código penal, que sanciona "las ofensas contra la identidad turca", para perseguir tanto a los que reconocen públicamente el genocidio armenio, incluido el novelista y premio Nobel Orhan Pamuk, como a los que denuncian la represión y las exacciones que coartan la libertad de una minoría kurda de 15 millones y a la que se pretende asimilar coercitivamente, concentrada en el sureste de Anatolia, la región más atrasada.

Erdogan está sometido a presiones insoportables, pero la decisión bélica parece inevitable. Las reiteradas provocaciones del PKK y la decisión norteamericana sobre el genocidio armenio ofrecen una inesperada plataforma política a los sectores ultranacionalistas y militares que, pese a su derrota electoral de julio, mantienen el recelo hacia el primer ministro y sus huestes islamistas. Resulta evidente que una guerra abierta contra el PKK destruiría todos los puentes con la minoría kurda que Bruselas exige y que reputa inexcusables para negociar el ingreso de Turquía en la UE.

Turquía fue el gran aliado de EEUU e Israel durante la guerra fría y actualmente su territorio es utilizado para el aprovisionamiento de las tropas norteamericanas en Irak, pero las relaciones entre Washington y Ankara atraviesan por una crisis sin precedentes. Por eso resulta insólito que la Cámara de Representantes recuerde las consabidas atrocidades de hace 90 años y olvide que transitan por Turquía el 90% de los blindados y el material pesado del cuerpo expedicionario norteamericano en Irak. Sólo la política interior y la campaña electoral en curso explican esa decisión no vinculante que pone en peligro las relaciones con un aliado hasta ahora fiel.

"No podemos esperar indefinidamente", advirtió Erdogan a su homólogo británico, mientras los generales discutían sus opciones. Tampoco ignora el líder islamista que una guerra en el Kurdistán iraquí, además de enconar el problema kurdo, solo serviría para galvanizar a los terroristas del PKK. Una invasión turca abriría un nuevo frente en el Kurdistán iraquí, hasta ahora la única región relativamente estable, y crearía condiciones propicias para un nuevo genocidio con implicación de otras potencias como Irán y Arabia Saudí.

Mateo Madridejos, periodista e historiador.